Preludio de tango

Hugo del Carril, con alma y vida

La nota

En “La cabalgata del circo”, junto a la actriz Libertad Lamarque. Foto: Archivo El Litoral

 

Manuel Adet

El 6 de marzo de 1980, Hugo del Carril debutó en ese templo del tango de calle Talcahuano al 975 que fue Caño 14. Esa noche, se dieron cita todos los grandes tangueros de Buenos Aires para darle la merecida recepción, después de tantas proscripciones, a quien ya era considerado una de las grandes personalidades del tango y uno de los tipos más generosos y honrados que haya caminado por la gran ciudad.

Del Carril tenía para esa fecha casi setenta años, pero estaba entero y lo que le faltaba de voz, le sobraba de cancha y carisma. Se dice que arrancó con su tango preferido, “Madame Ivonne”, luego siguió con “Chorra” y “Vieja amiga”. Para entonces Caño 14 vibraba. El público lo aplaudía de pie y pedía a los gritos más temas. “Yo también”, “Tres esquinas”, “Late un corazón”, desfilaron a través de su garganta.

Uno de sus colaboradores observó que se estaba excediendo con el horario. Todo en vano. Esa noche, Hugo del Carril cantó una hora seguida sin parar. No fue su consagración, porque el hombre hacía rato que estaba consagrado en el corazón de los argentinos, pero los que estuvieron presentes esa noche aseguran que nunca lo vieron tan bien y nunca su sonrisa fue tan ancha y tan generosa.

A Piero Bruno Hugo Fontana -así lo bautizaron el 30 de noviembre de 1912-, la fama no le resultaba desconocida. Tampoco la desgracia, el dolor, la incomprensión y los sinsabores de una vida asumida intensamente, con sus luces y sus sombras. Se dice que su primera relación con el tango la tejió siendo casi un niño, cuando aprendió de memoria el tango “Carasucia”, que lo cantaba una empleada doméstica mientras barría la vereda de su entrañable barrio de Flores.

Supo de adolescente que el destino le había otorgado el don del canto y de la pinta. Sin embargo, nunca se la creyó y nadie puede decir que alguna vez haya fanfarroneado con sus virtudes o sus talentos que eran evidentes y auténticos. Carlos Gardel fue siempre su ídolo, el modelo a seguir e incluso a imitar. Cuando alguna vez lo calificaron como el más grande de los cantores, interrumpió al locutor para recordar que el más grande había sido Gardel.

Era un pibe cuando entonaba estribillos en la orquesta de Edgardo Donato y en la de Francisco Canaro. No se confió en sus inspiraciones o en el poderoso caudal de su voz y estudió canto durante años con Elvira Colonese. Para inicios de la década del treinta, el cantor Roberto Acuña lo bautizó con su nombre definitivo: Hugo del Carril. Las radios líderes de la década del treinta lo contrataron entre sus artistas preferidos, pero la hora de su definitiva consagración vino no del escenario ni de la radio, sino de la pantalla, del cine.

Esto ocurrió en 1936, cuando Manuel Romero lo convocó para filmar la película “Los muchachos de antes no usaban gomina”. Allí adquirió estado público su pinta brava, su sonrisa, su impecable peinado a la gomina y su voz cálida y viril. En esa película, Hugo del Carril interpreta uno de sus grandes éxitos: “Tiempos viejos”, escrito en 1926 por Manuel Romero y musicalizado por Francisco Canaro.

A partir de allí se sucedieron los éxitos. Las películas a decir verdad no eran buenas, pero la gente iba a verlo a él, a disfrutar con sus tangos o a emocionarse con las tramas algo sensibleras de entonces. Así se sucedieron “La vuelta de Rocha”, “Tres anclados en París”, “La vida es un tango”, “La cabalgata del circo”, donde conoció a Evita cuando aún no era la esposa del general. La película “La vida de Carlos Gardel” convocó multitudes a las salas.

Los directores Manuel Romero, Luis César Amadori, Mario Sóficci y Luis Bayón Herrera, entre otros, coincidían en que el hombre reunía las condiciones ideales para ser el heredero de Carlos Gardel. Se montó para ello todo un dispositivo publicitario que el propio Hugo del Carril después se encargó de desmontar, porque nunca admitió que sobre temas tan delicados alguien decidiera en su nombre. De todos modos, para los inicios de la década del cuarenta, Hugo del Carril y Luis Sandrini eran -por razones diferentes- los grandes ídolos de la pantalla y los más cotizados. Su presencia en las pantallas se matizaba con sus actuaciones en los grandes locales y salas nocturnas de entonces. Para esa época, grabó sus temas acompañado por las glosas de Julián Centeya.

Cuando en 1943 irrumpe el peronismo en la política nacional, él adhiere a la nueva causa. De origen socialista, siempre sostuvo que el peronismo era la versión nacional del socialismo, pero más allá de las interpretaciones, el dato merece destacarse porque su identidad peronista no fue un detalle en su vida. Cuando en 1949 graba la primera versión de la “Marcha peronista”, él mismo reconoce que en el futuro se lo va a recordar más por ese gesto que por toda su labor como cantor, actor y director de cine.

La relación de Hugo del Carril con el peronismo estuvo a la altura de sus valores y de las exigencias éticas de su personalidad. Nunca se valió de su filiación política para obtener beneficios o para perseguir a alguien. Por el contrario, fue solidario con el bolsillo y con el gesto y dio la cara a favor de amigos sin preguntar de qué lado estaban.

Iniciado como director de cine a fines de la década del cuarenta, filmó en esos años una de sus películas centrales: “Las aguas bajan turbias”, sobre la base de una novela del escritor comunista Alfredo Varela que, para más datos, en esa época estaba detenido. Ni la ideología del escritor, ni su trama orientada por el más riguroso realismo socialista, lo atemorizaron a la hora de hacerse cargo de su proyecto.

Por no ser obsecuente debió padecer las discriminaciones y persecuciones de Alejandro Apold, el poderoso y temible secretario de prensa del régimen. Apold no le perdonó que en una oportunidad Del Carril se negara a cumplir con la orden de ir a cantar a un acto público. “Que cante él”, fue su respuesta. Al desplante se lo hicieron pagar, hasta que en su momento intervino el propio Perón para poner las cosas en su lugar.

La trayectoria de Hugo del Carril como director de cine fue tan importante como la de cantor y actor. Su ópera prima fue “Historia del 900”. Después vinieron “Surcos de sangre”, “El negro que tenía el alma blanca” y en 1954 una de sus obras cumbres: “La Quintrala”. Su cine por supuesto que es controvertido, pero no se lo puede desconocer. Las películas de Hugo del Carril se comprometen con el drama social y, en otro registro, con los dramas existenciales. Filmó mucho y la obra es despareja, pero hay una amplia coincidencia en admitir que “Las aguas bajan turbias” y “La Quintrala” fueron sus máximos logros estéticos.

La caída del peronismo en 1955 le representó una temporada en la cárcel y el exilio en México. Volvió en tiempos de Frondizi y le costó mucho recuperar su platea. Filmó, actuó en más de una película olvidable, dirigió programas de TV y retornó al canto. En 1959, se casó con la que siempre dijo que fue el amor de su vida, además de la madre de todos sus hijos. Nos referimos a Violeta Courtois. Ni el casamiento ni los años lograron apartarlo de dos de sus pasiones privadas: el cigarrillo y los caballos de carrera.

En 1988, el intendente de la ciudad de Buenos Aires, Julio César Saguier, lo declaró “Ciudadano ilustre” de la ciudad. Nunca un reconocimiento fue tan merecido. El 8 de septiembre de ese mismo año toda la ciudad, las grandes orquestas de tango y sus mejores cantores le brindaron un homenaje en el Palacio del Deporte. Estaba viejo, algo enfermo y emocionado hasta las lágrimas.

Continuó con el canto, para ganarse la vida y en los últimos meses para olvidar el dolor infinito por la inesperada muerte de su mujer, veinte años más joven que él. El infarto lo atacó en Mar del Plata en 1988, pero murió en Buenos Aires el 30 de agosto de 1989. Dos semanas antes, en una entrevista para el diario Clarín, en donde advertía que el futuro del tango estará relacionado a la inspiración del hombre de la calle de silbarlo mientras camina, dijo a modo de despedida: “Todo lo que hice fue con buena intención. Si las cosas me salieron bien o mal, no lo sé. Pero si sé que siempre me entregue con alma y vida a lo que quería”.