Un punto de vista sobre la historia de la aeroaplicación en la República Argentina

Entre Bichos y Aviones (I)

Apasionado por la aeronáutica, un lector de Emilia rescata los inicios de la cuestionada aviación agrícola. En esta entrega inicial relata la primera experiencia aérea contra la langosta en suelo santafesino.

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El pionero y su máquina. Marcelino Viscarret hizo sus primeras aeroaplicaciones a bordo de un S.A.M.L (Società Meccanica Lombarda Aeronautica) con motor Fiat 100 Hp, similar al que se observa en la imagen contigua. Foto: Gentileza Daniel Meinardi/Archivo Biedma Recalde

 

Daniel Meinardi

Investigador Aeronáutico

Que algunos insectos y la humanidad no se llevan bien no es nuevo. Ya la Biblia menciona sus ataques desde los inicios de los tiempos y realmente, si tomamos en cuenta que llevamos unos 4.000 años de historia documentada, el Hombre poco y nada pudo hacer contra ellos.

A mediados del siglo XIX recién comenzaron a obtener algunos resultados gracias al progreso de la química y otras ciencias en general, que permitieron algunos experimentos alentadores en diversos países del mundo. No hablamos todavía de “fumigaciones”; más bien eran pruebas de laboratorio.

En 1921 se difunde la noticia (desde EE.UU) sobre 2 productores que, usando un aeroplano, habían logrado una aplicación con éxito de polvo insecticida, lo cual generó mucha experiencia para el resto del mundo. A mediados de los años 20 se realizaron pruebas a gran escala en el estado de Louisiana con diversos tipos de aviones y productos químicos. Con rigor científico se determinó que la aplicación aérea podía ser eficiente, económica y rápida, complementando a los equipos terrestres. Por esa época también se realizan pruebas en Canadá, Suiza, Alemania (sobre bosques), Unión Soviética y en algunas colonias de África, donde la langosta era devastadora.

En Argentina

Por su condiciones geográficas y climáticas, nuestro país no está libre de plagas. Desde los tiempos coloniales la langosta (o tucura) era una verdadero azote para la agricultura y literalmente arrasaba millones de hectáreas. Nuestros mayores todavía recuerdan con tristeza y temor lo que significaba avistar en el horizonte las impresionantes mangas, cuyo sonido característico era audible a kilómetros de distancia. Lo peor es que nada se podía hacer contra el insecto ya adulto. Había gente que golpeaba latas para impedir su asentamiento; otros optaban por quemar grandes pajonales; a veces un cambio de viento modificaba su rumbo... pero al final siempre quedaba destrucción y miseria.

Sólo había una oportunidad ocasional y era cuando se producía el desove de los insectos en la tierra. Allí se podía atacar a las langostas jóvenes (saltonas), pues su movilidad apenas se limitaba a uno pocos metros. Entonces mediante el uso de cientos y cientos de metros de un cortina metálica flexible, más conocida como “chapa barrera”, se hacían cercos donde los campesinos las eliminaban con lanzallamas o cebos tóxicos.

Aparece aquí un importante precursor de nuestra aviación civil: Marcelino Viscarret, inmigrante de origen vasco nacido en 1894 y llegado al país en 1908. Entusiasta de la mecánica automotor, fue un apasionado por la aviación desde sus inicios en el país. Realizó el curso de piloto en 1923 y luego adoptó la nacionalidad argentina. Para 1925 contaba con avión S.A.M.L con motor Fiat de 100Hp, dedicándose a trabajos aéreos, de publicidad, instrucción, etc.

Para 1926 el grado de destrucción causado por la langosta en todo el centro norte argentino era de tal magnitud que el Centro de Aviación Civil de Buenos Aires decide presentar un proyecto de fumigación aérea al Ministerio de Agricultura y Ganadería de la Nación. Este plan estaba a cargo de los pilotos Viscarret y Gustavo Gerock, que habían modificado el mencionado avión añandiéndole una pequeña tolva con descarga ventral. Recibida la aprobación oficial, la Agencia de Defensa Agrícola con sede en Rosario les entregó cierta cantidad de un polvo insecticida listo para usar.

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Enemiga letal. Durante mucho tiempo la langosta fue un flagelo de difícil control. Se usaban técnicas rudimentarias como la “chapa barrera”, que las cercaba para luego eliminarlas con lanzallamas o cebos tóxicos. Foto:Archivo

La primera misión “antilangosta”

El plan de los pilotos consistía en trasladarse con el avión al interior de la provincia de Santa Fe (cerca de Rafaela) y esperar la incursión de alguna manga langostera, sobrevolarlas y arrojarles el polvo tóxico en vuelo. El día esperado llegó el 12 de septiembre de 1926, cuando Viscarret despegó de inmediato y atacó a los insectos en pleno vuelo... concluyendo con éxito (relativo) el 1º operación aérea “antilangosta”, hasta que se midieron los resultados.

Para observar dicha experiencia había en el lugar inspectores del Ministerio de Agricultura, entre otros. Grande fue la sorpresa y desazón cuando todos vieron que los insectos seguían comiendo tranquilamente los cultivos. El fracaso fue tan notable que Viscarret y Gerock sospecharon de un engaño por parte de los encargados de Defensa Agrícola de Rosario, proveedores del producto y manifiestos contrarios a estos experimentos. Rápidamente los pilotos tomaron muestras del insecticida que fueron remitidas al laboratorio universitario de la ciudad de Santa Fe, donde se determinó que dicho elemento era una mezcla inofensiva de “harina, tiza y azúcar...”, quedando al descubierto la maniobra de estos funcionarios corruptos, quienes año tras año hacían grandes ganancias vendiéndoles productos adulterados a los chacareros que así nunca lograban erradicar a la tucura.

Así las cosas, se autorizó una nueva experiencia aérea. Se obtuvo una cantidad verificada de arseniato de sodio el 22 de septiembre (otra vez en la zona de Rafaela). Viscarret atacó a una nueva manga de langostas con destacado éxito, teniendo en cuenta los improvisados medios disponibles.

Increíblemente, aún con los resultados a la vista, las fuertes presiones de grupos comerciales y políticos impidieron que esta esperanza para la agricultura argentina prosperara, llegandose a prohibir cualquier tipo de trabajo aéreo de esta clase por considerarlo riesgoso. Tuvieron que pasar más de 20 años -y pérdidas enormes para la Nación- para que la fumigación aérea en la Argentina comenzara en serio.

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Hallazgo. En los archivos de El Litoral quedó registrada la primera incursión aérea contra la langosta que hizo Viscarret. Foto: Archivo El Litoral


Entusiasta e imparcial

Daniel Meinardi aclara: “no tengo ningún interés puntual en ninguno de los dos ‘bandos’ enfrentados (ecologistas vs envenenadores del aire), lo que ocurre es que soy un apasionado de la aviación, tanto militar como civil”.

Por un lado afirma: “no se pueden prohibir de golpe las fumigaciones aéreas”, porque implicaría correr un alto riesgo sanitario y económico. Pero también observó que “en ciertas zonas se fumiga sin control” y en condiciones que no son propicias. “Me resulta preocupante -señala- ver algunas aeronaves en pleno verano, operando a plena carga y con vientos de 40/50km/h. No hay forma de controlar la deriva del producto”.