EN EL SANTUARIO DE LOS MILAGROS

Recuerdan al Hermano Figueroa

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Será el lunes, en conmemoración de los setenta años de su fallecimiento.

Foto: Archivo El Litoral

 

Al recordarse los setenta años de su fallecimiento, mañana se celebrará una misa por el siervo de Dios José Marcos Figueroa. Será a las 19.30 en el Santuario Nuestra Señora de los Milagros (San Martín esquina Gral. López), y presidida por el arzobispo, Mons. José María Arancedo.

Al finalizar la misa se rezará una oración junto a su tumba.

Siervo de Dios

José Marcos Figueroa nació en Tinajo, en la Isla de Lanzarote, el día 7 de octubre de 1865. Hijo de Nicolás Figueroa y Rafaela Umpiérrez, fue el mayor de cuatro hermanos.

Toda su familia marchó hacia Uruguay en el año 1873. Se instalaron en Santa Lucía, en la zona de Canelones, cercana a Montevideo, y se dedicaron a la agricultura tal como en su tierra natal. José Marcos era necesario para sus padres, por lo que asistió a la escuela solamente cuatro meses y permaneció junto a sus padres hasta cumplir 20 años.

El 30 de enero de 1886 se fue a Montevideo siguiendo el llamado de la vocación y poco después, el 12 de agosto de 1886, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús, en Córdoba. Meses después, en mayo de 1887, José Marcos contrajo la enfermedad de la viruela, experiencia que lo marcó profundamente por la muerte de su enfermero, que se contagió de esa enfermedad.

El 28 de mayo de 1888 el hermano partió destinado a Santa Fe, donde terminaría su noviciado. Delante del Padre Bustamante pronunció sus votos perpetuos el 15 de agosto de ese mismo año, y comenzó a trabajar en el Colegio con el oficio de segundo enfermero y de comprador. Poco tiempo después inició también su trabajo en la portería ayudando al hermano Laurindo Da Silva, quien se desempeñaba en el cargo desde 1862. Fue Da Silva quien le enseñó a Figueroa el ‘arte de ser portero’.

Calidez humana

Fueron cincuenta y cuatro años de vida religiosa, de los cuales cincuenta y dos transcurrieron en la portería del Colegio. Durante ese tiempo, el Hermano Figueroa fue una persona de la que se decía que ‘hablaba de Dios‘ con su manera de ser, con su vida y con sus pequeñas obras cotidianas. El cariño de tantas personas que gozaron de su intercesión y el agradecimiento que acercó a multitudes de alumnos y familias del Colegio y Santuario se evidenciaron tras su muerte, ocurrida el 19 de noviembre de 1942.

Allí se rompió el silencio: una importante cantidad de personas acercó su pésame al Colegio, y acompañó el que se creía el último adiós de sus restos mortales.

Diez años después, 1952, mientras se trasladaban los restos de los Jesuitas enterrados en el Cementerio de Piquete, encontraron el cuerpo incorrupto del Hermano Figueroa. Inmediatamente, la comunidad jesuita comenzó los trabajos para introducir la causa de canonización. Los padres jesuitas pidieron permiso a Roma para exhumar los restos del Hermano y trasladarlos hasta la Iglesia de los Milagros para enterrarlos allí, donde actualmente se encuentran y son visitados por innumerables devotos que le agradecen y piden intercesión.

La calidez humana, distintivo de su vida, caracteriza también al Hermano Figueroa en este tiempo de espera en que escucha a quienes se acercan a pedir su intercesión en las pequeñas cosas de todos los días.