eDITORIAL

La muerte de Lino Oviedo

El gobierno de Paraguay se ha comprometido a investigar hasta “las últimas consecuencias” la muerte del general Lino Oviedo, mientras los seguidores del jefe militar y veterano candidato a presidente de Paraguay aseguran que la caída del helicóptero la noche del sábado no fue consecuencia de un accidente, sino de un atentado promovido por sus diversos y empecinados enemigos.

La Justicia tendrá la última palabra al respecto, aunque ya es sabido que para la fantasía popular la sospecha de un crimen organizado siempre estará presente, sobre todo porque no es la primera vez que la eliminación de un enemigo político se realiza recurriendo a esta metodología. Basta para ello recodar, por ejemplo, la muerte del general Molas en tiempos de Franco o el accidente de aviación que puso fin a la vida de Camilo Cienfuegos, el dirigente revolucionario cubano cuya popularidad competía con la de Fidel Castro.

Más allá de las vicisitudes de la investigación, la muerte de Lino Oviedo elimina del escenario político paraguayo a un dirigente controvertido y conflictivo, de reconocida popularidad y muy representativo de un estilo y una manera de hacer política. Oviedo aspiraba a la presidencia de su país y sus seguidores aseguraban que fueron las intrigas y tramas de sus enemigos las que impidieron que llegara al poder.

Como corresponde a un país como Paraguay, la trayectoria política de Oviedo se confundía con su trayectoria militar. Fue uno de los jefes militares que organizó el derrocamiento de Alfredo Stroessner después de haberle jurado lealtad y obediencia durante años. El proyecto de dominación política de Oviedo no difería en lo fundamental del de su padrino, por el contrario se parecía demasiado y seguramente esa identificación fue una de las causas del conflicto.

Caído el tirano, fue el titular del poderoso Primer Cuerpo de Ejército, lo que le permitió en esos años ser una suerte de árbitro político, porque después de Stroessner el Ejército continuó siendo un protagonista real del sistema político, y tanto para civiles como para militares no era concebible la acción pública sin el apoyo o la complicidad de algún sector de las Fuerzas Armadas.

El asesinato de su rival “colorado” José María Ergaña dio lugar a que sus críticos lo denunciaran como el responsable del crimen. Finalmente sus intrigas, operaciones facciosas e intentonas golpistas encontraron un límite ante enemigos más poderosos. Se exilió en la Argentina para eludir la cárcel o un destino peor. En nuestro país vivió algunos años gracias a la indisimulada benevolencia del presidente Menem.

Cuando en Paraguay cambió el escenario, regresó a su país. En algún momento fue detenido pero finalmente recuperó la libertad y volvió a las andadas. Oviedo sabía ejercer el poder, conocía como la palma de su mano el carácter de las luchas facciosas internas en las Fuerzas Armadas y tenía un inusual talento para comunicarse con los sectores más atrasados de la sociedad.

En recientes declaraciones, ésta era la última vez que se presentaba como candidato. Tenía sesenta y nueve años y si bien su caudal electoral seguía siendo importante, sus posibilidades de ser presidente eran mínimas.