Día Mundial del Prematuro

Una de tres embarazadas no cumple los controles

 

La falta de chequeos clínicos y de laboratorio es una de las causas de partos antes de término. En Neonatología del Hospital de Niños, el 18 % de los bebés son prematuros. Historias de recién nacidos que la pelearon junto a sus familias.

 

Agustina Mai

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Un embarazo bien controlado implica cinco chequeos clínicos, dos análisis de sangre y dos ecografías. Pero el 23 % de las madres no cumplen con los primeros y el 35 % no se hace los análisis de laboratorio, según estadísticas del Hospital de Niños Orlando Alassia. Es decir, que una de cada tres futuras mamás no está bien controlada y esto puede provocar un nacimiento prematuro.

“La prematurez es definida por la Organización Mundial de la Salud como todo niño que no completó las 37 semanas de gestación intraútero, es decir que no nació a término”, explicó Nora Racigh, a cargo de Neonatología del Hospital de Niños.

Según estadísticas mundiales, 8 de cada 100 niños nacen prematuros por diversas causas. “Pueden ser por un parto múltiple, por hipertensión arterial de la madre, a causa de deficiencias de nutrición en la mamá, infecciones o un embarazo sin controles”, enumeró Racigh.

Por eso remarcó la importancia de realizar todos los controles y hacer la primera consulta antes de las 20 semanas de gestación. “Se pueden acercar al dispensario para hacer los análisis, detectar si hay alguna patología y hacer el seguimiento”, recomendó.

Tecnología y contacto

Anualmente unos 800 niños son internados en Neonatología del Alassia, de los cuales el 18 % son prematuros. “Un bebé prematuro tiene que ir a Neonatología porque se le deben hacer controles. Como no tienen una buena succión, se les suministra la leche materna por una sonda”, detalló Racigh.

Pero la tecnología no reemplaza algo tan básico como el contacto piel a piel. “El niño dispone de toda la tecnología, pero necesita el contacto con su madre. Promovemos ese contacto para estimular la lactancia materna”, aseguró la médica.

Para ser dado de alta, el bebé debe cumplir las 37 semanas de gestación “corregidas” (se completa en la incubadora el tiempo que le faltó dentro del útero) y pesar por lo menos dos kilos. Es decir, que “el niño haya sorteado todos los inconvenientes relacionados a su prematurez”, resumió Racigh.

Pero el seguimiento debe continuar, por lo menos hasta los tres años, con controles pediátricos y oftalmológicos, y estimulación temprana (fonoaudiólogos, kinesiólogos, psicólogos).

Algunos bebés prematuros pueden quedar con secuelas en la vista y su desarrollo muscular, pueden tener parálisis cerebral o pequeñas hemorragias.

Padres que ayudan a otros padres

“Ser padre o madre de un niño prematuro significa recorrer un camino con obstáculos. Los que hemos pasado por esta situación sabemos lo beneficioso que es tener un lugar de encuentro, apoyo y aprendizaje. Por este motivo, es que un grupo de padres conformamos ‘Madurar juntos’, esperando que todas las personas que atraviesan el nacimiento de un ser amado de forma prematura, encuentren un lugar donde puedan pedir información y contención”, cuenta Daniela Buda, coordinadora de esta asociación sin fines de lucro.

“Madurar juntos” promueve la relación médicos-padres, ayuda a los padres para resolver situaciones después del alta y fomenta el seguimiento del bebé hasta finalizar la escolaridad.

Uno de sus logros fue concretar la impresión de 300 libretas de salud, que registra la historia clínica del niño en forma completa y es muy útil para el seguimiento, desde el nacimiento hasta finalizar la escolaridad. Esto fue posible gracias al apoyo del Rotary Club Santa Fe Noroeste. Para contactarse con esta asociación, se puede escribir al e-mail: [email protected].

“Dependía de un milagro porque era muy chiquita”

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Romina Meyer (14 años) tuvo un embarazo normal hasta los cinco meses y medio. Pero en la semana 23 de gestación rompió bolsa. “Nos dijeron que la beba era muy chiquita, que era muy riesgoso. Nos prepararon para lo peor”, relató su mamá, Liliana Roa.

El 23 de enero nació Kiara con un peso de 625 gramos. “Yo estaba contenta porque pensé que me la iban a dar al otro día. Pero me di cuenta de que era muy chiquita y de que iba a pasar más tiempo. Eso me angustiaba mucho”, contó Romina.

La joven mamá fue dada de alta, pero Kiara quedó internada en Neonatología del Instituto de Diagnóstico. En incubadora y con respirador, la beba fue perdiendo peso y llegó a 475 gramos. “Los médicos nos dijeron que dependía de un milagro porque era muy chiquita”, recordó la abuela.

Durante dos meses y medio, Romina y Liliana pasaron sus días dentro del sanatorio. “Al principio, sólo podía mirarla y me sacaba leche para que ella tomara. Tuve que esperar dos semanas para tocarla y un mes para alzarla”, recordó.

La alegría de las primeras caricias no estaba exenta de temores. “La higiene estaba muy controlada, pero me daba miedo de que entrara un germen. Kiara era muy chiquita y muy indefensa. Pero el contacto con su mamá era necesario”, recordó Liliana.

Hoy, la beba pesa siete kilos y está por cumplir 10 meses. Sigue estrictamente los controles médicos y la estimulación temprana. “Ya se para, hace fuerza con las piernitas y da vueltas”, contó Romina.

Ser madre adolescente no es fácil, por eso es fundamental el acompañamiento de la abuela. Romina, su pareja -Mauro Luna- y Kiara viven con ella. “Kiara es mi sol. Paso mucho tiempo con ella porque quiero que Romina termine la escuela”, concluyó Liliana.

“Tuvimos que afrontar la paternidad lejos del ideal imaginado”

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Selene Imsand y Matías Acanfora Greco buscaron ser padres con especial ahínco hasta que el tan deseado embarazo llegó. Pero el nacimiento se adelantó dos meses. “Cuando nació Camilo, miles de sentimientos encontrados nos invadieron. De repente, tuvimos que afrontar la paternidad lejos del ideal que habíamos imaginado”, contó Selene.

Felicidad por la llegada de Camilo; angustia por verlo tan chiquito e indefenso. Todo eso se conjugaba para estos padres primerizos. “Nuestro bebé apenas cabía en la mano de su papá y estábamos separados por el cristal de la incubadora, atravesados por cables, sondas y molestos ruidos de máquinas. Fue muy difícil no poder tenerlo en brazos los primeros días, no poder darle el pecho, dejarlo cada noche solo en la incubadora, tan lejos de nosotros”, recordó la mamá.

Durante más de un mes, la vida de este joven matrimonio giró en torno a las idas y vueltas a la Neonatología. “Vivíamos llenos de ansiedad y esperanza, festejando cada pequeño paso en el avance de la frágil salud de Camilo, anhelando el momento de poder llevarlo a casa”, relató Selene.

Cuando finalmente les dieron el alta, la felicidad se mezcló nuevamente con el temor. “Llegaron los nuevos miedos sobre si seríamos capaces de cuidar bien a nuestro bebé, lejos de los médicos y las enfermeras”, confesó Selene.

Hoy, Camilo cumplió 14 meses y su prematurez parece haber quedado atrás. “Es un niño feliz, inquieto y curioso que camina para todos lados con su sonrisa gigante”, concluyó orgullosa, su mamá.