El difícil arte de poner límites

Entre padres e hijos, un si o un no nunca son simples palabras. El diálogo y el tiempo compartido parecen ser buenas herramientas para que unos y otros comprendan hasta dónde pueden llegar.

TEXTO. MORA CORDEU (TÉLAM).

El difícil arte de poner límites
 

En el libro “Límites para los adolescentes de hoy”, la psicopedagoga Elvira Giménez de Abad analiza el comportamiento de los hijos “en una etapa que hoy comienza más temprano y abarca un período más largo”, en el contexto de un mundo muy veloz, donde sobra la información y falta el tiempo de los padres para escuchar, comprender y fijar reglas.

“Antes los chicos entraban en la pubertad a los 13 ó 14 años; ahora, a los nueve o diez ya tienen las hormonas dando vuelta, aunque claro, siempre hay que tener en cuenta el tipo de cultura en que viven”, analiza la autora de este libro, publicado por Paidós.

“La adolescencia -escribe- es un momento de transición en la vida de los individuos, es el pasaje de la niñez a la edad adulta (...). Se producen cambios sociales y biológicos, aparecen los caracteres sexuales secundarios y comienzan a madurar las funciones reproductoras”. Todas estas transformaciones se dan a tanta velocidad que impactan en los adolescentes y en los padres: es difícil, ejemplifica, “que la familia se reúna para comer. Todo es para ayer, todo es a botón, algo que confunde a los chicos y les quita las ganas. Da lo mismo comer en el cuarto con la computadora si papá y mamá están apurados”.

Para Giménez de Abad, “estar cerca de los hijos es básico, lo que no significa estar controlando, sino escucharlos, marcar pautas, ver sus amigos, sus salidas y sus actividades. Es necesario estar disponible; eso es difícil porque los padres trabajan mucho, llegan cansados, pero creo que no es imposible”.

“Los padres no son perfectos y los chicos lo perciben, siempre está el riesgo de equivocarse. Lo que hay que tener presente es que se puede retomar el camino: si les damos una mala respuesta está la posibilidad de decirles ‘bueno, volvamos a hablar de esto’, retomar las riendas como adultos”, considera.

Además, la psicopedagoga insiste en la necesidad de un acuerdo previo entre padre y madre para no contradecirse con respecto a las reglas. “Es común que el papá sea muy permisivo o exigente, y entonces la mamá actúa como la contraparte para aflojar o ajustar lo que el otro no puede hacer y esto también confunde a los chicos”.

Otro tema en el que Giménez de Abad hace hincapié tiene que ver con la responsabilidad. “De pronto vemos cómo ese chico enorme que no hace nada, que el cuarto es un desastre, no tiene ninguna responsabilidad dentro de la casa, ni siquiera de sus propias cosas y esto hay que trabajarlo. Son los padres los que tienen que guiarlos”.

La idea de límite sobrevuela todo el texto porque “el adolescente tiene que estar seguro de hasta dónde puede llegar; hay que ser claros para que sepa donde está parado”.

También, la especialista sostiene que a los adolescentes hay que reconocerlos como personas diferentes: “Algo que les cuesta a los padres es verlos con la edad que tienen, hay elecciones de los chicos que deben ser respetadas para que puedan establecer un yo fuerte”.

DIÁLOGO Y TECNOLOGÍA

Sobre la capacidad de discernimiento de los adolescentes, Giménez de Abad recalca que “todo pasa por las herramientas que uno puede darle a su hijo. Frente a un simple programa de televisión se puede entablar un diálogo: ‘¿Te parece bien como funciona esto?’, hacer preguntas que lo ayuden a ser críticos de su propia conducta y la de los demás”.

Los miedos y las inseguridades, incentivadas por los temores paternos o los medios de comunicación no pueden ser obviadas a la hora de conversar con los adolescentes. “Hay que enseñarles a cuidarse, no mentirles porque las cosas suceden y no hay que negarles la realidad. Marcarles cuáles son las situaciones de riesgo para que aprendan. Hay diferencias según las edades”, evalúa.

“No es lo mismo un chico de 11 que otro de 15, necesitan permisos diferentes. El caso de Facebook ¿cuándo? es una pregunta que me hacen muchos padres y yo contesto ‘cuanto más tarde mejor’. Puede confundir a los chicos, los amigos de Facebook no son amigos de verdad, es gente que está ahí en la pantalla, los amigos son para estar en casa, salir juntos, hacer programas”.

Esto no quiere decir, aclara la psicopedagoga, “estar en contra de las redes sociales; es tratar de cuidar su uso para que los adolescentes no permanezcan mucho tiempo inactivos. Es una tarea de los padres ir regulando su participación en las redes”.

Con respecto al acceso a la información, señala Giménez de Abad que “hay que dosificar el uso de la computadora, que la televisión no esté prendida todo el día”.

“El trabajo de los padres de jornada completa deja un sabor amargo. En la consulta veo angustia, insatisfacción, pero creo que se puede ir acomodando la vida laboral para centrarse más en los hijos”, indica.

TODO CAMBIA

La relación asimétrica que debe existir entre padres e hijos es desarrollada en el libro por la autora para quien “uno puede estar muy cerca de los hijos sin convertirse en un amigo. La asimetría es posible, a veces falta tiempo para pararse y pensar ¿Qué quiero? ¿Cómo me acerco? No es fácil acercarse a un adolescente con todo su mundo dado vuelta. Pero hacerse el amigo descoloca al chico”.

Las transformaciones físicas que atraviesa el adolescente pone sobre el tapete el tema del sexo, “algo que debe ser abordado por los padres sin dar por supuesto nada. Algunos me han dicho ‘de esto no hablo porque seguro que saben’ y no es así. Hay que profundizar con los chicos, hablarles también del respeto y los sentimientos”.

A pesar de los cambios entre el escenario de los padres cuando eran adolescentes y el actual, hay cosas que permanecen. “Inculcar valores en los hijos es fundamental. Según la familia, se pondrá el acento más en la solidaridad, la verdad o el amor al prójimo. Lo importante es que los chicos puedan ver sobre todo modelos, no palabras vaciadas de contenido”, remata la especialista.