Irán: luces y sombras de la antigua Persia I

Irán: luces y sombras de la antigua Persia I

 

El autor refiere a este país conmovido por múltiples tensiones internas y externas: los muertos en guerras recientes, la fractura política y el cuestionamiento de normas, los desequilibrios económicos y sociales, su enfrentamiento con Israel y la carrera armamentista cuestionada por la OTAN, entre otros temas.

TEXTOS Y FOTOS. MARIO DANIEL ANDINO.

 

Desde la antigüedad, diversos pueblos como los elamitas y los medos, y más tarde partos, árabes, turcos y mongoles habitaron la extensa meseta iraní, que con sus más de 1.000 metros sobre el nivel del mar se extiende desde el Tigris y el Éufrates hasta las montañas afganas, desde el mar Caspio hasta el Golfo Pérsico. Fueron los persas los que imprimieron su propio nombre a esta seca altiplanicie, construyendo -a partir de Ciro el Grande (siglo VI A.C.)- un vasto imperio extendido desde el Mediterráneo hasta el norte de India.

Los escasos restos materiales que subsisten en la mítica Persépolis la enorme plataforma pétrea, algunos admirables frisos y unas pocas columnas-, son una pálida muestra de una organización social compleja y una cultura refinada, tratada despectivamente como bárbara, cruel y despótica por buena parte de la literatura occidental, la que obviamente optó por exaltar a los griegos durante las Guerras Médicas y a quien fue el vencedor final de la dinastía Aqueménida: Alejandro Magno, el macedonio que destruyó Persépolis en el 330 A.C.,

Un drástico cambio se vive a partir del año 636 después de Cristo cuando -al modo de un imparable viento- cubren la región los pueblos árabes y su nueva fe monoteísta comunicada por el profeta Mahoma. Desde ese entonces se subordina el espacio al poder político de los califatos de Damasco y de Bagdad, mientras que la religión tradicional de los persas, el zoroastrismo, al igual que el judaísmo y el cristianismo de comunidades menores, ve reducido su arraigo social ante la conquista espiritual del Islam.

VARIOS PUEBLOS ENTRECRUZADOS

A fines del siglo XVI se hace fuerte la dinastía Safaví o Safávida, con la que se consolida la independencia política de Persia respecto de dominadores foráneos; un poder al que sucede la dinastía Kayar en el siglo XVIII. Es bajo estos gobernantes que se afianza en la sociedad persa la corriente musulmana del chiísmo, diferenciado del sunnismo predominante entre los pueblos árabes.

Debido al entrecruzamiento de tan diversos pueblos, al auge económico y al fuerte mecenazgo de las dinastías locales, se desarrollan admirables expresiones culturales que extienden su prestigio más allá de la meseta iraní. Adquieren valor poetas anteriores, como Omar Khayyam (siglo XI), Saadi (siglo XIII) y Hafez (siglo XIV), quienes aún hoy son objeto de veneración por jóvenes que leen sus versos frente a sus tumbas; se difunde la pintura, particularmente en el arte de las miniaturas; expertos calígrafos ilustran textos religiosos y muros de mezquitas, tejedores de alfombras hacen escuela en todo el Islam, orfebres y ceramistas aportan su arte imaginativo. Especialmente en la poesía y la pintura es donde se manifiesta una notable libertad para expresar temas profanos, mostrando sensualidad y hedonismo que ganarán la imaginación de Occidente.

Un lugar destacado ocupa el trabajo de arquitectos y artesanos, que perfeccionan el diseño de cúpulas y la belleza geométrica de los jardines como continuidad de los edificios, materializando en ellos el Edén prometido por Alá, con su flora y sus cursos de agua.

Así lo muestran magníficas mezquitas y palacios revestidos de azulejos y mármol en el actual Irán (especialmente en Isfahan y Shiraz), en el vecino Uzbekistán (con la antigua Samarcanda) y en el norte de India, con la célebre tumba-jardín de Agra, el Taj Mahal. A fin de cuentas, el término “paraíso” deriva de la expresión en lengua persa que significa “jardín cercado” o “cerrado”.

ISFAHAN: EN LA MITAD DEL MUNDO

La ciudad que mejor expresa el arte persa clásico es Isfahan, convertida en la capital Safávida, embellecida desde el siglo XVII con edificios, parques, acequias y calles arboladas. Desde la perspectiva personal: una de las más bellas ciudades del mundo.

Formando un conjunto incomparable se destaca la gran plaza rectangular Naghsh-e Vahan, espacio con fuentes y sectores verdes, transitado por peatones y carruajes de paseo, bordeado por rectas hileras de tiendas comerciales. En uno de los extremos desemboca el gran bazaar y en el otro la gran mezquita del Imán o Sha Abbas, un complejo religioso que se abre con un pórtico (iwan) revestido de piezas cerámicas azules y verdes, con cavidades en las que el azulejo combina tramos rectos y curvos, formando alvéolos y estalactitas.

En el interior de la mezquita se extienden grandes galerías bajo arcos de piedra revestidos en azul, patios con fuentes para abluciones y una gran cúpula central con la clásica forma de bulbo, que brilla bajo el sol con sus vivos colores.

Abierta a la misma plaza rivaliza en belleza la pequeña mezquita conocida como Sheik Lotfollah, también llamada “mezquita de las mujeres”, dueña de una cúpula que, a decir de orgullosos lugareños, es la más perfecta de todo Irán. Sus interiores y exteriores están cubiertos por una cargada decoración con increíbles combinaciones de azul, turquesa, verde, negro y amarillo, formando conjuntos de motivos florales, trazados geométricos y una esmerada caligrafía dedicada a Alá.

En las inmediaciones pueden verse palacios como el Chehel Sotun, con estanque y parque arbolado, altas columnas de madera e interiores con magníficas pinturas murales del período safaví, ilustrando escenas de la corte del Sha. Algo distante de la plaza y en el otro extremo del kilométrico bazaar se levanta la Mezquita Jame o del Viernes, la más extensa y antigua, con interiores para miles de fieles y muros trabajados en ladrillo, piedra y estuco. Los cristianos también están presentes: en el antiguo barrio armenio se conserva la catedral de Vank, con un interior totalmente decorado con cerámicos y murales pintados bajo influencias holandesas e italianas; un testimonio de las relaciones comerciales de la comunidad en los siglos XVII y XVIII.

El conjunto patrimonial de Isfahan se completa en el río Zendah, cruzado por ocho antiguos puentes de piedra con arcos ojivales, entre los que destaca el Khwaju con su doble arquería. El río está bordeado por extensos parques en los que grupos de jóvenes y familias reposan sobre un cuidado césped para disfrutar del té o la merienda de la tarde, llevando sus manteles, canastas y termos.

EL IRÁN DE LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA

En el tiempo de la revolución industrial europea, Persia vio limitada su soberanía, presionada simultáneamente por el expansionismo de Inglaterra y Rusia. La llegada al poder de la dinastía Pahlavi, en 1925, no cambió mucho las cosas: constituyó un orden político sustentado en la riqueza petrolera y en los acuerdos de explotación con las compañías extranjeras, entre las que fue ganando terreno el capital estadou-nidense. Desde la década del cincuenta el Sha Mohamed Reza Pahlavi, apoyado en los intereses norteamericanos y en el control represivo de su temible Savak (el cuerpo de inteligencia y seguridad interna), procuró la industrialización y la reforma agraria, mejoró la educación estatal y otorgó derechos a la mujer. Esta combinación entre autoritarismo y pretensión ilustrada modernizante terminó por ahondar diferencias entre minorías privilegiadas por el ascenso económico y mayorías postergadas, alarmadas por la represión y la occidentalización acelerada de las costumbres.

El resultado fue una revolución donde se combinaron corrientes nacionalistas, socialistas e islamistas bajo la conducción del carismático líder religioso exiliado, el Ayatollah Ruhollah Jomenini, impulsor de una revalorización de las tradiciones chiítas y de un nacionalismo opuesto a la expoliación económica a manos del satanizado Estados Unidos. En enero de 1979, el Sha Reza, al quedarse sin el apoyo de su ejército, marchó al exilio con su familia. El retorno de Jomeini desde París precipitó el cambio que ya se estaba dando: primero fue la toma de la embajada norteamericana, acusada de preparar una contrarrevolución; luego se multiplicaron las ejecuciones sumarias y se estatizaron empresas extranjeras.

Ante la presión norteamericana y la invasión rusa al vecino Afganistán, la revolución radicalizó su religiosidad y se constituyó en República Islámica, desplazando a los sectores nacionalistas y socialistas que alentaban un estado laico. Una prolongada guerra contra el vecino Iraq (1980-1988), consecuencia de disputas territoriales, intereses económicos y ancestrales diferencias entre chiítas y sunnitas, consolidó los lineamientos conservadores y militaristas de la revolución.

El nuevo orden político consagró un complejo sistema de instituciones: un Consejo de Guardianes y una Asamblea de Expertos, ambos integrados por religiosos elegidos en el mismo entorno, entre los que destaca el líder. Estos cuerpos de clérigos revisan, aprueban o vetan lo legislado por el Presidente y el Parlamento -los representantes políticos elegidos por la sociedad-. Las normas, particularmente el derecho penal, deben subordinarse al espíritu de la Sharia, la ley islámica, con sus pautas de obligación y de recomendación.

Un orden en el que cobra importancia el control a través de la educación y de los medios de comunicación. Diariamente hay transmisiones de plegarias, se incluyen contenidos morales de base religiosa, se propagandiza la obra de gobierno y se homenajea a los mártires de la fe, entre los que se incluye a los muertos durante la guerra contra Iraq.

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Debido al entrecruzamiento de tan diversos pueblos, al auge económico y al fuerte mecenazgo de las dinastías locales, se desarrollan admirables expresiones culturales.

Una tumba venerada

No muy lejos de la trama urbana, entre los suburbios del sur próximos al aeropuerto, en una planicie donde las áreas forestadas no logran evitar el polvo que levantan los vientos, se recorta en el horizonte una gran mezquita en construcción. En la silueta se alternan enormes grúas con altos minaretes y una cúpula dorada: es el santuario en construcción que guarda la tumba del Ayatollah R. Jomeini, el líder de la revolución islámica considerado Imán.

El lugar puede resultar estremecedor para los foráneos, quienes deben extremar sus actitudes de respeto y prudencia, particularmente cuando arriban miles de peregrinos de todo el país para visitar y rendir homenaje al religioso muerto en 1989. Alrededor hay grandes playas de estacionamiento que albergan ómnibus interurbanos, automóviles, improvisadas carpas de visitantes, baños públicos y quioscos de comida.

Hombres y mujeres ingresan por separado, bajo la vigilancia de celosos guardianes vestidos de civil, que con premura, para evitar amontonamientos, obligan a dejar celulares, cámaras fotográficas y carteras en un depósito, mientras auscultan los cuerpos con manos y aparatos en busca de armas o explosivos, como si se tratara de un aeropuerto.

Se accede al interior de un gran espacio sin lujos, con simples muros claros y cubierto de alfombras gastadas por la constante afluencia de personas. La tumba del Ayatollah consiste en una simple losa rectangular elevada escasos centímetros del piso, cubierta por un verde tapiz sobre el que se observa un retrato enmarcado y muchas flores.

El austero túmulo está dentro de un recinto cuadrado, como una habitación transparente formada por paneles de vidrio y rejas, contra los que se agolpan los peregrinos. Algunos se aferran a las rejas por largos minutos, otros rezan con sus manos abiertas y luego pasándolas sobre el rostro; hay lágrimas en hombres viejos y ocasionales plegarias dedicadas en voz alta, aunque en general predomina un murmullo respetuoso.

Hijos pequeños son levantados sobre los hombros para que vean mejor. Casi todos arrojan billetes y monedas por unas ranuras en el vidrio, sumando donativos para la inconclusa construcción, por lo que se forman montones de dinero al otro lado rodeando la tumba y creando un entorno extraño, desordenado y demasiado mundano.

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La gran capital: Teherán

Teherán actualmente se aproxima a los 12 millones de habitantes y es una muestra de las diferencias en la sociedad actual. Las clases altas habitan al norte, en los barrios más elevados que conducen al nevado monte Damavand.

Costosos edificios de departamentos y mansiones se rodean con verdes parques y cercanos bosques de abedules y pinos, entre los que se mueven habitantes que comparten su tiempo en centros comerciales, restaurantes y cafeterías de estilo europeo.

En esta área se levantan los palacios del extinguido régimen del Sha, hoy convertidos en complejo de museos, salas de exposiciones artísticas y parques.

Un ámbito donde nostalgiosos visitantes pueden encontrar mobiliario y vestidos de Mohamed Reza Pahlavi y su tercera esposa, la hermosa Farah Diba, emperatriz mimada por el alto mundillo social europeo a fines de los años sesenta; hoy, una anciana viuda que vive el exilio en Estados Unidos y carga con el recuerdo de dos hijos muertos por depresión.

En el transitado y contaminado centro de la urbe, la zona más antigua, predominan los sectores medios dedicados a los servicios y el comercio. Allí están el extenso y activo bazar, los bancos, la administración pública y la universidad.

Un espacio donde se vive el vértigo de las grandes urbes: se vende y se compra, se discute en los bares, se descansa en las plazas, se especula en casas de cambio, se manifiesta el descontento o la adhesión política.

En los barrios extendidos por el sur de la ciudad predominan las clases menos favorecidas, algo visible en el deterioro de viejos edificios, en la modestia de los comercios, en los planes habitacionales de poco valor y en predios descuidados donde se hacinan familias llegadas del campo (aunque sin llegar a la extensión de las “villas” de América Latina).

Si en los barrios del norte puede intuirse una menor adhesión a las restricciones y a la política general del gobierno, así como cierta añoranza por las libertades occidentales perdidas, en este sur de sectores subordinados cabe pensar en un mayor apego a las tradiciones y al orden político, con vinculaciones también reforzadas por estructuras clientelares.

PIEDRAS DE ORACIÓN

En otros rincones de la gran sala hay grupos leyendo en silencio, descansando, rezando arrodillados o agachados hasta tocar el piso con la cabeza. Sobre unas estanterías hay numerosos ejemplares del Corán y recipientes con “piedras de oración”, que se pueden tomar a voluntad -unos pequeños discos de cerámica marrón que se apoyan en la frente en el rito-, aunque muchos optan por rezar manipulando el tradicional rosario musulmán.

Para quien no integra el Islam y se ha formado a considerable distancia cultural de Persia-Irán, la experiencia impacta en un doble sentido. Por un lado, gana la sensación de extrañeza, de estar en un ámbito extremo y ajeno al mundo conocido, rodeado de miles de personas movilizadas por una emoción particularmente intensa. Por otro, la sensación de encontrar, en el tono de las plegarias y en los cuerpos doblados, en la concentración de los ancianos y jóvenes orando, un mundo ya perdido en el secularizado occidente, en donde las iglesias vacías de Europa se han convertido en museos que jalonan una jornada turística.

Desde esta comparación, el mundo islámico tradicional, vinculado en el caso iraní con posturas religiosas extremas, muestra un paisaje humano que nos interpela profundamente acerca de las certezas individualistas y secularistas de la actual cultura occidental. No se trata de rechazarlo por temor al fanatismo ni tampoco de idealizarlo como un “paraíso perdido” de nuestro pasado religioso, sino de procurar descifrar, desde el humano deseo de conocer lo diferente, las claves de una espiritualidad integrada a la cultura, con su cuota de esperanza y de dolor, incluso de martirio, como lo viven algunos grupos chiítas, recordando constantemente la fragilidad y la finitud de la vida.

Quizás esto último resulta coherente con un país conmovido por múltiples tensiones internas y externas: los muertos en guerras recientes, la fractura política y el cuestionamiento de normas, los desequilibrios económicos y sociales, el aislamiento respecto del mundo árabe sunnita, el enfrentamiento con Israel y la carrera armamentista cuestionada por la OTAN.

Tensiones de impredecibles consecuencias que, como un volcán dormido a punto de despertar, pueden sacudir en el futuro la antigua y bella planicie persa.