La vuelta al mundo

¿Habrá chavismo sin Chávez?

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Diosdado Cabello, Nicolás Maduro y Hugo Chávez (de izquierda a derecha) constituyen la tríada principal de este particular momento político, que conjuga la grave enfermedad del presidente venezolano con un cambio constitucional de gobierno, situación que crea indisimulables perturbaciones. Fotos: agencias efe y dpa

Rogelio Alaniz

El chavismo está aprendiendo a vivir sin Chávez, pero el aprendizaje es lento, costoso y pareciera que sus seguidores aprenden con más rapidez los vicios que las virtudes. La salud de Chávez es un secreto compartido por millones. Hasta sus colaboradores más inmediatos admiten en voz baja que nunca más regresará al Palacio de Miraflores. La hipótesis más fuerte al respecto postula que su enfermedad es terminal y que sus días están contados. Hay otra lectura cuyas consecuencias políticamente son parecidas: Chávez podría milagrosamente sobrevivir a su enfermedad, pero no estaría en condiciones de continuar gobernando.

Por lo pronto, las posibles alternativas políticas de Venezuela se deciden en La Habana. No deja de llamar la atención que una revolución que se autoproclama nacionalista, traslade el centro de decisión a un país extranjero, un país cuya economía ha fracasado estrepitosamente, cuyo régimen político es una anacrónica dictadura dirigida por una suerte de gerontocracia y que en términos prácticos succiona de Venezuela alrededor de diez mil millones de dólares anuales.

El aporte del petróleo no es gratis. Cuba colabora con la causa chavista brindando espías, servicios de inteligencia y operadores diestros en las tareas de manipulación popular. Un economista o un político pragmático diría que el canje entre miles de millones de dólares en petróleo por avezados agentes secretos, sigue siendo muy desigual, pero pareciera que el heredero de Bolívar no piensa lo mismo.

Se dice que Chávez no es una marioneta del régimen cubano, sino que se ha apropiado deliberadamente del prestigio de esa revolución para constituir su propia identidad política y presentarse en América latina como el heredero de los grandes cambios del siglo veinte. Es lo que se dice. Todo es posible en esta vida, pero convengamos que tal como se están presentando los hechos, es el chavismo el que se reporta ante los Castro y no a la inversa. La ideología y los encandilamientos ideológicos hacen esos milagros. También los intereses, los intereses del régimen cubano, claro está.

Imagino las objeciones. “Cuba forma parte del gran proyecto bolivariano”. Verso. Verso que incluso más de un militar venezolano no está dispuesto a tragarse, aunque por ahora prefieran hacer silencio. Mientras tanto, todos viajan a Cuba a dar el presente. Lo de Chávez está más o menos resuelto, porque en definitiva fue su salud la que tomó la iniciativa. El problema es qué hacer después de Chávez, y en este punto no hay tantos acuerdos e incluso es posible que las diferencias sean insalvables.Toda la puesta en escena que se está montando en Venezuela para el próximo 10 de enero, no tiene que ver tanto con Chávez como con la resolución de las duras luchas internas que se están planteando hacia el futuro. Los diferentes argumentos leguleyos acerca de si el jefe debe asumir porque fue electo o porque fue reelecto, son argucias destinadas a patear la pelota hacia delante, hasta tanto se encuentre alguna solución política viable a la sucesión.

Uno de los ideólogos fuertes del chavismo, un intelectual que cumplió con más eficacia que Laclau la tarea de orientar políticamente a Chávez con insumos ideológicos que incluía el llamado socialismo del siglo XXI, afirma que Chávez ya dejó su testamento, es decir, que designó a su heredero y, al mismo tiempo, decidió retirarse de la política o de la vida.

El ideólogo se llama Heinz Dieterich, es alemán, marxista y se desempeña como docente en México, en la UNAM para ser más preciso. Para Dieterich, el heredero se llama Nicolás Maduro. Chávez lo dijo expresamente y, por lo tanto, no debería haber dudas al respecto. Sin embargo las hay. Y fuertes. El principal “dudante” se llama Diosdado Cabello. Es el actual presidente de la Asamblea Nacional, pero sobre todas las cosas es un militar de carrera que acompaña a Chávez desde los levantamientos golpistas de 1992. Cabello es el vínculo y uno de los beneficiarios de la llamada “boliburguesía” venezolana y es un hombre más interesado en los negocios multimillonarios del petróleo que en andar perdiendo tiempo en elucubraciones ideológicas acerca del socialismo y el hombre nuevo. ¿Alguna duda al resepcto? Hablen con Antonini.

Dieterich en su momento lo acusó a Cabello de anticomunista militante -para los marxistas, un equivalente del demonio en el mundo religioso- pero además le reprocha su falta de carisma y su incapacidad para conducir un proceso revolucionario. En la jerga de la izquierda, Cabello vendría a expresar el ala derecha de la revolución, su versión burocrática, militarista y corrupta. ¿Será tan así? Más o menos. Maduro no es mejor que Cabello. Tampoco es más izquierdista o más revolucionario, entre otras cosas porque el carácter revolucionario y socialista de la revolución chavista es una elucubración de Dieterich, cuyos libros muy bien podrían estar encabezados con la consabida fórmula jurídica que asegura que “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”.

En principio, el ilustrado profesor alemán se ha distanciado de Chávez hace más de siete años, aunque sigue considerando que con sus límites y errores encarna mejor que nadie el ideal de una revolución socialista en el siglo XXI. Cuando rompió lanzas con su jefe en 2005, dijo que éste nunca tuvo la intención de “avanzar hacia la construcción de una civilización diferente”. En ese punto Dieterich, no se equivoca. Chávez nunca tuvo nada que ver con un socialismo moderno, humanista y justo. Sólo las fantasías ideológicas de un intelectual europeo pudieron creer en semejante disparate. Las fantasías, pero también la vocación manipuladora de un Chávez, cuya relación con Marx es tan sincera como la que poseía Mussolini, quien cada vez que tenia la oportunidad besaba una medallita de Marx que le habían regalado cuando era muchacho y aun militaba en la izquierda.

Dieterich se distanció de Chávez, pero no tanto. Incluso admitió que en Venezuela no había condiciones para el socialismo del siglo XXI, pero sí para un liderazgo como el de Chávez. la sucesión del líder corre el riesgo de quemarle los papeles. El chavismo sin Chávez es probable que exhiba con descaro todos los defectos del régimen y ninguna de sus escasas virudes. No obstante, Dieterich estima que las transformaciones del chavismo son irirreversibles. Algo parecido decían los ideólogos comunistas en la URSS. Los resultados están a la vista.

Las diferencias, reales o imaginarias entre Maduro y Cabello podrían entenderse como las diferencias entre el ala civil y el ala militar de la revolución chavista. Si así fuera, está claro que al poder efectivo lo expresa Cabello y no Maduro. ¿Cabello versus Maduro? En la vida real sabemos que a esas contradicciones hay que relativizarlas, ya que los intereses que se juegan suelen ser mucho más complejos que una versión dicotómica entre civiles y militares.

De todos modos, lo que no se puede perder de vista es que el chavismo es un régimen militar avalado por los votos. Sin ir más lejos, en las recientes elecciones, once de los veinte gobernadores consagrados por el voto son militares. Esa condición militar lo diferencia de Correa, Morales y nuestra señora. La condición militarista del régimen está fuera de toda duda. Chávez nunca renunció a su condición de hombre de armas. Para sus fieles, primero es el comandante y después es el presidente. Los símbolos, los rituales, el lenguaje cotidiano, están impregnados con la jerga militarista. Cuando Chávez habla de los líderes centroamericanos que admira, se refiere a Fidel Castro, Omar Torrijos, Juan Domingo Perón y Velasco Alvarado.

Proyectado hacia el mundo, a Chávez las historias del socialismo y la izquierda, las luchas sociales del movimiento obrero en el siglo veinte, los debates acerca de una sociedad más justa y democrática, lo dejan frío. Lo que a él lo sensibilizan son la teocracias musulmanas, las dictaduras al estilo Kadaffi o Assad y, en todas las circunstancias, la renta petrolera.

Pasando en limpio. Militarismo, reivindicación “folk” de la categoría pueblo, rechazo a la democracia liberal, culto a la violencia, adhesión a las dictaduras totalitarias, da un perfil mucho más cercano a un fascista que a un socialista. ¿Es fascista? Tampoco estoy tan seguro. El fascismo fue una experiencia del siglo veinte, históricamente situada entre las dos guerras mundiales. Hay en Chávez y el chavismo elementos de cultura fascista, pero el chavismo es otra cosa, otra cosa que habrá que estudiar con más detenimiento y tomando distancia de los hechos. Por lo pronto, esa “otra cosa”, se pondrá a prueba en estos meses. ¿Sobrevivirá el chavismo a Chávez? Dieterich por ejemplo, no tiene dudas en dar una respuesta afirmativa. No me sorprende. Dieterich es un hombre que pareciera que nunca fue asaltado por el demonio de la duda, esa despreciable jactancia de los intelectuales, como dijera un reconocido militar argentino.