ENTREVISTA AL SACERDOTE-EDUCADOR MIGUEL PETTY

El intelectual misionero

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Amante de la historia argentina, Miguel Ambrosio Petty ha viajado por todo el mundo durante años (EE.UU., Alemania, España, Inglaterra, Sudáfrica, Irlanda, China) y en su momento fundó la Red Latinoamericana de Investigación Educativa). Foto: FLAVIO RAINA

 

Estanislao Giménez Corte

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Como si se tratara de una circunferencia (una circunferencia no límpida ni perfecta, pero con trazos que permiten adivinar su forma), la vida de Miguel A. Petty, tras el mucho viajar y conocer, después de tanto estudiar y escribir, de misionar y gestionar, de generar proyectos, de discutir, de proponer, de hacer, en fin, vuelve, a sus 80 años, al sitio donde todo se originó: una biblioteca.

Hoy, después de todo, dice, sentado a la mesa de un bar céntrico, gestiona la biblioteca del colegio Inmaculada de nuestra ciudad. Un ámbito más que adecuado para un hombre que ha hecho tantas cosas, un ámbito simbólico que, como a tantos, sirvió de plataforma, de inspiración, de iniciación (las bibliotecas familiares, ésas que cada vez se ven menos en los hogares) y que han servido a la formación fuera de currícula de tantos, a esa formación sin papeles que es la más importante. Miguel, entonces, ha regreso a la biblioteca. A un ámbito que le permite estar en contacto con los estudiantes y, a la vez, con los rectangulares materiales de filósofos y literatos en donde, como decía Chesterton, está “la memoria del mundo”.

Miguel Petty es sacerdote jesuita, pero es a la vez muchas otras cosas: muchos años atrás se licenció en Teología y Filosofía. Luego se graduó en una maestría en Educación, en Boston. Y más tarde, de doctor en Sociología de la Educación (Ph.D por sus siglas en inglés) en la Universidad de Chicago. Fue, entre tantas otras cosas, director del Centro de Estudios Educativos, Bs. As. (1970-78), profesor de Sociología de la Educación y fundador de la Red Latinoamericana de Investigación Educativa. Luego fue rector de la Universidad Católica de Córdoba (2000-2006) y miembro del Directorio de Georgetown University (Washington, EE.UU.). Actualmente es miembro de la Academia Nacional de Educación. Tiene varios libros publicados y el último está pronto a publicarse. El anterior se tituló “El desafío de educar hoy. Hacia un paradigma pedagógico personalista” (Editorial Bonum). Aquí, una síntesis del diálogo que mantuvimos una tarde de diciembre.

PENSAMIENTO Y GESTIÓN

—Me interesa ver en qué medida podrías contarnos tu experiencia como intelectual formado en Educación, pero que a la vez tuvo numerosos cargos de gestión. ¿Cómo se complementan o conjugan esos dos “universos”?

—Desde siempre,yo quería dedicarme a Educación. Y le pedí a los superiores (del colegio de la Inmaculada) que me permitieran ir a los Estados Unidos a formarme. Entonces conseguí una beca para hacer una maestría. Y fui a Boston. Con ese estudio, pensé, “esto sirve para dirigir un colegio en EE.UU., pero no para la Argentina”. Entonces quise ir a Harvard (...) pero me dijeron que no, porque -como era sacerdote-, difícilmente iba a ser ministro de Educación en mi país. Y entonces escribí a otras universidades. De Chicago me contestaron que me aceptaban. Y ahí entré en el Centro de Educación Comparada, que de hecho era el de mejor nivel que había en los EE.UU. Después empecé un Centro de Investigaciones Educativas en Buenos Aires, durante siete años.

—Estamos hablando de los años 70. ¿Con qué contexto te encontraste en esos años, qué panorama había respecto de la situación general de la educación?

—Estábamos superatrasados con respecto al desarrollo del pensamiento educativo que había en otras partes. Una vez fui a un viaje al centro de Sudáfrica, a un país que se llama Lesoto. ¡El nivel de una universidad en ese país era igual que Harvard! Pero acá, ni por asomo. Acá estamos todavía estancados. Y no entramos ni por broma en las cien mejores universidades del mundo. Uno de mis primeros trabajos (de investigación) fue sobre deserción escolar en la provincia de Río Negro. En la deserción influía, lógicamente, que los chicos de bajos recursos tenían que trabajar, pero también la mala docencia. Luego formé un equipo para trabajar sobre la escuela media, la universidad, etc. Todo esto desde el Instituto. Teníamos un grupo muy capaz: 12 investigadores full time. Hasta que me fui a Córdoba; allí armé una licenciatura en Ciencias de la Educación. Y después hicimos el doctorado. No existía nada de eso en aquellos años. Ahora es normal. Traíamos docentes de afuera: de Colombia, de Chile, de Brasil. Años más tarde fui rector. Tomé una serie de medidas para fortalecer la investigación. Fui a Europa e investigué cómo hacían ellos para financiar sus investigaciones, y apliqué el modelo. Es muy sencillo: cada investigación tiene que conseguir su fuente de financiamiento. Hicimos una editorial, tres o cuatro edificios nuevos, centramos la Universidad en el campus, le cambiamos la cara, y mi “canto del cisne” fue la biblioteca: es la biblioteca universitaria más grande del país.

INTELECTUAL Y MISIONERO

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—¿Qué nos podés contar de tu último libro, que está por publicarse?

—Es sobre el personalismo ignaciano como filosofía de la educación. He tratado de juntar la teoría del personalismo con la pedagogía ignaciana. Lleva mucho tiempo escribir, investigar... Yo tengo mucho material por conferencias, discursos, exposiciones, etc. Y al mismo tiempo, he trabajado como misionero en la Patagonia. Haciendo algo completamente distinto de lo que por acá se entiende como misión. Para mí es atender a todas las necesidades del hombre, desde lo económico al alimento, la cultura, etc. Formamos cooperativas, mandamos chicos a colegios, hacemos sacar agua. Y empezamos (nuestra tarea) por la necesidad “sentida” para llegar a la necesidad “real”. Por eso llegamos hasta a hacer la mensura de los campos para llegar a tener la propiedad de la tierra.

—¿Seguís actuando en la docencia?

—No, soy miembro de la Academia Nacional de Educación. Participamos personas que hemos sido rectores, oministros, y resulta muy interesante...

—¿Es posible elaborar un diagnóstico de la situación actual -aunque sé que es una pregunta en extremo amplia-?

—Cualquier cosa que diga se puede interpretar muy mal. Pero creo que, en general, la docencia es muy floja. Y los chicos se rebelan contra eso. Creo que los chicos valoran la exigencia y el acompañamiento. Ahora soy bibliotecario en Inmaculada, y he dado patas para arriba la biblioteca. Todos entran: a estudiar, a pedir libros. Se puede acceder a toda la biblioteca. Le metí todas las pilas a esto. Hemos separado todos los libros antiguos. Los mandamos a Buenos Aires (para su conservación).

—¿De tus años como rector, qué fue lo más complicado que tuviste que asumir?

—Cuando me desempeñaba en Córdoba me invitaron para ser miembro del directorio de la Universidad de Georgetown. Y eso significaba que cada tres meses tenía que viajar a los EE.UU. Y coordinar las dos actividades fue muy difícil. Además, creo que las universidades son jóvenes hasta que tienen cien años. Cuando gestioné la universidad, ésta tenía 50 años, estaba todo por hacerse. Ahora, más allá de eso, lo más difícil fue siempre la situación económica del país. De todas formas, creo que hay un problema común a los diversos estamentos de la educación. Si se le pregunta a cualquier educador: ¿Cuál es la filosofía que pretendemos aplicar en nuestro tarea educativa?, o: ¿Qué filosofía de vida estamos dando?, no te saben responder. La filosofía que se vive en los colegios y escuelas es napoleónica, centralista y positivista. No existe una reflexión sobre la filosofía de nuestro sistema educativo.