EDITORIAL

8N: el día después

El 8N no pasó desapercibido. La masividad de la protesta superó todas las expectativas y la imagen de la porteña Av. 9 de Julio hizo recordar aquellos viejos tiempos en los que el fenómeno político aún se desarrollaba en las calles.

 

Fue la conjunción de dos épocas diferentes. Por un lado, la convocatoria realizada a través de comunidades virtuales. Por el otro, la protesta de a pie, en vivo y en directo, el contacto humano y el sonido de las cacerolas.

Desde los días previos, algunos voceros del oficialismo intentaron quitar legitimidad al movimiento. Algunos lo tildaron de “ultraderechista”. Otros, buscaron convencer de que, en realidad, se trataba de una movilización generada desde los medios de comunicación que no son adictos al gobierno.

La realidad demostró que ninguna de estas apreciaciones eran ciertas. Si bien gran parte de los participantes del 8N pertenecen a la clase media, no se puede circunscribir el fenómeno a este sector social. Mucho menos tildar de “ultraderecha” a ciudadanos comunes que reclamaron respetuosamente y pidieron soluciones a problemas puntuales. Por lo general, en las consignas del 8N primó el sentido común.

A nadie le gusta morir en manos de delincuentes, enfrentar una inflación creciente, soportar un vendaval de discursos que contradicen la realidad u observar cómo funcionarios sospechados de corrupción son protegidos por la presidente de la Nación.

Con respecto a los medios, si los grupos periodísticos a quienes el gobierno atribuye la organización de las protestas gozaran de semejante cuota de poder, difícilmente la presidente Cristina Fernández hubiese obtenido el 54 por ciento de los votos hace apenas un año, cuando esos mismos medios ya eran críticos hacia su gestión.

Si la imagen de la mandataria sufrió semejante deterioro en tan poco tiempo fue, sin lugar a dudas, por sus desaciertos, por su estilo autocrático y su empecinamiento en subestimar a la ciudadanía, intentando convencerla de que el relato está por encima de la realidad.

Apenas se inició su segundo mandato, muchos creyeron que llegaba el momento del fortalecimiento de la institucionalidad en la República Argentina. Sin embargo, la experiencia demostró lo contrario. Cristina ha acentuado los embates contra las instituciones de la República y encontró un enemigo en cada voz crítica.

La gran pregunta a partir de ahora es cómo reaccionará el gobierno frente a semejante movilización popular. Si se tiene en cuenta la experiencia reciente, es probable que no se mueva un ápice del rumbo planteado hasta el momento.

De todos modos y más allá de la importancia simbólica de las manifestaciones de anoche, lo verdaderamente trascendente está aún por venir: el año que viene, en la Argentina se realizarán las elecciones legislativas de cuyo resultado dependerá la posibilidad de que el kirchnerismo busque el poder total y eterno.

Frente a este escenario, la responsabilidad de la oposición política y de los ciudadanos dispuestos a defender la democracia y la república, será clave.