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“El poder, una bestia magnífica”

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Michel Foucault. Foto: Archivo El Litoral

Si hay un concepto clave, un común denominador en los estudios filosóficos de Michel Foucault, es el de “poder”. Desde sus primeros libros, buscó definir las estrategias del poder en determinados ámbitos y, consecuentemente, poner en tela de juicio diferentes aspectos de la sociedad, mostrando sus debilidades y límites. Lejos de él, sin embargo, las admoniciones, las consignas y los tics de los intelectuales franceses enrolados bajo la égida del “compromiso” y de Sartre; su rebeldía no es, como él mismo consigna, “activa”: “Jamás desfilé con los estudiantes y los trabajadores, como lo hizo Sartre. Creo que la mejor forma de protesta es el silencio, la total abstención. Durante mucho tiempo me parecieron intolerables los aires que se daban algunos intelectuales franceses y que les flotaban encima de la cabeza como las aureolas en algunos cuadros de Rafael”.

No en vano, la polémica entre estos dos popes llevó a Sartre a propugnar lo que debía ser la última de sus artillerías pesadas. Cuando apareció un libro capital de Foucault (Las palabras y las cosas) Sartre pontificó que su autor era el “ultimo baluarte que la burguesía ha erigido contra Marx”.

Con respecto al poder, “esa bestia magnífica”, Foucault cuenta en una entrevista que “cuando empecé a interesarme de manera más explícita en el poder, no era en absoluto para hacer de éste algo así como una sustancia o un fluido más o menos maléfico que se propagara por el cuerpo social y suscitara el interrogante de si venía de arriba o de abajo. Quise simplemente desplegar una pregunta general que es: ‘¿Qué son las relaciones de poder?’. El poder es en esencia de relaciones; esto es, hace que los individuos, los seres humanos, estén en relación unos con otros, no meramente bajo la forma de la comunicación de un sentido, no meramente bajo la forma del deseo, sino también bajo cierta forma que les permite actuar los unos sobre los otros y, si se quiere, dando un sentido más amplio a esta palabra, ‘gobernarse’ los unos a los otros. Los padres gobiernan a los hijos, la amante gobierna a su amante, el profesor gobierna, etc. Nos gobernamos unos a otros en una conversación, a través de toda una serie de tácticas. Creo que ese campo de relaciones es muy importante, y esto es lo que quise plantear como problema. ¿Cómo se da esto, por medio de qué instrumentos y -puestos que, en algún sentido, soy un historiador del pensamiento y las ciencias- qué efectos tienen esas relaciones de poder en el orden del conocimiento? Ése es nuestro problema”.

La locura, la prisión, la vigilancia; de alguna manera la fiscalía, los horrores y la burocracia moderna alcanzan para Foucault un símbolo y un modelo en el Panóptico, esa prisión con una torre central que vigila a las celdas dispuestas en forma circular, que fácilmente pueden controlarse con minucia. “Con su Panóptico Bentham no pensaba de manera específica en la prisión; su modelo podía utilizarse -y se utilizó- para cualquier estructura de la nueva sociedad. La policía, invención francesa que fascinó al punto a todos los gobiernos europeos, es la hermana gemela del Panóptico.

La fiscalidad moderna, los asilos psiquiátricos, los ficheros, los circuitos de televisión y tantas otras tecnologías que nos rodean son su aplicación concreta”.

El poder, una bestia magnífica, que acaba de publicar Siglo XXI, recoge entrevistas, conferencias e intervenciones, en su mayor parte inéditas o traducidas por primera vez al castellano, en las que Foucault habla de una forma coloquial, accesible y esclarecedora de los temas que le preocuparon y sobre los que trabajó toda su vida. Los textos están divididos en tres apartados: “El poder”, “La prisión” y “La vida y la ciencia”.