A propósito del 8 de noviembre

Un mensaje para muchos

Enrique A. Escobar Cello

El sufragio es seguramente el más emblemático acto de ejercicio de una democracia, pero de ninguna manera significa necesariamente la práctica de una democracia real y republicana, tal como está plasmada en nuestra Constitución.

Un severo concepto ético de gobernantes, magistrados judiciales y legisladores para afianzar la calidad de los institutos republicanos, el irrestricto cumplimiento de las pautas que marca nuestra Constitución y las leyes, la alternancia en el poder para afianzar el sistema, el respeto por las minorías y la respuesta material concreta de desarrollo, prosperidad y seguridad que el sistema democrático republicano debe facilitar a la totalidad del pueblo de la Nación para que éste se realice con fuentes de trabajo y salarios genuinos y equitativos.

Sin respuestas materiales concretas para el ciudadano ¿Cuál sería el sentido de la democracia? El ciudadano espera del sistema que pone en manos de sus gobernantes mucho más que el ejercicio de elegir. Espera un horizonte de prosperidad, seguridad, trabajo y bienestar.

Sin contenidos concretos, sin respuestas positivas, la democracia pasa a convertirse en una cáscara hueca y sin sentido. Una fábula que defrauda el contrato social que suscriben electores y elegidos.

La ciudadanía se somete a las reglas del sistema de la democracia republicana, acatando sus deberes y beneficiándose con sus derechos de libertad, con la esperanza cierta de alcanzar dentro de este sistema la felicidad personal y familiar que se cristalizará con el fruto de los puestos de trabajo que sus gobernantes sabrán generar, el acceso a un techo digno, la correcta alimentación de su familia, la educación de sus hijos, en fin, la atención de la salud, seguridad y bienestar del grupo familiar y el respeto de sus bienes y propiedades.

Lo antedicho está garantizado en nuestra Constitución Nacional, ese gran manto que debería cubrirnos a todos los ciudadanos por igual, y que nuestros gobernantes vienen confundiendo frecuentemente con un traje propio, cuyas medidas deben ajustarse a sus intereses políticos coyunturales con reformas arbitrarias que desvirtúan su espíritu.

El robusto pensador francés Jean Francois Revel, recordaba en su obra El Conocimiento Inútil, la exclamación de un dirigente africano que viene muy a cuento de la situación por la que atravesamos los argentinos y el grueso de las naciones latinoamericanas: “Subdesarrollados no son los pueblos... ¡lo son sus dirigentes!”.

Algunos antecedentes históricos

Poco antes de las elecciones que consagraron presidente a Raúl Ricardo Alfonsín, ningún observador político lo consideraba seriamente el candidato triunfante; el peronismo venía invicto y nada hacía suponer que estas elecciones serían diferentes. Hasta que ocurrió el cierre de campaña radical en la avenida 9 de Julio.

Ahí se congregaron más de 800 mil almas para aclamar al candidato radical y esto cambió la perspectiva del paisaje político de entonces. Porque, ¿cuántas personas de la clase media no salen de sus casas para concurrir a una concentración, por cada una que concurre? ¿cinco, diez? Nunca menos.

La clase media argentina le estaba mandando un claro mensaje al candidato radical: “Sos nuestro hombre”. Y así fue, el 52% del electorado se manifestó en las urnas a favor de su candidatura.

No comprender que el grueso de esos votos no eran radicales y que, por tanto debía gobernarse para todos los argentinos con criterio realista, generó a pesar de la honestidad de su gestión- la caída de su popularidad, la pérdida de elecciones de la UCR (parciales primero y generales después) y, finalmente, su anticipada salida del poder seis meses antes del cumplimiento de su mandato.

En octubre de 2001, en elecciones para renovar bancas del Congreso de la Nación, más de diez millones de ciudadanos (La Nación 16/10/2001) anulan voluntariamente su voto, votan en blanco o no concurren a comicios. Sin salir a las calles, sin proferir un solo grito, sin romper una vidriera, en una silenciosa (y ensordecedora a la vez) manifestación, le enviaban al presidente De la Rúa un claro mensaje de repudio a su gestión.

El gobierno del doctor De la Rúa poco y nada hizo al respecto. Sordo de sordera absoluta, el presidente siguió “haciendo la plancha”. En diciembre de ese mismo año, el presidente De la Rúa presentaba su renuncia, en medio de populosos cacerolazos al grito de “que se vayan todos”, y sangrientos hechos que son del conocimiento de todos.

De la Rúa había triunfado con casi el 49 % de los votos apenas dos años antes de esto.

Ahora, la presidente Fernández tuvo un anochecer del 8 de noviembre con más 60 mil personas en una de las puertas de su residencia de Olivos, más de 300 mil en el obelisco y Plaza de Mayo y docenas de miles de argentinos en distintos puntos de la Capital, el gran Buenos Aires y el interior del país, reclamando una gestión de bienestar general, seguridad, honestidad y alternancia en el cargo de presidente de la Nación. Democracia real, en una palabra.

A esos centenares de miles no se los llevó en micro, no les dieron un choripan ni se les prometió plan alguno. Fueron por las suyas, caminando.

¿Escuchará este mensaje popular la señora? ¿Habrá hecho, ella o alguno de sus asesores, ese cálculo de cuantos ciudadanos de clase media se quedan en casa por cada uno que sale a manifestarse? ¿O seguirá yendo por ese todo que a la larga le sumará nada?

La señora de Kirchner cumplió recientemente un año del triunfo electoral de su reelección con el 54% de los votos.

En esa marcha, se escuchó nuevamente el grito “que se vayan todos”.

Desde la oposición ningún político ha sabido capitalizar la aspiración general por un porvenir con democracia real, con desarrollo económico, justicia social, ética y seguridad. ¿Será porque no se ocupan o porque no se preocupan? ¿Porque no saben, porque no pueden o porque es mucho trabajo ponerse a estudiar en serio cuáles son las respuestas a nuestra problemática?

La ciudad de Buenos Aires tiene un Jefe de Gobierno que dice aspirar a la presidencia de la Nación, y que ha sostenido repetidas veces que quisiera ser el Frondizi del siglo XXI.

El Ingeniero Macri (de él hablamos) está gobernando la más importante caja de resonancia de la República, quiere ser presidente y pretende emular a Frondizi ¿Se ha puesto el traje de candidato presidencial, ocupándose activamente de los problemas nacionales e instalando en la Capital un contra atril para responder desaciertos y formular propuestas concretas para toda la Nación? ¿Estudia Macri la problemática nacional y nuestra inserción en el mundo desarrollado? Si lo hace, no lo ha demostrado diciéndolo en sus discursos. Frondizi lo hacía...

El candidato Macri baila al ritmo de la música que el oficialismo le toca. Se deshace tratando de resolver coyunturas de su administración y no atiende los problemas nacionales. No debidamente, cuando menos. Lo distraen de los verdaderos objetivos a gusto y paladar.

Otro candidato que aún no se termina de pronunciar- Scioli, quiere ser como Lula.

Son buenos los paradigmas elegidos, pero, ¿por qué no querer ser serios nomás, estudiar los problemas, procurar las soluciones y exponerlos al pueblo de la Nación, sin necesidad de tratar de emular a nadie?

¿Y los otros precandidatos? Alfonsín hijo; de la Sota; Binner... ¿Formulan propuestas concretas, serias y planificadas? ¿Tienen fórmulas para sacar a la Nación del miedo y la dependencia?

Esos centenares de miles de argentinos que salieron a las calles a manifestarse y reclamar por soluciones concretas a problemas concretos no se casan con nadie. Lo del 8 de noviembre no es algo que solamente nuestra presidente debe saber escuchar y mensurar, también la oposición debe hacerlo.

 

Un mensaje para muchos

“Respeto a la Constitución” se lee en una de las banderas que fueron desplegadas ayer en Buenos Aires. El ciudadano espera del sistema que pone en manos de sus gobernantes mucho más que el ejercicio de elegir. Espera un horizonte de prosperidad, seguridad, trabajo y bienestar.

Foto: EFE