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“La distancia infinita”

Mario Morales (Pehuajó, 1936- Buenos Aires, 1987) fue profesor de filosofía, poeta y maestro de poetas, discípulo y amigo de Antonio Porchia y Roberto Juarroz, dos grandes maestros de la síntesis poética. “Hay varias características de la obra y de la personalidad e Morales que se encuentran también en Porchia y Juarroz. Él mismo los llama sus maestros en su dedicatoria de Plegarias. En primer lugar, la poesía como aventura del espíritu, el texto poético como texto sagrado, oracular, que se ofrece como revelación, como autorrevelación, que dice ‘lo que aún no somos’, o dice lo que aún no es o, más bien, que es lo que aún no dice. Luego, en segundo lugar, la entrega total a las exigencias de ese texto que se construye a expensas de la propia vida, de un modo paradójico, pues se escribe para poder vivir (o para poder morir)”, escribe María Julia De Ruschi, que formó parte con Morales de la revista Nosferatu, nacida en casa del poeta, así como el grupo El Sonido y la furia, que daría lugar a ese reconocido espacio de difusión de la poesía argentina que es Último Reino.

La distancia infinita, que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica, es una antología poética reveladora de la obra de Mario Morales, en una selección y con un iluminador prólogo de la notable poeta y traductora María Julia De Ruschi.

Puede adivinarse en la poesía de Morales que presenta La distancia infinita, con textos escritos entre 1958 y 1983, una filiación romántica, instigada quizás por el rótulo de neorrománticos aplicado a los poetas de Último Reino, pero como justamente señala De Ruschi, si bien el propio Morales reconoce su adhesión al romanticismo alemán e inglés, también es verdad que se extiende también al simbolismo, el surrealismo y los poetas beat. “No debe olvidarse que ese bagaje lo hereda en primer lugar de un modo directo de la literatura escrita en nuestra lengua, sobre todo de la poesía latinoamericana y argentina inmediatamente precedente. Es indudable en él la influencia del surrealismo, el invencionismo, el creacionismo y otras tendencias de la literatura latinoamericana, y es central en su obra la impronta de Neruda en cuanto al estilo, así como la de Vallejo en cuanto al espíritu, y tangencial pero no desdeñable el influjo de algunos poetas españoles, como Juan Ramón Jiménez, y sobre todo Cernuda y el García Lorca de Poeta en Nueva York. Al parecer, iniciaba sus talleres literarios con el análisis del prólogo (la ‘Introducción sinfónica’) de Bécquer a sus Rimas y leyendas”.

Sus versos, tantos los de inspiración diurna o nocturna no dejan de interrogarse sobre el oficio poético y las preguntas fundamentales, y como señala De Ruschi, la poesía de Morales “indaga el misterio del verbo poético no de manera asertiva o dogmática, sino a través de un canto que se descubre y se devora a sí mismo para avanzar de interrogación en interrogación, en una permanente reflexión acerca de sus límites realizada no de un modo impersonal, desde la perspectiva distante del observador objetivo, sino poniendo en juego la propia existencia allí donde la carne se hace verbo, o donde el verbo encarna en la vida del poeta que se consagra a su vocación, como lo quería Artaud, de quien solía citar la frase ‘vivir es quemar preguntas’”.

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