Mesa de café

El 7D ha llegado

Está nublado pero hace calor. Según Quito, son los peores días de la ciudad, días en que la humedad se siente con más fuerza y el calor sofoca como una inmensa mano de hierro en la garganta. El café hace rato fue reemplazado por el liso, con la excepción de Marcial que se mantiene leal a su té con galletitas. Por su parte, Abel lee el diario como si estuviera solo y José está tan ansioso que no se puede quedar quieto.

-Ya estamos en los umbrales del 7D -digo, sabiendo que estoy arrojando una granada en la mesa.

-Así como en 1973 pintamos en todas las paredes del país “Chau milicos”, ahora pintaremos “Chau Clarín” -dispara José con tono beligerante.

-Llegó la hora de la pavada -exclama Marcial en voz baja.

-Personalmente -señala Abel, que ha dejado de leer, el 7D me tiene harto. Se ha hablado tanto y tanto del tema que uno está como empachado.

-Mi experiencia -intervengo- es que cuando en política los hechos se anticipan con tanto tiempo, después no ocurre nada.

-Es que no tiene por qué ocurrir nada -afirma Marcial-, la declaración de la Corte Suprema de Justicia fue muy clarita: el juez o los jueces tienen que fallar sobre los dos benditos artículos de la ley de medios

-¿Y qué puede pasar? -pregunta Quito mientras se seca la transpiración con el repasador.

-Nada importante -contesta Marcial- o, para ser más preciso, lo que vaya a pasar no tendría nada que ver con la épica que intentó montar el gobierno, como si el 7D fuera el anticipo al asalto del Palacio de Invierno o el inicio de la Larga Marcha o el lanzamiento de la guerrilla en Sierra Maestra.

-No exagerés que no te queda bien -reacciona José-, el 7 D es sencillamente el día en que la ley de medios entrará en vigencia y el país podrá disfrutar de una libertad de prensa que merezca ese nombre.

-No te creo -lo contradice Abel.

-Yo le creo -sostengo-, lo que sucede es que sus palabras tienen poco y nada que ver con los hechos. Estoy convencido de que este viernes no va a pasar nada. Habrá a lo sumo algún acto público y los chicos de la Cámpora saldrán a la calle para realizar algunas pintadas. Y punto.

-Yo no los entiendo a ustedes -se queja José-, hablan siempre de las leyes, pero cuando hay que aplicarlas están en contra o las sabotean.

-No te preocupés por entendernos -advierte Marcial mientras apoya suavemente su taza de té en la mesa.

-Yo, en lo que no creo -digo- es en los beneficios de la llamada ley de medios. Se habla mucho de ella, pero dejando de lado la retórica jurídica, lo que está pasando se puede sintetizar en pocas palabras: el gobierno sanciona esta ley porque quiere amordazar a los medios opositores. A Néstor antes, como a Cristina ahora, lo único que les importa es que no los critiquen, por lo tanto van a perseguir con argumentos leguleyos a quienes los objetan y van a felicitar y recompensar a los que le son leales.

-Es como leí en alguna nota editorial hace un par de meses -puntualiza Abel-, los intelectuales del gobierno redactan la ley pensando en la Escuela de Frankfurt y la lucha contra la industria cultural, cuando en realidad el espíritu de la ley es la escuela de Santa Cruz, es decir el monopolio de la información no en manos del Estado, sino en manos del caudillo. La consigna para estos caballeros es sencilla: toda la publicidad para el diario leal y a los otros que se mueran de sed en el desierto.

-No es así- exclama José-, no es así porque en primer lugar hay que sancionar una ley que nos permita salir de la legislación de la dictadura militar. En segundo lugar, se necesita una ley que se haga cargo de todas las innovaciones tecnológicas en materia de comunicaciones. En tercer lugar, hay que pensar en darle un punto final a los monopolios informativos y a ese grupo desestabilizador que se llama Clarín.

-Con el cual hicieron extraordinarios negocios juntos, hasta que se pelearon -afirmo.

-No volvamos al pasado -responde José- lo que importa discutir es el presente y el futuro, y es allí donde aparece como prioridad una ley de medios que democratice y transforme a la sociedad y deje de avalar a los medios comprometidos con la dictadura y el establishment.

-Todo muy lindo -consiente Marcial-, pero lo novedoso es que ustedes hablan de democratizar y lo hacen violando principios constitucionales expresos como la irretroactividad de la ley.

-Yo lo que les objeto es el uso deliberadamente confuso y manipulador de las palabras. Hablan de favorecer a los medios débiles, pero en realidad saben muy bien que esos medios dependerán de la publicidad que les dé el gobierno, publicidad que se cortará al menor intento de crítica.

-En Bariloche acabamos de inaugurar una radio tehuelche; ése es el futuro: radios del pueblo y al servicio del pueblo.

-Dios mío -exclama Marcial.

-¿Por qué esa oración en boca de un libre pensador? -inquiere José con sorna.

-Porque ustedes con todos los disparates que cometen me van a transformar en creyente.

-¡Será para tanto! -exclama Abel.

-Lo es, lo es -repite Marcial-, imaginate un país con medios oficialistas y una red de pequeños medios absolutamente dependientes de la publicidad oficial.

-Me imagino esa radio “comanche” -digo.

-No la van a escuchar ni los comanches. La única audiencia será la de dos o tres jefes de fundaciones que hacen plata con la causa comanche y un par de estudiantes de Antropología comprometidos en escribir su tesis sobre el sufrimiento visceral y telúrico de los pueblos originarios. Después, hasta los comanches más guerreros pondrán radio Mitre o TN.

-Por otra parte -enfatizo- una política de medios tiene que hacerse cargo de todo y respetar todas las escalas.

-No sé por que le dan tanta vuelta al asunto -reacciona José-, aquí el único perjudicado va a ser el grupo monopólico de Clarín.

En eso tenés razón -consiento-, Clarín será el único perjudicado, porque después los señores Spolski y Manzano, por ejemplo, obtendrán suculentos beneficios de la mano del oficialismo.

-Por lo pronto -indico- ya se le permitió a grupos cuya única virtud es ser oficialistas, que repartan canales y radios entre parientes, amigos y amigotes.

-En eso concluirá la gran jornada revolucionaria -se lamenta Marcial-, tanto alboroto para terminar haciendo grandes negocios.

-No nos vayamos por las ramas -digo- juego ya un asado con vino y postre para toda la mesa que el viernes no va a pasar nada. -Y mejor que no pase nada -sostiene Abel-, que no se olviden los seguidores y aplaudidores del gobierno que al menor acto de violencia, a la menor arbitrariedad, el pueblo saldrá a la calle como lo hizo en septiembre o en noviembre.

-¿Lo debemos tomar como una amenaza? -pregunta José.

-Tomalo como quieres -responde Abel- pero por su propio bien les aconsejaría que no se pasen de rosca.

-El problema de ustedes -dice Marcial- es que han hablado mucho, demasiado, sobre el 7D y ahora la fecha ha llegado y descubrimos que el Niño Dios son los padres.

-No comparto -contesta José.