A diez años de su muerte

Graciela Geller en el recuerdo

Ana María Zancada

Se hace harto difícil escribir sobre una amiga que emprendió el camino de lo inmaterial y sin aviso. Y con esta costumbre de marcar los aniversarios redondos nos damos cuenta de la inmensidad de diez años de ausencia.

Es un lugar recurrente decir que dejó “un espacio vacío”. Pero, ¿cómo expresar de otra forma la ausencia de una fuerte y dulce personalidad que sabía decir de frente lo que sentía sin ambages edulcorados de palabras fútiles? Graciela Geller no callaba sus verdades, su voz atiplada se hacía dura y afilada cuando defendía sus razones. Las injusticias la indignaban y ponía fuerza en sus enormes ojos celestes que podían llegar al alma cuando se cargaban de alegría en el encuentro con un amigo.

Había nacido en Entre Ríos y estudiado en Córdoba. Pero los detalles de su trayectoria, como el hecho de decir que era profesora de Letras Modernas, docente instructora en el Sistema de Terapias Psicocorporales Río Abierto con posgrado en Buenos Aires, no era lo más importante. También su especialización, actuación y participación en universidades, congresos y encuentros en España, no eran más que detalles en un camino terrenal recorrido y luchado. Graciela es, y el tiempo presente es correcto, de esos seres que no transitan en vano la vida.

“Tenemos derecho a ser felices... ¿Quién se anima a ser feliz? ¿Quién se anima a zambullirse en el placer, sin turbación alguna, sin ninguna culpa, apurando el vaso hasta el final?”.

Dejó su huella, su figura, su amistad, su lucha, su empecinamiento en todo lo que publicó como columnista de El Litoral, en las ponencias de los encuentros, en sus libros editados, “Las cuarenta velas”, “A vuelta de mordaza”, “Sobre semen no hay nada escrito”, “Amor en mano y cien hombres volando”, junto a sus entrañables amigas Adriana Díaz Crosta y Patricia Severín.

En 2006, en la Feria del Libro, un grupo de amigos presentó su novela “Al costado de la luna”, editado por la UNL. Emotivo encuentro que contó con la presencia de su hija Daniela Ferrero, que habló sobre esa otra faceta de la escritora.

Patricia Severín la definió acertadamente: “Fue una mujer que rompió cánones, estructuras. Todo en su vida fue creación, originalidad, búsqueda. Vivió como murió: intensamente. Batalladora, explosiva, de choque. Poniendo el cuerpo en todo, defendiendo sus creencias hasta el final y de una sola manera: íntegramente”.

En 1988, publicó mucho en El litoral, reflexiones inherentes a la vida misma, lo cotidiano, observaciones del entorno y más allá, pero siempre con la mirada atenta sobre la mujer y su rol ambiguo dentro de la sociedad, la violencia de género, la prepotencia masculina y el acostumbrado conformismo que a ella la ponía frenética.

Tampoco la actualidad del país le fue ajena. En 1989, cuando Alfonsín y Menem eran historia cotidiana, Graciela escribía: “Siempre al borde de lo que ni sabemos. Es que no se puede lograr el vuelo, cuando lo cotidiano nos está usando de blanco para su puntería. Cuando la roca histórica continúa aplastando nuestro pie demasiado humano y cuando los vientos de las pampas siguen empecinados en hacer de nuestras alas, hilachas”. Graciela no sólo defendió siempre a grupos minoritarios sino que atacó a los flancos agresores.

“Porque no tengo más opción que partir de dudas y tanteos... En el siglo XX hemos descubierto nuestra savia y nuestra pólvora... Estamos vivas compañeras. No es poca cosa...”.

Graciela Geller, amiga, compañera, mujer inteligente, protagonista cabal del camino de la vida. Apuró su vaso de aliento, pero su paso fugaz no fue en vano. Se fue un día de Navidad de 2002.

Intensidad. Muchos recuerdan sus calidades literarias, pero sobre todo sus altos valores intelectuales.  Foto: Archivo El Litoral

Intensidad. Muchos recuerdan sus calidades literarias, pero sobre todo sus altos valores intelectuales. Foto: Archivo El Litoral