Editorial

El clásico que no fue

Finalmente, sucedió lo que muchos presumían: el clásico entre Rosario Central y Newell’s Old Boys no pudo jugarse debido a la violencia previa que derivó en la detención de algunos hinchas, un policía baleado y un llamativo apagón de las cámaras de video del club del Parque Independencia que debieron haber registrado lo que estaba sucediendo.

Pero las consecuencias de este desenlace van más allá de un frustrado partido de fútbol. Lo sucedido tiene directas implicancias políticas, pues representa un nuevo y profundo desgaste en la imagen de funcionarios públicos que no encuentran solución a esta ola de violencia y delito. De hecho, el año pasado un ministro debió renunciar por un partido de fútbol.

Raúl Lamberto, el hombre sobre quien recae la responsabilidad de llevar adelante las políticas de seguridad, fue insultado cara a cara por la gente mientras ingresaba a la sede rojinegra, después de los hechos de violencia. Las imágenes del maltrato hacia el ministro recorrieron el país, socavando su figura e incrementando la percepción de que a las autoridades les está siendo muy difícil mantener la situación bajo control.

El gobierno se enfrentó a una verdadera encrucijada durante los días previos al partido, luego de una seguidilla de atentados incendiarios contra instalaciones de ambos clubes.

Si las autoridades decidían que no se jugara el clásico debido a los hechos de violencia acaecidos en las jornadas previas, el mensaje hubiese sido que el Estado santafesino no estaba en condiciones de garantizar un partido de fútbol. Y si, como finalmente ocurrió, autorizaban la realización del encuentro, se arriesgaban a este desenlace.

Lo ocurrido merece una lectura profunda. Aparentemente las barras bravas de ambos clubes nada tuvieron que ver en la seguidilla de atentados que contribuyó a enrarecer el clima. Todo indica que los desmanes fueron protagonizados por adolescentes y jóvenes que no integran el núcleo duro de la hinchada, sino que pertenecen a sectores de clase media.

El sociólogo Pablo Alabarces -autor de varios libros sobre el fenómeno de la violencia en el fútbol- insiste en que en la Argentina está instalada “la cultura del aguante”, que va mucho más allá de las organizaciones mafiosas denominadas barras bravas. Este fenómeno queda expuesto cuando, desde las plateas, muchos suelen aplaudir con una especie de orgullo colectivo el ingreso al estadio de los “pesados” de la hinchada.

Los barras de Newell’s actuaron el día del partido. Y cuando se vieron perseguidos por la policía, se refugiaron en instalaciones oficiales del club, donde luego se encontró una pistola 9 milímetros cargada y lista para ser utilizada.

Fue allí donde sospechosamente las cámaras de seguridad no funcionaron. Una situación que genera suspicacias sobre el vínculo entre los violentos y los responsables del club.

¿Qué sucederá la próxima vez que un partido importante deba disputarse en territorio provincial? La pregunta, por ahora, no tiene respuestas.