Los ecos confusos

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Sylvia Molloy. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Miguel Ángel Gavilán

“Varia imaginación”, de Sylvia Molloy. Beatriz Viterbo. Rosario, 2012.

Un mundo pasado. Eso es lo que deja la lectura de “Varia imaginación”, el libro de relatos de Sylvia Molloy. Lejos de los exhaustivos ensayos de crítica literaria (“Poses de fin de siglo”, “Acto de presencia”, “Las letras de Borges”) aquí nos reúne la observación de un pasado personal y por lo tanto imposible de ser cotejado. Una pura ficción.

La voz de la madre que se recupera en la propia voz, una maestra de inglés que se muda y deja el corazón roto de su alumna, un enfermero que no hace doler al poner inyecciones pero que acaricia a la niña enferma como a su esposa muerta, fetiches del primer amor, componen luces, tembladerales desde los que se ha vivido demasiado a uno mismo.

La imaginación aquí es varia porque varía, aunque el tema es siempre repetido: la carencia como construcción crítica (ésa donde las lágrimas no asoman pero sí su pulcritud ante lo confuso) arma una propia, caótica búsqueda por permanecer.

Pero más allá de cualquier anécdota, estos relatos de Molloy tienen la perversidad de quien ha vivido hechos desagradables y los ha disfrutado. No hay regodeo en el mal, no hay vicio, más bien persiste una atenta mirada hacia los límites de la confusión que encanta, como un ensimismarse, no en el acto desagradable en sí, sino en la memoria de ese desagrado.

Su fruto, es decir, su prosa austera, desfila consonancias pederastas y silencios lésbicos, secretos que nadie guarda o que se guardan mal. O que se inventan para pensar que hubo un secreto, que alguien pudo tener secretos después de todo. Actos escriturales donde la pose, el ocultamiento y la transparencia de la mentira exploran ese reproche perpetuo de decir: “Acá no hice esto que digo que hice. Acá fallé. Me conformé, simplemente, con ser yo”.

El hambre de sí se convierte en fabulación, en desbarranco.