Se termina la joda

Es terrible, pero sucede: la semana que viene, días más, días menos, ¡comienzan las clases! ¡Tan en febrero! Hay gente que no termina de tirar una bombita, no acaba de sacarse la malla o limpiarse la arena y ya está embarcada de nuevo en el año. Hay gente malintencionada que quiere cambiar la esencia argentina. No van a poder, ya se los digo.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

 

¡Alto ahí! ¡Pongámonos de acuerdo! Como que tenemos que dejar de tirar agua y bailar y empezar a armar la mochila de los chicos -y a los chicos, y a los padres de los chicos- porque ya empiezan las clases. ¿En qué momento pasó esto? ¿Cómo dejamos que este ataque suizo de seriedad institucional nos pegara en el centro mismo de nuestra indómita argentinidad? Acá estamos: semana de carnaval todavía -recién fue miércoles de ceniza y ya nos quieren hacer polvo- y en el medio hay que correr a comprar zapatos, cartucheras, lápices, cuadernos y libros varios.

El tema, que parece gracioso, no lo es: en el medio está la consabida y a veces culposa idea del estado de avanzar con los días de escolaridad, como parece que sucede en los países más avanzados del mundo. Te ponen como ejemplo a Japón y no hacen la salvedad de que allá hay japoneses.

Hasta hace poquito, las vacaciones empezaban en diciembre y terminaban en marzo y esto era así para alumnos, docentes y familia. Y diciembre, en realidad, sólo la primera semana. A quienes les iba maso, tenían que rendir y saldar cuentas con la escuela (y con tu familia, más dispuesta a acordar y escuchar a la maestra que a vos, tarambana) en medio de las vacaciones, pero no había recuperatorios, ni se compensaba nada, ni se nivelaba ninguna cosa: vacaciones, hermano, lisas y llanas desde la segunda semana de diciembre. Y hasta que te aburras y clames por clases nuevamente a mitad de marzo.

Primero empezaron sigilosamente a recortarte diciembre, esos cretinos. Se metieron adentro del último mes del año hasta el límite mismo de las fiestas. Y después, por el otro extremo de las ex vacaciones, empezaron a desandar marzo hacia su mismo inicio, una semanita primero (pero todavía dentro de marzo, sinónimo de comienzo del ciclo) y después, zápate: en febrero, al principio tímidamente. Pero ahora ya se arranca el 25 de febrero y en cualquier momento estamos el 17 o el 18: no se le hace eso a la gente, carajo (estoy enojado: la Tola me primerió en el pasillo con un baldazo inapelable y ahora ni tengo tiempo para revancha porque debo llevar a mis hijas a clases).

Y si lo analizamos desde la óptica de los docentes, puedo ver saltar los lagrimones: meten plenarias de no sé qué, reunión de coordinación de contenidos (justo cuando uno o una quiere estar ya sin contención posible), turno de guardia del último capítulo del pedagogo de moda o la novísima circular ministerial que nos hará ser mejores, justo justo entre las fiestas o la primera semana de febrero.

Tildan a esta gente -los docentes- de privilegiados porque “no trabajan” dos meses y yo invito a cualquiera a que se pare, sin dar contenido alguno, delante de treinta energúmenos -nuestros hijos adorables-, todos los días cinco horas, sólo a contarles cuentos y mantenerlos ahí: ¡ocho meses de vacaciones hay que darles a esos tipos!

Así que esta nota es preventiva: hasta acá, ningún día más de clases en ninguno de los extremos del ciclo. Está bien así: una ignorancia tan operativa, tan sólidamente construida en apenas dos siglos, tan carnavalesca y alegre, no puede ser destruida por un funcionario que, encima, no estará el próximo año o el otro.

Yo lo único que pido, de última, es que me den un par de días. La Tola no es ninguna gil y sabe que clamo por venganza. Anduvo escapándose estos días y sabe que una vez que me capture el año y su rutina (la escolar en primer lugar) ella estará a salvo. Yo tengo en el pasillo, atrás de la puerta, un balde de los grandes, fresquito, listo. El lunes 25 o el martes 26, la emboco seguro. Y después arranco las clases con mis chicas, tranquilito, en paz y ávido de conocimientos sistematizados.

Se termina la joda