Editorial

Comunicarse en la era digital

El desarrollo de los medios tecnológicos para la comunicación interpersonal genera e instala nuevos formatos, que durante su variable período de vigencia condicionan y determinan el tipo de mensajes, las costumbres sociales en torno a ellos, y finalmente el contenido de los mismos y el universo de significados al que remiten, y en el que se basan.

El avance en los dispositivos telefónicos tiende a condenar al pronto olvido, junto con las computadoras de escritorio, a vías de contacto como el correo electrónico; que tuvo entre otras la función de recuperar, en soporte virtual, la saludable práctica epistolar y su lenguaje. En su relevo vinieron primero el chat y los mensajes de texto, y actualmente aplicaciones como el WathsApp, que proporciona mensajería instantánea para aparatos inteligentes.

En lo que hace a la comunicación colectiva, aunque se mantienen los blogs como espacios para la elaboración de conceptos e ideas, prima la instantaneidad individualista de Facebook -que en la generación automática de estímulos para participar ya no pregunta “en qué estás pensando”, sino “cómo te sientes”- y la brevedad de los infranqueables 140 caracteres de Twitter alcanza para esbozar temas de debate, comunicar ubicación y estado de ánimo, acuñar aforismos a modo de reflexiones y marcar tendencias en cuanto a la repercusión de dichos y hechos públicos.

La información periodística también queda sujeta a estas modalidades, y se beneficia con la posibilidad de actualización permanente, con el auxilio de usuarios atentos y redes sociales, y la facilidad de obtener y proporcionar imágenes. Sin embargo, el imperativo de la velocidad conspira en muchos casos contra el chequeo de rigor o no se detiene a comprobar la confiabilidad de las fuentes. Y el impacto de un registro de video, alimentado a su vez por el conteo de accesos y su diseminación a través de distintas vías, relega la explicación y la contextualización en profundidad de lo visualizado, o fomenta la preferencia por escenas que no requieran ese pesado “lastre” para poder ser fácilmente asimiladas y digeridas.

Se trata solamente de algunos ejemplos centrales, aunque provisorios y condenados al pronto anacronismo: con un ritmo cada vez más acelerado, otras innovaciones reemplazarán a las actuales y ejercerán su propia y temporal incidencia. Pero en todos los casos, la nota distintiva en común parece ser que la facilidad y rapidez de la comunicación -ya sin barreras geográficas- tienen como contracara la pérdida de peso específico del discurso, la superposición de lo invidual a lo colectivo, el imperio de la fugacidad sobre la trascendencia, el reinado de lo emocional ante lo intelectual, el desplazamiento del conocimiento por la acumulación de información, y el retroceso del lenguaje escrito.

No tiene por qué ser así. Y del mismo modo en que sería tan ilusorio como necio pretender un retroceso, es bueno asimilar los cambios interpelándonos a través de ellos, para aprovechar sus beneficios sin resignar más de lo conveniente.