Los beneficios del arte de la persuasión

Barack Obama, campeón de la retórica

Según afirma el periodista y escritor británico Sam Leith en su último libro, “¿Me hablas a mí? La retórica de Aristóteles a Obama”, el presidente estadounidense es maestro a la hora de conmover con sus discursos.

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Barack Obama, sonríe tras pronunciar su discurso de la victoria en el McCormick Place en Chicago. Según Leith, ésta fue una muestra de su enorme poder emocional.

Foto:Agencia EFE

 

EFE

El discurso de Obama la noche electoral, tras el triunfo frente al candidato republicano Mitt Romney, fue “maravilloso y potente”, le hizo sonar de nuevo “cercano a los votantes” y los retrotrajo al líder que era en 2008.

“Obama lloró, se mostró emocionado, parecía no sólo que había ganado las elecciones, sino que había cargado las pilas. Mostró una vez más esa especie de poder emocional que ya transmitió en la victoria de 2008. Fue un discurso muy potente”, señaló en entrevista con EFE Leith, autor de cinco libros y que ha trabajado para diarios británicos como The Daily Telegraph y The Guardian.

En las 340 páginas de “¿Me hablas a mí?”, publicado en español por la editorial Taurus, Leith hace un recorrido por la historia de la retórica desde su nacimiento en la Grecia clásica hasta ejemplos actuales como el de Obama.

El arte del “buen decir”

La retórica, o el arte de la persuasión, es “el intento de un ser humano de influir en otro mediante palabras”, lo que “convence y engatusa, inspira y embauca, entusiasma y engaña”, explica Leith.

En su opinión, lo que la Real Academia Española define como “arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover” se ha ido transformando para adaptarse a las nuevas tecnologías, los blogs y la publicidad.

Sin embargo, sus bases fundamentales son las mismas que hace 2.500 años, aunque ya no se impartan de forma teórica en las escuelas.

El escritor británico de 38 años destaca en su obra la fuerza que han tenido en este campo maestros como Satán, Marco Tulio Cicerón, Abraham Lincoln, Winston Churchill, Adolf Hitler o Martin Luther King, además del propio Obama.

En este sentido, la retórica del líder demócrata estadounidense es para Leith “brillante“: “Habla con musicalidad y talento. Sabe cómo hacer que su discurso suene bonito y digno de recordar. Es un orador muy poderoso”.

Antítesis, quiasmos, apóstrofes, preguntas retóricas, metáforas, hipérboles, todas son figuras y juegos del lenguaje para influir en el oyente, pero deben ser “invisibles”, porque “en cuanto percibimos que está actuando sobre nosotros, desconfiamos”.

Discursos memorables

“Como norma general, desde Platón hasta hoy día, tendemos a desconfiar de la gente que parece demasiado buena hablando y usando la retórica”, apunta el experto.

El discurso de Obama funciona en EE.UU. pero no en otros países ya que para el pueblo estadounidense, tradicionalmente más religioso, las palabras de su presidente “suenan como la Biblia a través de Martin Luther King”.

Sin embargo, esta fórmula no funciona en Europa, donde el público tiende a ser mucho más escéptico.

El ex primer ministro británico Tony Blair “lo intentó un poco en su día y se mofaron de él. En el Reino Unido al menos, la audiencia es mucho más pragmática”, apunta Leith.

Aunque durante siglos el estudio de la retórica y la oratoria fue un terreno vetado para las mujeres, en la historia reciente algunas se han convertido en eficaces oradoras, como la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, la activista malasia Aung San Suu Kyi o la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton. Esta última “es bastante buena, aunque no tanto como su marido. Durante un tiempo, la audiencia la percibía como algo fría y distante, pero creo que ha logrado superar esta percepción. Ahora, es mucho mejor que en 2008”, cuando cayó derrotada en las primarias frente a la oratoria de Obama, más equilibrada y persuasiva.

En sus intervenciones públicas algunos oradores recurren a las lágrimas, una estrategia que Leith considera “peligrosa”.

“Cuando los políticos lloran siempre sospecho, aunque es cierto que a veces se emocionan de verdad. Si parecen espontáneos, es genial, pero no pueden perder nunca la apariencia de honestidad”, concluye Leith.