El poder fundamental

Arturo Lomello

Existen dos poderes en el mundo, lo podemos verificar en cada momento que vivimos. Uno es el poder de la violencia desde sus múltiples expresiones, ya sea el que otorgan las armas hasta el derivado de la economía. El otro es el del amor, también presente, aunque cada vez más escaso, y que se evidencia en los hechos que unen a los hombres más allá de todas sus diferencias o, precisamente, valorando las distintas riquezas que los hace diferentes.

El poder del amor jamás establece un dominio, persuade sin violentar la conciencia de nadie. Todo lo contrario de lo que ocurre en la realidad de la política mundial y en sus raíces, que actúan en la vida cotidiana de cada uno de nosotros. La cuestión es muy simple, pero paradójicamente la complicamos de tal manera que pasan los siglos sin que el poder del amor haya podido establecerse en la conducción de los pueblos.

En nuestro tiempo tenemos ejemplos admirables del poder del amor y también el de la violencia. Del primero, ¿cómo no tener en cuenta a Mahatma Gandhi? ¿Y del segundo como mención a Adolfo Hitler, entre tantos otros? Alguien ha dicho que Gandhi pudo llevar a cabo su obra de liberación porque contó con un pueblo que, aunque endurecido, mantenía aún su sensibilidad humana. Por lo contrario, de toparse con la crueldad hermética del nazismo hubiera fracasado. Sin embargo, una vez más los hechos evidencian, para quien tiene ojos para ver, que el poder violento se autodestruye, aunque tenga un reinado cruel y aparatoso. Mientras el poder del amor permanece incólume, aun a pesar de su aparente fracaso.

El nazismo no ha desaparecido; sigue produciendo destrucción. Gandhi, su poder amoroso, sigue creando un rumbo de armonía, es la distancia entre la vida y la muerte, entre el sin sentido, el nihilismo y la creación.

La violencia no solamente destruye el contorno sino que termina destruyéndose a sí misma. Se trata de una verdad que la experiencia demuestra permanentemente. En cambio, donde opera el amor, pase lo que pase, queda siempre la liberación y el ejemplo que no muere aunque muera quien lo ha encarnado.