La vuelta al mundo

Medio Oriente: “¿Qué podemos hacer?”

Medio Oriente: “¿Qué podemos hacer?”

El presidente palestino Mahmud Abbas se dirigió a sus seguidores en la ceremonia que le realizaron para festejar la incorporación de Palestina como Estado observador de la Organización de las Naciones Unidas. Foto:EFE

 

Rogelio Alaniz

Los palestinos han ganado una batalla diplomática al ser reconocidos por abrumadora mayoría como Estado observador, no miembro, de la ONU, pero no sé cómo impactará esta decisión en Medio Oriente. Por su parte, el gobierno de Israel ha manifestado su disconformidad con lo sucedido, ha dicho que se vulneraron los acuerdos de Oslo, que no se puede ni se debe reconocer un Estado cuyos dirigentes siguen desconociendo la existencia de Israel, pero sus protestas han valido poco e, incluso, no todos los dirigentes judíos piensan lo mismo sobre este tema, o, para ser más precisos, no todos los dirigentes consideran que lo sucedido en la ONU sea grave para la seguridad de Israel.

Los palestinos poseen buenas razones para estar contentos. El reconocimiento de la estatidad, aunque más no sea en su versión minima, es una conquista política importante para un pueblo que desde hace por lo menos cuarenta años viene reclamando este atributo. Según este punto de vista, su nueva situación jurídica le permitirá litigar en la Corte Penal Internacional y denunciar los reales o supuestos atropellos de Israel a sus derechos. Desde una perspectiva más de mediano plazo, la estatidad le permitiría discutir en igualdad de condiciones, aunque, al mismo tiempo, la flamante condición le exigirá el cumplimiento de normas que hasta el momento los palestinos no han cumplido o no han tenido en cuenta.

Una versión optimista de lo sucedido, permitiría decir que, de aquí en adelante, las negociaciones adquirirán un nivel aceptable de racionalidad. ¿Será así? ¿una decisión jurídica podrá provocar esos resultados? Personalmente lo dudo, pero no sería del todo descabellado -aunque más no sea como hipótesis- suponer que un mayor nivel de juridicidad en la región podría contribuir a elaborar acuerdos de paz definitivos.

Especulaciones al margen, los palestinos han festejado con singular entusiasmo lo que consideran un paso decisivo en su larga lucha por su plena identidad nacional. Mohamoud Abbas ha renovado su crédito al transformarse en el artífice de una conquista histórica para su pueblo. Su prestigio ha crecido tanto en estos días que hasta se permitió convocar a Hamas para iniciar el camino de la unidad Por su parte, en la Franja de Gaza la multitud también salió a la calle a festejar, y el entusiasmo público fue tan alto que los jefes de Hamas admitieron la visita de Abbas a su territorio, una novedad impensable hace un mes.

¿Los palestinos superaron sus diferencias internas? No lo creo. En principio, Hamas no está del todo de acuerdo con lo sucedido. Dicho con otras palabras, no cree que el reconocimiento de la estatidad sea una victoria importante. Es más, consideran que admitirla en esos términos puede significar una victoria táctica, pero una derrota estratégica. ¿Por que? Por la sencilla razón de que el Estado que Hamas reivindica para su causa no se reduce a Cisjoradania y Gaza sino que abarca el territorio que hoy ocupa Israel.

Visto desde la perspectiva de Hamas y de la Jihad Islámica- lo sucedido puede llegar a ser considerado un avance de posiciones en una guerra cuyo objetivo es echar los judíos al mar. Así se explica, entonces, que lo sucedido en la ONU, para Hamas, sea un arma de doble filo: por un lado es un innegable avance para su causa, pero por el otro, corre el riesgo de cristalizar la causa en el reconocimiento del Estado de Israel, algo que ellos no están dispuestos a admitir bajo ningún punto de vista.

¿Abbas piensa lo mismo? Más o menos. En principio, expresa al sector palestino más proclive a un entendimiento con Israel. Si su decisión es producto de la convicción o de un cálculo oportunista, es algo difícil de discernir en términos políticos. Pero hay otro factor en Cisjordania que empuja a la negociación. Con todos los problemas del caso, el nivel de vida de los palestinos de Cisjordania es muy superior al de Gaza. Viven mejor y tienen intereses económicos más desarrollados. Dicho en términos descarnados, tienen algo que ganar y algo que perder y, por lo tanto, la paz les interesa, más allá de las especulaciones religiosas o militares.

El problema de Abbas es Israel, por supuesto, pero también es Hamas. La ONU reconoce a un Estado palestino, pero lo cierto es que en los hechos hoy hay dos Estados, con dos centros de poder diferenciados, dos ejércitos y dos bases territoriales. No le falta razón a los dirigentes de Israel cuando manifiestan su preocupación por un reconocimiento estatal a Abbas que corra el riesgo de transformarse en una legitimación de Hamas. Los judíos algo saben al respecto. Hace cinco o seis años le entregaron a Abbas la Franja de Gaza, pero el poder lo tomó Hamas.

Digamos que los palestinos hacen muy bien en festejar lo sucedido, pero apenas se disipen los vapores de la fiesta deberán ponerse a pensar si, efectivamente, hay Estado cuando existe una entidad bicéfala con dos conducciones enfrentadas y sometidas a los juegos laberínticos del ajedrez político y religioso de los regímenes árabes y musulmanes de la región.

Asimismo, deberían preguntarse si se puede hablar de Estado cuando la energía, el agua y el cobro de impuestos está en manos de Israel, entre otras cosas porque ellos se han revelado, hasta el momento, incapaces de constituir una burocracia eficiente y un conjunto de agencias estatales indispensables para adquirir la entidad real de Estado.

Como se podrá apreciar, lo sucedido en la ONU es importante pero no tanto. A Israel lo ocurrido le molesta, pero no va a perder el sueño por ello. Su respuesta no autoriza a pensar que los conflictos vayan a desparecer, sino todo lo contrario. En estos días Netanyahu ordenó continuar con la construcción de viviendas en territorios que los palestinos reivindican como propios. ¿Está mal? En principio es imprudente, aunque los halcones de Israel estiman que están en su derecho en hacer lo que hacen, porque en esos territorios, conquistados en 1967 no existía una nación palestina. Según este argumento, Cisjordania nunca fue reclamada como territorio palestino y, mucho menos, cuando durante casi veinte años fue de hecho provincia de Jordania.

“Dos estados, dos pueblos”. Es una buena consigna, justa y humana, siempre y cuando se disipen los malos entendidos. Al respecto, no está de más hacer un poco de historia. “Dos estados, dos pueblos”. Palabras más palabras menos, fue la consigna que emplearon las Naciones Unidas en 1947, cuando decidieron la partición territorial. Sin embargo, en ese momento fueron los árabes los que no aceptaron ese criterio. Por el contrario, se lanzaron contra el flamante estado de Israel con la certeza de que lo derrotarían en un abrir y cerrar de ojos. No les fue bien. Es más, les fue como la mona.

La pregunta a hacerse ahora es la siguiente. ¿Al momento de discutir el tema de la paz, se toma en cuenta la resolución de 1947 o la de 1967? No es un juego de palabras. El año 1947 pone en el candelero el tema de la existencia de Israel; 1967 remite a la expansión de Israel. El historiador Bernard Lewis lo plantea en términos muy prácticos: o discutimos la extensión de Israel o la existencia de Israel.

¿Y eso que tiene que ver con lo que estamos hablando? Tiene mucho que ver. En principio, disipa un mal entendido. Hamas, y de alguna manera Al Fatah, invocan las resoluciones de la ONU de 1967, pero de hecho se siguen oponiendo a la resolución de 1947 que dio lugar al nacimiento de Israel.

En ese radical mal entendido reside la imposibilidad de la paz. Si el tema a discutir fuera la extensión de Israel, el acuerdo ya se habría firmado hace rato, pero lo que hace imposible la paz, es que una de las partes discute la existencia de Israel y la otra su extensión. Y como suele pasar en estos casos, cuando las partes hablan idiomas diferentes no hay manera de arribar a un acuerdo.

Después están las diferencias culturales o, para ser más precisos, civilizatorias. Ya no se trata de un problema territorial o económico, se trata de valores, de antagonismos irreductibles en más de un caso. El tema merece debatirse, pero la intensidad de esa diferencia la expresa el dirigente judío Gideon Samey, cuando dice: “¿Qué podemos hacer cuando nuestros vecinos no nacieron en Varsovia, París o Berlín, no estudiaron en las grandes universidades o no experimentaron la revolución industrial y otros procesos de modernización junto a Occidente ¿Qué podemos hacer si sus hombres de bigotes pueden tener cuatro mujeres y son exculpados por el Corán si las matan a todas, junto con sus hijas no vírgenes, en nombre del honor familiar?¿Qué podemos hacer cuando las costumbres en varias culturas islámicas es manifestar como salvajes, disparar al aire, golpearse con palos hasta desangrar, curar con las manos incluso en los palacios reales, cortarle una mano a los ladrones en la plaza pública y declarar su propia disposición a lanzar una Jihad? ¿Qué podemos hacer?”. Yo tampoco lo sé.