Mesa de café

El país del escrache

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Remo Erdosain

-A esto ya lo viví -dice Abel algo compungido mientras espera que Quito le sirva el café.

-¿Qué viviste? -le pregunta José, que acaba de leer el diario y seguramente algo no le gustó porque lo cerró con un gesto enérgico y lo apartó de su lado como si fuera algo contagioso.

-Lo que estamos viviendo ahora -explica Abel- este clima de violencia cotidiana, de descalificaciones mutuas... ya lo viví y el recuerdo no es bueno porque a todos nos fue como la mona.

-¿Vos te referís -pregunta José con tono insinuante- a la silbatina que organizaron en contra del vicepresidente de la Nación, o a los insultos que una patota profirió contra el compañero Kicillof que viajaba en clase turista acompañado de su mujer y dos niños... a todo eso te referís?

-A todo eso y a mucho más -contesta Abel- porque ahora ustedes empezaron a probar de su propia medicina, pero los inventores del remedio son ustedes. Tenían que llegar ustedes al gobierno para que el dueño de un bar le diga a un periodista que no lo va atender porque no es persona grata; tenían que llegar ustedes al gobierno para subirse a la cadena nacional y agraviar a la gente todos los días. ¿O acaso no es un escrache y un acto de violencia incalificable que la presidente de la Nación ataque a un comerciante y después le mande la Afip? Ni Mussolini se hubiera animado a tanto.

-La tuya es una manera muy original de repartir las culpas -observa José.

-No es nada original -interviene Marcial- porque ustedes de originales no tienen nada. Lo que están haciendo ahora lo hicieron siempre, ¿o quién inventó la consigna “al enemigo ni justicia? ¿O acaso se olvidaron que en 1973 hicieron la campaña electoral reivindicando los asesinatos cometidos?

-No fueron asesinatos, fueron actos de justicia -interrumpe José- pagamos con la misma moneda que nos pagaron en 1956...

-Sobre estos temas ustedes siempre tienen la última palabra, pero lo cierto es que cuando son gobierno lo único que logran es que todos estemos peleados contra todos.

-Habrá que ver quién es el que tira la primera piedra -digo como para decir algo.

-En esto no hay manera de equivocarse -contesta Marcial- la primera piedra siempre la tira el que está gobernando. La responsabilidad de contener, pacificar, no alentar las discordias, la tiene en primer lugar el que gobierna, porque es el que dispone de los recursos necesarios para hacerlo. Ahora, si desde arriba, se agravia, se insulta, se patotea a la gente y, además, se festeja la violencia, después no se quejen que desde abajo algunos respondan de la misma manera.

-O sea, que ustedes son unos santitos y los malos de la película somos nosotros...

-¿Acaso te cabe alguna duda? -dice Marcial.

-No una duda, muchas dudas -responde José- lo que hicieron el otros día contra Kicillof no tiene nombre.

-Yo estoy de acuerdo con vos -digo- pero lo que hay que preguntarse es por qué existe ese clima.

-Yo ante lo obvio no me haría tantas preguntas -dice José en voz baja.

-Porque te conviene no hacer preguntas, no vaya a ser cosa que las respuestas después no te gusten -observa Abel sonriendo.

-Yo en estos temas -dice Marcial- no tengo nada que ocultar; a mi no me gusta patotear a nadie, nunca me gustaron los escraches a los militares como no me gusta que se insulte a un funcionario público, pero lo cierto es que estamos cada vez más divididos y yo estoy convencido de que la responsabilidad de lo que sucede la tiene este gobierno peronista.

-Vos le das vuelta a la cosa y siempre caes en lo mismo -acusa José- la culpa de todos los males en la Argentina la tenemos los peronistas.

-De todos los males no, pero de casi todos -responde Marcial sin dejar de sonreír.

-Nosotros no fuimos los que le organizamos la silbatina a Boudou -dice José.

-Esta vez no fueron ustedes -dice Abel- porque Boudou es un “compañero”, pero fueron ustedes los que silbaron e insultaron a Binner en un acto público, y a Bonfatti en otro acto.

-¿Fue acaso el día en que la señora dijo “vamos por todo”? -pregunto, como para calentar el ambiente.

-Exacto -exclama Abel- lo que pasa es que a los compañeros les gusta patotear, pero no les gusta que los patoteen.

-En eso -dice Marcial- son muy lógicos, lógicos de una manera primaria, pero lógicos al fin.

-A mi no me consta -dice Abel- que el gobierno de Santa Fe haya organizado la silbatina contra Boudou.

-A mi sí -responde José.

-Para silbarlo a Boudou no hace falta organizar nada. El hombre ha hecho los méritos necesarios para hacerse silbar sin necesidad de que nadie organice nada -dice Marcial.

-Yo en lo personal -observo- haría una distinción entre el escrache, siempre condenable, a Kicillof, y la silbatina a Boudou.

-¿Y cómo la harías?

-No es lo mismo que un grupo de personas insulte en la calle o en un Buque Bus a un señor que está acompañado por su esposa y sus dos hijos, a que una multitud silbe a un personaje tan controvertido como el vicepresidente. Ese señor tiene muchas respuestas que darle a la ciudadanía antes de treparse a un palco a hablar de gestas patrióticas.

-Yo creo -dice Abel- que Boudou no tiene autoridad moral para hablar de la batalla de San Lorenzo o de cualquier otro acontecimiento patrio.

-Es el vicepresidente de la Nación -recuerda José- si no lo respetan a él, respeten su investidura por lo menos.

-A mi me cuesta mucho hacerme cargo de que el señor Boudou tiene la misma investidura que en su momento tuvieron Pellegrini, Alsina, Avellaneda...

-O, para no irnos tan lejos -dice Abel- Elpidio González, que fue vicepresidente de la Nación y después se ganaba la vida vendiendo ballenitas en la calle.

-Yo creo que un grupo de personas no tiene derecho a patotear o escrachar a una persona indefensa pero sí lo tiene de silbar en un acto público a un funcionario que no merece ese cargo.

-Boudou fue votado por el pueblo -recuerda José.

-Esas son macanas... la señora lo subió a la fórmula como podría haberme subido a mí o a Quito, el mozo.

-Vos tenés una manera muy original de interpretar las instituciones -le dice José.

-Tal vez -responde Marcial con su sonrisa más enigmática.

-Lo que a mi me parece es que a ustedes les gustaría más que siga Cobos como vicepresidente.

-Comparado con Boudou, Cobos es un estadista de fuste.

-Por lo menos, nadie lo ha podido acusar de corrupto o algo parecido -digo.

-No comparto -concluye José.