La vuelta al mundo

¿Ganó Obama o perdió Romney?

¿Ganó Obama o perdió Romney?

Pantallas gigantes sobre el Rockefeller Center en Nueva York mostraban los resultados durante la noche de la elección en la que Barack Obama renovó su mandato.

Foto: EFE

Rogelio Alaniz

Habría que decir, para trabajar con los matices, que no ganó Barack Obama sino que perdió Romney. O, para ser más precisos, perdieron los republicanos, una derrota a la que si no prestan atención sobre sus causas y motivos, corren el riesgo de reproducirla en los años venideros.

En una elección donde votan millones de personas, se hace muy difícil establecer categorías generales por el grado de complejidad de las sociedades. De todos modos, si algunas líneas conceptuales pueden trazarse, aunque más no sea de manera provisoria, debería decirse que Obama ganó con el voto de hispanos, negros y asiáticos. A ello habría que agregarle el voto de jóvenes, homosexuales, partidarios del aborto y progresistas en general, quienes a pesar de todas sus dudas terminaron votando por lo que consideraban el mal menor.

Después desempeñaron su rol los factores coyunturales, aquellos que no están previstos por los estrategas de las campañas, pero que en más de un caso terminan decidiendo un resultado. Empezando con el huracán “Sandy”, una tragedia que a Obama le permitió constituirse en un jefe de Estado capaz de dar respuestas en situaciones de emergencia a todos los norteamericanos y muy en particular a los más desvalidos.

Para no hablar acerca de las torpezas de la derecha republicana, algunas memorables, aunque al respecto habría que preguntarse si decir lo que se piensa es una torpeza. Lo seguro es que los titulares más destacados de esas conductas pagaron un precio alto por sus licencias verbales. Richard Murdock en Indiana y Tood Akin en Missouri, fueron quienes calificaron a las violaciones sexuales con embarazo, como una bendición de Dios. Los resultados fueron elocuentes: ambos perdieron sus bancas.

Los otros grandes derrotados en estas elecciones fueron los animosos militantes del Tea Party. En Massachusetts, sin ir más lejos, el territorio donde los Kennedy controlaban la banca de senador desde 1953 y la habían perdido hace cuatro años en manos de Scott Brown, ahora la recuperaron para los demócratas. La responsable de la hazaña fue Elisabeth Warren, una dirigente que no disimula sus posiciones “liberals” en el sentido más clásico y yanqui de la palabra.

La religiosidad trasladada a la política en clave fundamentalista gana votos en EEUU, pero son más los que pierde. Tal vez la anécdota que mejor ilustra la impotencia republicana se expresa en ese diálogo entre una hija y un padre del sur profundo “-¿Por qué el Señor nos ha abandonado y dejó al negro en la presidencia?”, pregunta la niña candorosa. “-Porque no hemos rezado lo suficiente” -responde el papá.

Desde el punto de vista de las políticas económicas, Obama supo manejar con habilidad la estrategia tendiente a recuperar la industria automotriz. Las respuestas de Romney a estas políticas de salvataje fueron catastróficas. El mormón nacido y criado en esa región, conocedor de la vida cotidiana del “mundo de Detroit”, prometió en la campaña hacer exactamente lo contrario de lo que Obama estaba haciendo bien. Las consecuencias también fueron evidentes. Los republicanos perdieron en Michigan, Ohio, Wisconsin y Pennsylvania.

Con el tema de los inmigrantes y las políticas migratorias los republicanos volvieron a hacer agua. Su exclusivo apoyo fueron los cubanos de Miami, quienes los votan desde hace cincuenta años. El problema es que los hijos y los nietos de esos cubanos no piensan ni creen en lo mismo que creyeron sus padres y abuelos. Ninguno se hizo comunista ni simpatiza con Fidel, pero consideran que la política del garrote con Cuba -como los hechos se han encargado de demostrar- no conduce a ningún lado.

Respecto de las políticas migratorias, está claro que un mexicano -o un latinoamericano en general- se va a sentir más representado por los demócratas que por las políticas excluyentes de los republicanos. Así se explica entonces que en estos sectores Obama haya obtenido el setenta y cinco por ciento de los votos.

En Estados Unidos no ganó la izquierda y perdió la derecha, como están diciendo algunos conservadores. Decir que Obama es socialista es una licencia o un abuso del lenguaje. Lo seguro, más allá de los chisporroteos de las ideologías, es que Obama y los demócratas en general, saben interpretar con más realismo la nueva realidad de Estados Unidos, una realidad donde el rol de las llamadas minorías culturales y étnicas pasa a ser decisivo.

Los republicanos en ese sentido se han quedado aferrados al pasado, a un Estados Unidos que desde hace por lo menos treinta años viene cambiando. Un columnista del New York Times dijo que en estas elecciones fue derrotado el llamado “voto SWAP”, es decir, el tradicional voto anglosajón, rubio y protestante.

A decir verdad, ese voto le fue fiel a los republicanos, pero su único problema es que sólo con ese voto no se gana. Una ligera mirada al mapa electoral de Estados Unidos permite observar que en el sur, es decir el sur del Ku Klux Klan, el general Lee y las novelas de Faulkner, los republicanos ganaron, como también ganaron en el electorado mayor de cincuenta años. El área virtuosa de los republicanos se extendió incluso hasta el oeste, pero ese fue su límite. A partir de allí comenzaron las derrotas, incluso en territorios que en otros tiempos controlaban con relativa comodidad.

Romney por su parte no fue el mejor candidato que pudieron poner los republicanos. Su condición de multimillonario y su militancia mormona no fue una combinación feliz para el electorado independiente. Después estuvieron sus desplantes verbales. En EEUU la salud no es pública y atacar las recientes políticas implementadas por Obama, deja lugar a que sus rivales lo califiquen de insensible a la muerte de la pobre gente.

El que mejor visualizó ese talón de Aquiles de Romney fue Bill Clinton, transformado en estos comicios en uno de los grandes artífices de la victoria. En efecto, fue Clinton quien lo convenció a Obama que más que atacar a Romney con temas ideológicos, lo descalifique por su condición de multimillonario. Como se sabe, después de la derrota de Obama en su primer debate con el candidato republicano, Clinton salió por primera vez a darle su apoyo entusiasta a quien en algún momento calificara como “un negro que en otros tiempos me habría recibido en la puerta del hotel para llevarme la valija”. Según se dice, Clinton está trabajando para la candidatura de Hillary en el 2016. Falta mucho para esa fecha, pero no dejaría de ser interesante que después de haber instalado a un negro en la Casa Blanca, ahora los demócratas instalen a la primera mujer.

Con respecto a la política exterior norteamericana, no hubo grandes diferencias entre los candidatos. Si bien la teoría y la tradición dicen que los republicanos insisten en retirarse del mundo y privilegiar el suelo americano puertas adentro, mientras que los demócratas estarían más decididos a llevar al mundo los grandes ideales morales, en la vida real lo que se impone son los compromisos de una gran potencia.

En Medio Oriente no hubo grandes diferencias entre Bush y Obama y si hubiera ganado Romney tampoco las hubiera habido. Obama no cerró el penal de Guantánamo como lo había prometido en la anterior campaña electoral, y no hay razones paras suponer que ahora lo vaya a hacer. Tampoco habría habido cambios importantes en América latina si hubieran ganado los republicanos. Para los yanquis, el tradicional patio trasero se parece cada vez más a un baldío, donde no hay muchos beneficios o ventajas que obtener. Con respecto al salvataje a Europa, Estados Unidos hará lo que pueda y no más que eso. En definitiva, en política exterior es donde mejor se puede apreciar que lo que se imponen no son las diferencias entre demócratas y republicanos, sino las políticas de Estado.

Decía al principio que no ganó Obama sino que perdió Romney. La afirmación habría que relativizarla. Convengamos que si bien en estos cuatro años Obama no estuvo a la altura de las expectativas que despertó durante su campaña electoral, también es cierto que ningún presidente en este mundo podría haber satisfecho semejante retórica cargada de buenas intenciones. Por otro lado, admitamos que a su manera hizo lo que pudo, sobre todo en temas sensibles como la salud o en situaciones muy complicadas como la crisis financiera heredada.

Estados Unidos aún no salió de la crisis, motivo por el cual los norteamericanos decidieron extender el mandato de Obama cuatro años más, fieles al principio de que en situaciones semejantes no es aconsejable ni justo cambiar de presidente. De todos modos, no hay motivos para suponer que en los próximos cuatro años vayan a ocurrir cosas extraordinarias. En realidad los países serios prefieren lo ordinario a lo extraordinario. También se distinguen por respetar las políticas de Estado de larga duración no importa quien gobierne. Y, por último, por más bueno que sea un presidente, a nadie se le ocurre reformar la Constitución para transformarlo en eterno.


No hay motivos para suponer que en los próximos cuatro años vayan a ocurrir cosas extraordinarias. En realidad los países serios prefieren lo ordinario a lo extraordinario. También se distinguen por respetar las políticas de Estado de larga duración.