De domingo a domingo

El barrio K se termina donde el relato se empantana

Hugo E. Grimaldi

/DyN)

Pese a que se dirige a toda marcha hacia un 7-D que imagina glorioso y definitivo, el Gobierno no tiene paz. Sale de una y se mete solito y solo en la siguiente, con una dinámica que, por lo visto en la semana, a estas alturas no puede controlar, ya sea porque hace de la crispación su modo de vida o porque no sabe cómo torcer su fea costumbre de querer ningunear la realidad.

El barrio K se termina donde muere el relato y lo demás no existe.

Entonces, le sucede lo que le sucede siempre cuando le marcan la cancha más adentro de las rayas que ha imaginado como definitivas. Cuando puede gobernar con eslóganes es feliz, pero cuando se le agota el libreto y hay que hacer política tradicional, como no tiene gimnasia de diálogo, ya que esa actitud traiciona los postulados que aseguran que el dueño del consenso es quien tiene el mandato popular y quien fija lo que deben ser las políticas de Estado, primero se paraliza y luego, para salir del encierro, tira golpes al aire, como palos de ciego.

Entonces, la Presidenta se transforma en el único fusible de todas las situaciones, porque así supone que marca territorio para que no se le licúe el poder y habla erráticamente de “contramodelo”, “colonialismo judicial” y de “los buitres y los caranchos”.

Y detrás de ella, toda su corte. Los principales referentes gubernamentales han tenido una semana de excesiva agitación, comprensible quizás por el susto que se pegaron con el fallo del juez neoyorkino Thomas Griesa, pero no parece lógico que para no mostrar debilidad se la hayan tomado con la Iglesia, que dio conocer un durísimo pronunciamiento sobre la actualidad que deja muy mal parado al Gobierno y con los jubilados, quienes antes de morirse, están buscando conseguir por la vía judicial lo que todos los gobiernos le niegan.

Boudou: la opinión de la Iglesia “a nadie le importa”

En el caso del documento de la Iglesia, los pedidos del Episcopado fueron los usuales, como solicitar la apertura del diálogo y transmitir la natural “preocupación” por el aborto y las nuevas reglas para entender el matrimonio y la familia, a las que el Gobierno adscribe.

Pero, esta vez, la Iglesia fue más allá y rechazó de plano el adoctrinamiento en las escuelas, mientras advirtió que “la droga se extiende” entre los jóvenes, inclusive por “la red de complicidades”.

Sin embargo, hubo una referencia muy concreta en relación al temor a que se acentúen en la Argentina las divisiones “en bandos irreconciliables” y que se ejerzan presiones que inhiban “la libre expresión y la participación de todos en la vida cívica”.

De allí, que se haya leído que ésta era una referencia a lo que está sucediendo con la Ley de Medios, aunque más ampliamente puede interpretarse que alude a la estigmatización que sufren todos quienes no piensan lo mismo que el Gobierno.

A los jubilados que le hacen juicio al Estado los sacudió la Presidenta en persona con desafortunada frase, aún cuando pueda suponerse que quiso referirse a los abogados (“caranchos”), mientras el vicepresidente Amado Boudou le dijo a La Nación que la opinión de la Iglesia “a nadie le importa”, en línea con el mismo autismo que hace que no se considere que pueda haber vida en otro planeta que no sea el que cobija las ideas del Gobierno.

Sólo faltó que a los viejos y a los obispos se los hubiera acusado de desestabilizadores o de ser arreados “por los medios”, como se ha dicho de la gente que protagonizó los últimos cacerolazos.

Han sido tantos los errores, casi todos no forzados, que para ejemplificar el proceso de deslizamiento hay que recurrir a los discursos presidenciales, todos ellos cargados de nervios y de imprecisiones, incluido el contrapunto de imágenes que protagonizó Cristina Fernández con la presidenta de Brasil, Dilma Roussef en el cierre de la Conferencia de la UIA.

Allí, la brasileña siguió un libreto cargado de bonhomía y sutilmente pegó sus palitos a la política comercial argentina desde su altar de sexta potencia mundial, mientras que la Presidenta habló de cosas domésticas, del día a día de YPF y del precio el gas, casi como si estuviera en el patio de su casa.

Justamente frente a la presidenta de Brasil

Son estilos, es verdad, pero definitivamente, a Cristina se le vuelve cada vez más en contra el arte de improvisar. El martes, frente al presidente del Perú, Ollanta Humala, pidió debatir en la reunión de la Unasur los “problemas que hoy está teniendo la Argentina respecto de cierto colonialismo judicial en cuanto al tema de deuda soberana”, ya que son “comunes a todos los países”. Más allá de que ningún otro país de la región sufre la posibilidad de caer nuevamente en default, luego CFK no viajó a Lima.

Durante el mediodía del miércoles y frente a Dilma, para hablar de la deuda disparó la palabreja que tanto ha dado que hablar. Lo dijo de la siguiente manera: “porque constituimos el contramodelo de un mundo donde el capital financiero y sus derivados se han erigido en amos y señores, (por eso) nos quieren castigar”. Lo que hizo más vulnerable la idea de victimización permanente, que tanto rédito cree el kirchnerismo que le da internamente, fue el uso del concepto “contramodelo” precísamente frente a la brasileña, como si ella no fuera la ejecutora de una heterodoxia que, paradójicamente, jamás saca los pies del plato: Dilma y su gobierno tiemblan cada vez que la inflación se les escapa unas décimas, entienden lo que el mundo espera de Brasil y no paran de recibir inversiones, para poner apenas tres ejemplos de lo que es el “modelo” en Sudamérica, fuera del eje bolivariano.

Quizás la Presidenta no haya querido diferenciarse tan brutalmente, pero lo mismo le hubiera pasado frente a Humala o aún frente a José Mujica, ambos seguidores de la línea brasileña y ni que decir de Sebastián Piñera o Juan Manuel Santos, mucho más ortodoxos, pero todos manejando países más previsibles y, por lo tanto, hoy más exitosos que la Argentina.

Como todos ellos reciben inversiones a gran escala, alguien le ha metido en la cabeza a la Presidenta que ello sucede porque la dan “ventajas” al capital, más allá de la previsibilidad que la Argentina no tiene.

Entonces, frente a Humala, Cristina pidió que la región se “estandarice”, de manera tal “que los que vengan a invertir vengan a invertir en paridad e igualdad de condiciones”. Sin haber efectuado un acto de contrición y prometido alguna revisión de conceptos, lisa y llanamente lo que les solicitó a todos los demás fue un retroceso hacia el “contramodelo”.

Pero, ¿no lo hizo el mismo signo político?

En tren de contrastar, es lo inverso que hizo el llamado neoliberalismo en los ‘90, aunque con el mismo propósito: llegar a la tierra arrasada y pretender demostrar que se actuó porque no había más remedio. Hay un matiz no menor en la comparación, que tiñe de sospecha al actual proceso: los últimos nueve años y medio han sido administrados por el mismo signo ideológico y ya no cabe la excusa de la “herencia recibida”. Por ejemplo, el ministro Florencio Randazzo se pisó solo cuando avisó que “el Gobierno está reactivando la industria ferroviaria que estaba dormida”. ¿Quién la dejó dormir?, habría que preguntarle.

En el mismo sentido, pueden anotarse los anuncios de aumentos que habrá en las facturas de gas y de luz, disfrazados de obras que nunca se hicieron (o que no se controló que se llevaran a cabo) y la suba del precio del gas en boca de pozo para mayores volúmenes (200%), algo que a Repsol y a otros jugadores se les negó durante años.

Otro avance de la injerencia estatal se dio en la provincia de Buenos Aires, con la llamada Ley de Hábitat. Si bien no habrá obligación de entregar tierras dentro de los nuevos barrios cerrados, sino que también se podrá comprar en otro lado un terreno equivalente para que sea destinado a viviendas sociales, la nueva Ley bonaerense tiene el mismo problema que todo aquello donde el Estado mete la nariz: se convierte de inmediato en un contrapeso para todos los proyectos privados de inversión, ya que le será impuesta también a emprendimientos productivos y de servicios que se construyan sobre terrenos de más de 5 mil metros cuadrados. Es verdad y también lo ha dicho la Presidenta en su raid verborrágico: “Es fácil hacer socialismo con la plata del Estado”. Es bueno recordar que eso quiere decir, con la plata de los impuestos de todos los contribuyentes, incluidos los trabajadores que tributan Ganancias.

 

 

El barrio K se termina donde el relato se empantana

La presidenta argentina se preció frente a la presidenta brasileña de que “constituimos el contramodelo de un mundo donde el capital financiero y sus derivados se han erigido en amos y señores”, como si Dilma Rousseff no fuera la ejecutora de una exitosa heterodoxia.

Foto: EFE

En el cierre de la Conferencia de la UIA, la presidenta brasileña siguió un libreto cargado de bonhomía, mientras que la presidenta argentina habló de cosas domésticas, del día a día de YPF y del precio el gas, casi como si estuviera en el patio de su casa.