Volver al origen, la re-evolución

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La construcción en barro permite una solución económica, ecológica e integradora. En Arroyo Leyes, los integrantes del taller El Hornero apuestan por mejorarla día a día, dentro de un esquema tendiente a mejorar la calidad de vida.

 

TEXTOS. FEDERICO AGUER ([email protected]). FOTOS. mauricio garín y el litoral.

Esta no es una nota común. Es un intento por describir algo que, por ser tan simple, resulta siendo extraordinario. Se trata de puentes, de caminos, de lagunas, del barro fundacional de nuestra Santa Fe, y de la valentía de alguien que se animó a “dar el salto” a otra manera de vivir. Ese “salto al vacío”, del que hablaba un viejo filósofo alemán, que implica tener fe en algo trascendente. Una Fe de dogma religioso, o una fe en uno mismo y en la certeza de que otro modo de vivir es posible. Acaso así lo entendió Carolina Lazzarini, quien decidió transitar por otra vía, un poco más ligada a la esencia de las cosas.

La excusa de esta nota podría ser la construcción en barro, tal vez el aspecto más visible del grupo que ella integra, algo que surgió como “una experimentación, un juego”, según nos dice esta arquitecta que, pese a nacer en el seno de un estudio tradicional de la ciudad, decidió emprender un camino alternativo. Pero la nota, como el Taller, apunta un poco más allá.

Todo comenzó a raíz de la necesidad de restaurar la Casa de los Aldao (monumento viviente de la época de la construcción en barro), cuando surgió la iniciativa de traer a un especialista italiano en adobe. Y, a través del cursado de un taller dictado por un referente mundial en el tema como es Jorge Belanko, la idea se fue empezando a moldear.

“Ninguno de nosotros podemos dudar de la belleza ni de la eficiencia térmica de esta casa o del convento de San Francisco”, argumenta la arquitecta, a quien este tema la llevó a repensar una alternativa posible para la construcción que se basara en este legado de la historia.

BENEFICIOS

En principio, la técnica era apropiable, ecológica, económica y de muy bajo costo ambiental. “Hay muchos aspectos positivos que justifican repensar esta técnica de construcción”, agrega con un entusiasmo que contagia.

Por eso, 4 años atrás decidieron empezar con un pequeño taller, redescubriendo de manera cotidiana que existía un universo paralelo al hormigón, al vidrio y al acero. Y empezaron a levantar paredes. “Inicialmente experimentamos con los talleres, ya que los mismos no están encuadrados desde lo sistémico o institucional. Por eso encaramos el camino alternativo, casi como un juego, sin muchas expectativas. Pero las casas se iban terminando, y no sólo me satisfacía su aislación térmica, sino el concepto de reciclaje, el uso de la madera, que resignificaba los materiales y con bajo impacto ambiental, sin generar escombros ni basura”, dice Carolina, mientras recorremos la primera casa que terminaron dos años atrás, en la que dan ganas de quedarse a vivir. Se trata de un ambiente con un baño, ventanas recicladas y el primer techo con césped que desarrollaron en su pequeña galería, que le aporta una rusticidad y calidez entrañable.

Los resultados obtenidos los impulsaron a ir por más. Y del sistema tradicional de adobe se largaron a uno portante, que demostró aún más beneficios. Hoy, el grupo exhibe una casa de dos plantas que así lo demuestra. Allí, la evolución incluye mejoras en el techo verde, dos dormitorios y la ampliación y decoración de los ambientes. Para Carolina la casa puede funcionar como un sistema, donde un ambiente de barro permite una temperatura constante de ahorro energético. En verano, no se necesita un aire acondicionado, y para calentarlo en invierno, basta con una pequeña salamadra. “La eficiencia se logra desde un lugar más sólido”, define Carolina en términos arquitectónicos.

UNA REALIDAD, UN GRUPO

Las raíces del grupo El Hornero se sustentan en un concepto bastante más abarcativo: la permacultura. Una idea global que propone redefinir el rol del hombre en su relación con el otro, con el medio ambiente que lo rodea y consigo mismo. Más despojado de las presiones del consumo y más cerca de lo esencial. “Empezamos el camino de la autoconstrucción utilizando el concepto de permacultura, vinculado al hábitat y a generar formas de vida autosustentables y en equilibrio, donde el ser humano no sea ni la cúspide de la cadena ni el dueño, sino un integrante más del ecosistema”, agregan. En definitiva, un sistema de vida en armonía: “Sé más, tené menos”, dispara Carolina, con una sonrisa de oreja a oreja.

Por eso mismo, el sistema de autoconstrucción de las casas tiene un esquema fuertemente comunitario. Lo llaman “mingas”, una idea de trabajo solidario donde todos colaboran en la construcción de la casa del otro.

“La gente viene a embarrarse, a aprender a construir desde lo más pequeño, como la casita para su perro. Vienen empleados bancarios, profesionales, y mientras trabajan se capacitan con nosotros. Porque volver a la tierra te reconecta. Que no usemos corbata no implica que no trabajemos, ya que vivimos un proceso que nunca termina, que se amplía cada vez más”, explican, mientras avanza la ronda de mate acompañada por panes y tortas negras caseras.

Les dije que no era una nota cualquiera. A lo largo de la entrevista, se me hace difícil catalogar el enorme caudal de ideas que me cuentan. Acostumbrado a rotular, poner cifras y números, a definir cada situación, el planteo de este grupo humano me desarma los esquemas de trabajo periodístico en cada momento de la charla.

Por suerte, Carolina comprende e intenta colaborar. Me propone entonces una aproximación a lo que hacen: “El taller de autoconstrucción es un espacio de expansión de la conciencia, que busca una alternativa frente a una forma de vida distinta, que se plantea más desde la reducción del consumo, la búsqueda de un alimento más sano, de mejorar la manera de vivir, de hacernos cargo y de actuar en consecuencia”. Gracias.

Además, la charla salta de la arquitectura a la biología, de la historia a la sociología, de la psicología y la búsqueda de uno mismo a las proyecciones para el futuro.

Respecto de esto último, han avanzado en el concepto de la soberanía alimentaria, yendo más allá de la huerta orgánica que ellos mismos cultivan, en la gestión de un banco de semillas. “Que el tomate vuelva a ser rojo”, dicen sonriendo, para lo que plantean abandonar el uso de semillas híbridas.

La permacultura es un principio de equilibrio basado en el cambio de paradigma actual. “Estamos pulsando formas nuevas, y no estamos solos”, nos dice Carolina. Y agrega que cuando las creencias se disuelven, surgen las crisis que moldean el futuro. En eso están ellos, planteando “una terrible desobediencia” al sistema de consumo. “Está pasando, es real. La realidad se sostiene en un sistema de creencias, y cuando éstas dejan de creerse, ésta colapsa”, analiza.

En esto de volver al origen, también redescubren elementos de la medicina natural, por ejemplo, los partos en la casa. “Queremos la reconexión, la ampliación”, sostienen.

PUENTES QUE UNEN

Para ellos, ahora la idea es compartir con “el otro lado del puente”, toda esta movida. “De ahora en más resta saber qué hará la sociedad y las entidades, si lo toman y hacen algo con esto. “El sistema es eficiente, es bello, es conveniente, se puede encuadrar en una currícula universitaria, y estaría buenísimo que el Colegio de Arquitectos lo estudie. El Congreso de la Nación lo declaró de interés, y eso nos da fuerza para hacerle un encuadre jurídico”, dice Carolina. Para ella, los cambios de paradigma no se pueden detener, transforman al ser humano: explotan. Lo que ocurre con eso depende de todos, ya que se repiensan y se integran nuevas normativas, es algo que ya está pasando y no se puede frenar.

“La gente de la zona lo adoptó, y algunas universidades también, como la Tecnológica y la de Tucumán, que ya tiene un centro de estudios sobre el tema. Es que la problemática ambiental es un tema a nivel mundial”, dicen los miembros del El Hornero.

En el taller, la experimentación no se detiene nunca, ya que buscan la multiplicación exponencial de la idea. “Vengo de un estudio de arquitectura, y creía que el barro era para los pobres...hasta que descubrí una casa que te da la tierra, con una escala femenina y de fácil construcción. Tuve 30 años de formación profesional y 10 de ir desaprendiendo un poco algunos conceptos aprendidos”, cuenta entre risas Carolina.

Ella refleja la felicidad en su mirada. Una felicidad que ví pocas veces, tal vez entrevistando a aquellos que tuvieron la valentía de “tener menos” y “ser más”. La de aquellos que no sólo lo entendieron, sino que se animaron a saltar a ese vacío de cosas, pero lleno de sensaciones que regocijan.

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Todo comenzó a raíz de la necesidad de restaurar la Casa de los Aldao (monumento viviente de la época de la construcción en barro), cuando surgió la iniciativa de traer a un especialista italiano en adobe.

HISTORIAS DE VIDA

En esa “catarata” de información, se cruzan los testimonios de los integrantes del grupo. Como el de Bastién, un chico de Francia que recaló en Arroyo Leyes atraído por la magia de este movimiento. Nos habló del caso del arroz en secano y orgánico realizado en Japón, basado en el principio de equilibrio de la naturaleza. “Ese principio que se da todo el tiempo”, dice con un marcado acento que denota su origen. También nos habla de su experiencia en el sur con grupos similares que ya tienen apoyo de algunas instituciones.

O como el caso del “Mago”, un entrerriano que probó con ser cordobés y que decidió ser santafesino, que sostiene que acá, simplemente, es feliz. “Viví 12 años en el centro de la ciudad de Córdoba. Y empecé a sentir cosas que no podía expresar; porque la ciudad te lleva a un ritmo muy agitado, de mucho consumo, y decidí empezar a viajar y conocer gente. Y descubrí que había otro mundo, pese a que mis viejos me recalcaron que la única forma de ser alguien en la vida era con un título”, nos cuenta. Para el Mago, el viaje también fue interno, lo que lo llevó a ir desarmando los conceptos y límites que nos imponen. “Los conocí a ellos y a Carolina, y pese a que siento que todavía me falta cumplir etapas, me siento feliz”. Y agrega que tal vez lo que más lo convenció de su decisión fueron los niños. “Los chicos tienen algo propio que merece la pena compartir. Ellos tienen otra percepción de la vida y estamos aprendiendo de ellos, intercambiando información con ellos. Trabajar el adobe de chiquitos les planta una semilla que les marcará la vida, y creo que el sentido de este lugar es un poco eso. A ellos no les podemos enseñar nada, lo tienen adentro” dice convencido.

Para Carolina y los miembros del grupo, la búsqueda del taller implica integrar ese conocimiento original de nuestra zona, propio, que nos remite al barro, a la Laguna Setúbal, como un hecho cultural, enriqueciéndolo con el diseño, con el tratamiento del agua, con formas alternativas de energía como la solar, con techos verdes. En definitiva, con un diseño ecológico de verdad.

Ahora, hay que ver cómo la sociedad toma estos cambios. “No podemos pretender cambiar el mundo, pero nos propusimos un cambio desde adentro hacia afuera, construyendo nuestras propias casas, y vimos que la autoconstrucción es posible y deseable”, argumentan.

Es más, ese proceso que hace que la familia entera trabaje la casa con sus propias manos, la une desde otro lugar, la hace sentir que puede. Económicamente es mucho más factible, abaratando la mano de obra y reemplazando materiales con arcilla, barro y arena.

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los integrantes. los miembros del taller el hornero impulsan un cambio en el estilo de vida.

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calidez. el adobe le imprime un sello característico a las casas.

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materiales. los caracoles, provenientes de la laguna setubal, decoran una columna de la vivienda.

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estilo. el concepto de una casa que funcione como un sistema se refleja en el reciclaje de los materiales.

El taller de autoconstrucción es un espacio de expansión de la conciencia, que busca una alternativa frente a una forma de vida distinta, que se plantea más desde la reducción del consumo.

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“la chacana” fue desarrollada en la reserva ecológica para demostrar la eficiencia del barro, tres años atrás.

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herencia inmigrante. el piso de madera con cámara de aire imita el legado de los inmigrantes italianos. la cámara de aire es un aislante térmico y de la humedad.