A propósito de “La flecha y la luciérnaga”

Sobre el placer y la obligación

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Roberto Schneider

Conocí a Alberto Catena como periodista en los inicios de la década del ochenta, y creo que a pesar de títulos, distinciones, honores y festivales nacionales, nunca dejó de serlo, salvo para escribir libros. Hasta hace algún tiempo amó en lo más hondo el riesgo de la cuartilla en blanco que debe ser mancillada en pocas horas, el fragor de la linotipia, la tinta fresca y odorante del diario, y hasta la fugacidad de lo escrito, ese oscuro destino de la página diaria. No es que no creyese en lo imperecedero de las letras (por alguna biblioteca de su casa andan sus notas, sus cuentos, duramente revisados a lo largo de muchos años) sino que sabía -sabe- que el diario tiene una función comunicativa inmediata que permite el sueño de todo escritor; miles de lectores al unísono.

Alberto viene a ser algo así como uno de los más valiosos representantes de la tradición de la crítica teatral en nuestros diarios, el continuador de una línea que arranca, a principios de siglo pasado, con grandes nombres, para dejar a un lado a croniqueros y gacetilleros de menos cuantía.

Lo significativo es que ninguno de ellos intentó recopilar sus críticas diarias, tal vez guiados por esa sensación falsa de que nada hay más viejo que un diario del día anterior, y que en pocas cuartillas y bajo la presión del cierre de la edición, se corre el peligro de lo banal y superficial, es decir, del lugar común y el juicio apresurado.

Quien esto escribe supo de iguales sentimientos en la década del ochenta, para descubrir años más tarde que sólo leyendo la prensa diaria podemos conocer el pulso de un teatro, es decir, su ritmo vital, y establecer el necesario diálogo entre el crítico y los espectadores, cuando aún está fresca la huella de la escena.

Si alguna pasión fatigó -fatiga- sus mejores años es la pasión del trabajo. Alberto era capaz de simultanear sus clases de canto -es en verdad un gran cantante- con su labor en los diarios y las revistas, la asesoría en algún teatro oficial, sus críticas periodísticas, y las inevitables reuniones y responsabilidades que se desprenden de lo anterior. Hoy se mantiene con un ritmo de trabajo tan intenso que no permite más que pensar en una segunda naturaleza. En una ocasión le pregunté, cercanos sus algunos años, si no planeaba su retiro, pero la reacción y desagrado, como en el cine mudo pusieron en crisis las palabras.

Tengo ahora la enorme suerte de presentar su libro. Se lo sugerí apenas terminé de leerlo, sencillamente porque el libro me gusta mucho y también, por qué no, por los largos años de amistad. No sé si hablaré aquí de cómo ya rememoramos antiguas andanzas, recordamos batallas y victorias, saboreamos amigos y enemigos y dividimos honores personales. Cuando termina un festival, después de largas discusiones acerca de lo que vemos junto a nuestros colegas, especialmente Miguel y Julio, suelo decirle con una sonrisa “es que envejecemos, Alberto, el tiempo no nos perdona”. Con un optimismo admirable me responde “no te perdonará a vos, pero a mí sí”.

Este libro se concluyó en septiembre de 2011, y se publicó en Capital Intelectual, una prestigiosa editorial.

Posee el extraordinario valor de un trabajo medular; es testigo cómplice del hecho artístico, y resume varios años de la escena argentina contemporánea y que aún está por valorarse en toda su dimensión.

Así, “La flecha y la luciérnaga” es un profundo estudio sobre la obra de Griselda Gambaro. Pero, en esencia, es mucho más, porque a través de largas charlas con esa pequeña magnífica mujer surge con nitidez el profundo afecto que siente por ella.

En el itinerario del libro, Alberto rescata críticas estupendas y otras espantosas que sobre determinadas obras escribieron algunos colegas de dudoso buen gusto. En la elección de esos trabajos, Catena demuestra no sólo su brillante oficio periodístico, sino también el conocimiento íntimo, técnico y estético de la escena. Por momentos, sobrevuela la categoría del ensayo.

Y en este momento, aunque luego nos extendamos un poquito más, sostengo que indudablemente hay que comprender que la virtud mayor en este libro es el rigor y el respeto al lector, la negación de esa teoría paternalista de que el tono de una crítica periodística debe ser populista para que la comprenda todo el mundo.

Al terminar la lectura de este libro podremos compartir o no sus juicios valorativos, pero tenemos que admitir que Alberto conoce pormenorizadamente su oficio, es honesto, y que respeta tanto al creador como al lector.

Y podemos sostener también que desde antaño el teatro ha sido un escenario de crítica social, un medio al servicio del análisis de temas contemporáneos: describe, desafía, destaca lo uno, indaga en las consecuencias de lo otro, toma partido. Engendrar opinión pública, he ahí su función desde el primitivo ritual religioso hasta la performance posmoderna. Su crítica tiene diferentes grados y formas, muestra tramas generales, rupturas, distanciamientos y nuevas estéticas. En su descripción no sólo entra en conflicto con el público sino también con lo descrito, repercutiendo así en las situaciones. A este proceso dialéctico entre el teatro y la prosa gambariana y la opinión pública alude también el pormenorizado estudio que realiza Catena.

A guisa de ensayo piloto, las distintas imágenes de la autora creadas por su teatro en estos largos años vienen como quien dice a corroborar la definición del teatro como “medio de reconstrucción social” acuñada por Erich Fromm. Entonces destacamos que el teatro ejerce su influencia por medio de las imágenes que otorga de la gente. Cada espectador puede hacer su valoración particular, pero el teatro adopta una postura por la cual se puede medir la propia, ya sea por aprobación o reserva, por consternación o contraste.

Decía T.S. Eliot que el error de todo crítico es juzgar a sus contemporáneos, quizás por aquello de que un artista en plena actividad puede destruir con su próxima obra todo nuestro andamiaje valorativo y hacer inútiles nuestras cuidadosas opiniones. No importa, precisamente sobre estas críticas y rectificaciones se van cimentando los valores que perdurarán, se abren los caminos del futuro.

Por otra parte, el teatro es un fenómeno vital, social, histórico y contextual, y sólo la crítica realizada a las pocas horas de terminado un espectáculo puede revelar la verdadera significación de una obra, y librarnos de transformar la escena en un desván de museo, lleno de bellas figuras de cera, pero que han perdido toda relación con su realidad. Esto me sucede con suma frecuencia cuando leo los libros de historia del teatro, que me recuerdan el doloroso desfile de cadáveres ilustres juzgados como letra muerta.

Este libro de Catena es precisamente todo lo contrario, es la escena viva y fugaz, inatrapable en su dinámica interna pero revelada aquí como una instantánea que detiene en el tiempo el giro de un movimiento y lo deja fijado para siempre. Y ahí están también los aspectos más relevantes de la obra literaria de Gambaro, para el disfrute de los lectores.

Leer este libro, marcarlo, recorrerlo, revisarlo, saborear el recuerdo de cada obra de Griselda fue durante semanas una hermosa sensación. Por un lado estaba el disfrute editorial, ése que nos hace cómplice secreto del autor y que comienza a vislumbrar lo que es este libro una vez publicado.

Y por otro lado estaba latente, mientras escribía este trabajo, el recuerdo de Alberto, su amistad entrañable, y tantos años de tiempo teatral y vital compartidos. Ambas sensaciones se combinan ahora en una mezcla de placer y obligación, que se transformó en una tarea tan cercana que en ocasiones sentí como una conversación crítica sobre nuestro actual teatro. Como tal, y en homenaje a este hombre que tiene fe en nuestra escena y le dedica parte de sus esfuerzos cotidianos, comparto con ustedes la felicidad enorme de contarlo como amigo.

Los libros, también protagonistas

Durante el transcurso del prestigioso encuentro organizado por la Universidad Nacional del Litoral, fueron presentados dos nuevos libros: “Inventario del teatro independiente de Santa Fe”, publicado por la UNL, y “La flecha y la luciérnaga”, de Alberto Catena.

La nota

Alberto Catena agradeció a la UNL por la posibilidad de presentar su obra.

Foto: Luis Cetraro

La nota

Griselda Gambaro

En el 9no. Argentino de Teatro

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