Preludio de tango

Héctor Varela, el mejor discípulo de Juan D’Arienzo

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Ilustración: Lucas Cejas

 

Manuel Adet

Un amigo de mi padre se jactaba de cultivar su amistad. Según supe después se habían conocido en el hipódromo y por esas cosas del azar luego fueron vecinos. Hace una ponchada de años fuimos con mi padre a cenar a su casa. Estaban la mujer y los hijos de Héctor Varela. Él llegó más tarde y no estaba de buen humor porque, según me dijera mi padre cuando regresábamos a casa, había perdido mucha plata con las carreras de caballos.

Los recuerdos de la infancia son dispersos, fragmentarios. Recuerdo la mesa del comedor, el ventanal que daba al parque y lo recuerdo a él, pálido, peinado a la gomina, el traje oscuro y cruzado, y ese aire algo pedante, algo cadencioso de porteño trasnochador. Esa noche no habló mucho, los famosos pueden darse esos lujos. Después me enteré de que ese hombre de pocas palabras era uno de los directores de orquesta más populares de Buenos Aires.

Salustiano Paco Varela nació el 29 de enero de 1914. Su infancia y primera juventud transcurrieron en Avellaneda. Según se comenta pertenecía a una familia de clase media que pudo costearle sus estudios universitarios. No era ése su destino, pero para darle el gusto a los padres se recibió de contador, profesión que nunca ejerció, pero que su madre mencionaba cada vez que le preguntaban algo sobre su hijo.

Los estudios que a él le importaban los realizó en el conservatorio del maestro Eladio Blanco, quien por esas cosas del destino alguna vez compartirán escenario con la orquesta de Juan D’Arienzo. Varela recién cumplía los dieciséis años cuando se sumó a la orquesta de Salvador Grupillo. Como todo joven talentoso y emprendedor buscaba abrirse camino en la noche del tango. Después de una temporada con Grupillo se sumó a la orquesta de Alberto Gambino, lo que le permitió participar en el programa “Chispazos de tradición”.

A principio de los años treinta adoptó su nombre artístico definitivo: Héctor Varela. También el traje, el peinado a la gomina y sus otras dos aficiones destacadas: las mujeres y los caballos de carrera. Antes de los veinte años ya se había ganado un nombre discreto en el competitivo ambiente tanguero de entonces. Tita Merello lo convocó en algún momento para que la acompañase con su bandoneón, pero en 1934 se incorporó a la orquesta de Juan D’Arienzo. Corría el año 1934 y el maestro era entonces uno de los músicos más respetados, al punto que hasta sus críticos más severos admiten que antes de transformarse en un rotulo comercial con una música liviana y ligera, D’Arienzo había demostrado que si quería podía hacer música de primera calidad, como lo atestiguan algunas grabaciones que han sobrevivido de aquella época.

La primera experiencia de Varela con D’Arienzo fue breve, pero allí el muchacho aprendió todo lo que había que saber en materia de tango. Algo parecido debe de haber pensado Enrique Santos Discépolo cuando lo llamó para que integre su flamante orquesta en la que ya militaban Lalo Scalise, Américo Caggiano y un jovencito llamado Aníbal Troilo. La orquesta de Discépolo no duró mucho, algunas actuaciones en Radio Municipal y alguna presentación ocasional en locales céntricos. Lamentablemente, no se conocen grabaciones que permitan evaluar la calidad de esta singular formación musical.

De todos modos, su cita con el destino recién se va a formalizar casi al inicio de la década del cuarenta, cuando ingrese una vez más a la orquesta de quien ya empezaba a ser reconocido como el “Rey del compás”. Las personalidades musicales de esta orquesta son notables y merecen mencionarse. Allí están, entre otros, el violinista Cayetano Puglisi y el pianista Fulvio Salamanca.

Héctor Varela llegará a ser el primer bandoneón de la orquesta más popular de Buenos Aires. Con D’Arienzo, Varela estará diez años que serán memorables para la historia del tango. A su maestría con el bandoneón, Varela le suma su talento como compositor, un talento que debe haber sido destacado para que D’Arienzo le grabe veinte temas entre los que merecen destacarse “Chichipía”, “Bien polenta”, “Te espero en Rodríguez Peña”, “Salí de perdedor”, “Si supieras que la extraño” y “Don Alfonso”.

La fama con D’Arienzo se consolida en las giras por el interior, las temporadas veraniegas en el Hotel Carrasco de Montevideo, las presentaciones en los clubes de barrio los fines de semana y los grandes conciertos en este templo mayor del tango que fue el Chantecler, el cabaret que alguna vez Enrique Cadicamo evocará con un cálido poema en el que menciona los salones colmados de bailarines , las cortinas de pana, la dama lejana bebiendo champagne, el ritmo de Juancito “tallando con su orquesta su estilo famoso” y ese mítico maestro de ceremonias que fue el Príncipe Cubano.

Alguna gravitación debe de haber tenido Varela en esa orquesta para que un excelente cantor al momento de elegir su nombre artístico opte por Héctor en su homenaje y Mauré en homenaje a la mujer de D’Arienzo. Anécdotas al margen, para 1950 Varela estima que su aprendizaje ha concluido y decide formar su propia orquesta. Los críticos lo subestiman y adelantan que lo suyo no será más que una copia del estilo de D’Arienzo. Se van a equivocar. Varela forjará su propio estilo y para ello contará con músicos de la calidad de César Zagnoli en el piano, Antonio Marchese y Alberto San Miguel en la línea de bandoneones y Hugo Baralis y Marco Abramovich con los violines. Las presentaciones estarán a cargo de un joven simpático que responde al nombre de Cacho Fontana. Sus cantores merecen un capítulo aparte. Son Rodolfo Lezica y Armando Laborde, una verdadera marca registrada de la orquesta. Cuando Laborde se vaya, su reemplazante será el santiagueño Argentino Ledesma. Con los años llegarán otros cantores, entre los que se pueden mencionar por su calidad a Raúl Lavié y Jorge Falcón.

A lo largo de un cuarto de siglo la orquesta de Varela habrá de grabar 383 temas. Su debut será en diciembre de 1950 en un 78 del sello Pampa. Allí graba “El flete instrumental” y “Tal por cual”, interpretado por Armando Laborde. Su última grabación será en 1975 en el sello Columba. Se trata del tema “Que no muera este amor” interpretado por los cantores Carlos Damián y Hugo Carrasco.

La popularidad de la orquesta de Varela en la década del cincuenta será desbordante. Presentaciones en los clubes, presencia estelar en el Marabú, el Chantecler y el Glostora Tango Club, giras exitosas, entre las que merece destacarse la de Río de Janeiro, desde donde regresará con temas como “Noches de Brasil”, “Historia de un amor” y “Mi corazón es un violín”.

La orquesta de Varela, como la de D’Arienzo, se propuso hacer música para los bailarines. Fue un objetivo noble que en algún momento se transformó en una coartada para sacrificar la calidad en nombre de la fama y las buenas recaudaciones. A principio de los sesenta la declinación era evidente. De todos modos, su nombre ya estaba instalado definitivamente en el corazón del público y sus discos se vendían como pan caliente en todo el país. Para esa época su orquesta actuaba en el programa televisivo “Grandes valores del tango”, conducido por Juan Carlos Thorry al principio y, luego, por Silvio Soldán. Ya no eran los de antes, pero les alcanzaba para vivir de las glorias pasadas cultivando un involuntario anacronismo en un programa que no hacia otra cosa que ponderar los vicios del tango y no sus virtudes.

No obstante ello, el nombre de Varela se mantuvo vigente gracias a sus destacadas composiciones. Pertenecen a su autoría temas sin los cuales la historia del tango se empobrecería. Hablo de “Fumando espero”, “Viejo rincón”, “Fueron tres años”, “Que tarde que has venido”, “Silueta porteña”, “Azúcar, pimienta y sal”, “Portero suba y diga”, “A media luz” y “Tiempos viejos”. Héctor Varela murió en Buenos Aires, el 30 de enero de 1987.