EDITORIAL

Correa, un premio y mordaza a la prensa

La Universidad Nacional de La Plata (UNLP) le entregó el premio “Rodolfo Walsh” en la categoría “Presidente latinoamericano por la comunicación popular” al primer mandatario de Ecuador, Rafael Correa. El presidente ecuatoriano ha sido precedido en el otorgamiento de esta distinción por Hugo Chávez, Hebe de Bonafini y Evo Morales.

 

Cabe decir que si la iniciativa no correspondiera a una casa de altos estudios bien podría considerársela una broma. Es que a nadie escapa que los premiados se distinguen por sus declaraciones y actos lesivos de la libertad de prensa.

En el caso de Correa, las denuncias contra sus atropellos son constantes, mientras sus palabras y sus acciones dejan pocas dudas al respecto. Ataques verbales por cadena nacional, uso discriminatorio de la publicidad oficial, juicios contra periodistas y medios de comunicación, son formas habituales de presión y coacción sobre el periodismo no adicto.

Por cierto que cada observador puede elaborar su propio juicio respecto de este accionar o justificarlo en nombre de valores tales como la “defensa de la nacionalidad” o “defensa del pueblo”. Cualquiera de estas calificaciones merece un debate, pero lo que está claro es que Correa no tiene nada que ver con la libertad de prensa incluida en el formato del moderno Estado de derecho.

Con motivo de su visita a la Argentina, declaró en una entrevista que la libertad de prensa es para los pueblos y no para los medios. La simplificación de la consigna es tan evidente como grosera. La idea subyacente es que él encarna al pueblo y por lo tanto no se necesita otra cosa que su palabra. Las otras voces son innecesarias, y cuando suenan discordantes se transforman en blasfemias contra el líder iluminado. La verdadera comunicación popular nace de los labios del jefe, y los que discrepan y critican integran el “campo del antipueblo”.

Los regímenes populistas invocan al pueblo para legitimar sus decisiones y su propia voluntad de poder. Se supone que “pueblo” es un concepto prestigiado en las democracias y por lo tanto se lo menciona como justificación o coartada. Pero la realidad es más simple: Correa se propone amordazar a la prensa opositora en nombre de una discutible voluntad popular que lo acredita como conductor.

Según la concepción compartida por Correa, Chávez y Cristina, en sus relatos no hay manipulación ni intereses sectoriales, solo palpita el interés supremo de la nación. Sus mensajes expresarían de modo transparente la voluntad popular y, por lo tanto, quien se atreva a poner en tela de juicio esta revelada verdad oficial merece ser considerado enemigo del pueblo u operador de siniestras corporaciones mediáticas.

La vulgaridad del razonamiento es evidente. En las modernas sociedades de masas los medios de comunicación son mediadores indispensables para constituir la opinión pública. Dejar esa función en las exclusivas en manos de un presidente, implica renunciar a la diversidad que vitaliza a toda democracia genuina y abrirle puertas del despotismo.