Crónica política

Incorregibles y contumaces

argentina.jpg

Rogelio Alaniz

No aprendimos nada. O no aprenden nada, para ser más preciso. ¿Ejemplos? La experiencia debería habernos enseñado que emitir moneda sin respaldo es algo así como falsificar billetes; que la inflación es un impuesto contra los pobres, además de degradar la totalidad del sistema económico; que manotear recursos del Banco Central es robarle la plata al contribuyente y que los cepos cambiarios son el anticipo del naufragio o los manotazos de un ahogado. ¿Más ejemplos? Que los llamados acuerdos de precios nunca dieron resultado; que ninguna invocación a supuestas políticas sociales justifica que se despilfarren los ahorros de los jubilados; que los subsidios pueden ser medidas transitorias, excepcionales, pero nunca pueden reemplazar aquello que constituye el abc de cualquier economía normal en el mundo; que las empresas estatales pueden ser necesarias, pero deben ser socialmente eficientes y económicamente viables, exactamente lo opuesto a lo que sucede, por ejemplo, con nuestros trenes y aviones; que a nuestras ventajas comparativas en el mundo debemos transformarlas en ventajas competitivas y no en un botín para apropiarse de recursos que desaparecen en el agujero negro de la demagogia y la corrupción.

¡Claro que no aprenden nada! Inflación, emisión sin respaldo, despilfarro de reservas... nos falta endeudarnos con la banca extranjera para cumplir con todos los requisitos que en las últimas décadas explican nuestra decadencia. Hace veinticinco años, nuestro ingreso per cápita era superior al de Brasil; diez años atrás a nadie se le hubiera ocurrido pensar que Uruguay exportaría más carne que nosotros o que Colombia pretendería disputarnos el segundo puesto en América latina. Esas hazañas y algunas otras más se las debemos a Ella y a Él.

Todos los vicios se normalizan. Las cifras del Indec son un escándalo con el que nos hemos acostumbrado a convivir. Nadie cree en ellas, ni siquiera el gobierno, pero allí están, vigentes, lozanas e inútiles. El narcotráfico en la Argentina no es el de México o el de Colombia, pero la palabra ya está incorporada a nuestro lenguaje y progresivamente nos vamos acostumbrando a ella, porque en los últimos años la Argentina ha dejado de ser un lugar de paso de la droga, gracias a la incompetencia y corrupción política, la complicidad de los organismos de seguridad y la apertura indiscriminada y nada inocente de las fronteras. Es verdad, estamos lejos de ser el paraíso de la cocaína, pero estamos muy cerca de ser el paraíso del paco.

También nos acostumbramos a aceptar que una organización de derechos humanos emblemática de la resistencia contra la dictadura se transforme en una suerte de sociedad anónima corrupta manejada por una mujer que pasea su impunidad con insolencia y descaro. Un juez servil al poder político acaba de ordenar la detención de los hermanos Schoklender. ¿Y Hebe Bonafini para cuándo? ¿O alguien puede tragarse el embuste de la pobre mujer engañada por dos hermanos parricidas y desagradecidos?

¡Sorprendente! Durante años la señora Bonafini manejó a la institución Madres como si fuera un kiosco o una propiedad personal. Devenida en una suerte de Sisebuta echaba a los gritos a los que no pensaban como ella y convocaba a los que le juraban lealtad. Exigente para reclamar obediencias, decidió incorporar a los Schoklender a Madres con la misma discrecionalidad con que un patrón feudal contrata a un capataz o a un capanga. Siempre se dijo que Hebe conocía hasta la marca de la leche que tomaba la gatita mascota de la institución, pero sin embargo, esa mujer posesiva, desequilibrada, despótica, ávida de poder y figuración social, ignoraba lo que hacían los hermanitos Schoklender.

El siglo XXI se abre hacia el futuro con oportunidades, riesgos y esperanzas. Los avances científicos y tecnológicos, la recomposición del capitalismo a través de las economías del Pacífico, los miles de millones de personas que se incorporan al mundo civilizado, son oportunidades formidables para una Argentina productora de alimentos. Hoy la fantasía de Perón, de un país favorecido y privilegiado en un mundo con hambre parece realizarse. El fenómeno es evidente y visible. Todos parecen advertirlo, menos el gobierno que sigue mirando para otro lado o empeñado en confiscar a la gallina de los huevos de oro, es decir, al campo.

Un país en serio debería estar debatiendo estas nuevas oportunidades en un mundo donde el comunismo y el capitalismo salvaje han fracasado. Sin embargo, nosotros seguimos discutiendo como si viviéramos en 1945. Los grandes dilemas del desarrollo, el debate imprescindible acerca del lugar que le corresponde a la Argentina en el mundo, no se concretan. Para los Kirchner, la culpa de nuestras desgracias siempre la tiene otro. Los de adentro y los de afuera. Nunca ellos. El negocio de victimizarse les ha dado buenos resultados a ellos, pero no a la Argentina.

La carrera por la educación la estamos perdiendo miserablemente. El gobierno en este tema no ha provocado ningún cambio importante y no da señales de disponer de alguna idea innovadora al respecto. De la boca para afuera se reconoce como un dato obvio de la realidad que la educación es la clave del progreso y el desarrollo hacia el futuro. De la boca para afuera. Los datos efectivos son otros. Ya no nos alcanza con que esa carrera la gane Inglaterra, Estados Unidos o Finlandia. Ahora a la carrera la perdemos con Brasil, Uruguay y Chile. ¡Y pensar que hace apenas unas décadas la revolución educativa en la Argentina era materia de estudio en los países del primer mundo!

Mientras tanto, el oficialismo cree en las virtudes del populismo en clave peronista y su anacronismo retórico lo lleva a atacar a los sectores productivos reales de la Argentina, mientras pondera las virtudes de un capitalismo lumpen y mafioso, cuya máxima expresión son los amigos del gobierno o los explotadores de mano de obra esclava a los que luego el señor Moreno pasea por el mundo como modelo de un capitalismo nacional y popular.

Venezuela chavista se ha transformado en nuestro aliado estratégico, en el ejemplo a imitar. Y de la mano de ellos la flamante alianza con Irán, uno de los Estados parias del mundo, una dictadura teocrática, misógina y antisemita. Las maniobras de Timerman esta semana no tienen nombre. Calificarlas de papelón sería una injustificable licencia del lenguaje. El hijo, nieto y bisnieto de judíos firma un acuerdo que garantiza la impunidad a los verdugos. No conforme con firmar una suerte de punto final a la búsqueda de los culpables del atentado terrorista más brutal de nuestra historia, ahora pretende legitimarlo en el Congreso, es decir, transformar un disparate diplomático en política de Estado.

“No hay ningún acuerdo secreto”, afirma Timerman. No creo ni dejo de creerle. Porque tal vez el tratado secreto no haga falta, entre otras cosas porque el tratado público ya es una vergüenza. El miércoles se hizo público a través de los diarios de Irán que el gobierno no permitiría que los principales imputados sean indagados. Algunos dirigentes del oficialismo pusieron el grito en el cielo; otros manifestaron su indignación y su sorpresa. Incluso algunos dirigentes de la comunidad judía manifestaron su extrañamiento. La pregunta que yo hago a tanto candor o a tanta mala fe, es la siguiente: ¿Alguien esperaba otra cosa? ¿Alguien podía creer por ventura que la dictadura de Irán, la misma que en estos días aseguró que lo sucedido en la AMIA lo realizo Israel a través del Mossad, iba a entregar a un ministro de Defensa o a algún funcionario? ¿Alguien puede ser tan ingenuo o tan tramposo como para creer en semejante disparate? ¿Alguien imagina a Videla y Alfonsín buscando juntos la verdad del terrorismo de Estado? ¿O a Carlotto y Massera indagando sobre los nietos desparecidos? ¿Alguien se imagina, por ejemplo, a Ben Gurion constituyendo una comisión de la verdad con Hitler? ¿Alguien se lo imagina a Simón Weishental viajando a la Alemania nazi para indagar a Goebbels o a Goering en busca de la verdad? ¿O acaso hay alguna otra verdad que investigar en el caso de la AMIA? ¿O no será que tal vez el dueño de la verdad sea D’Elia, a esta altura del partido el verdadero mentor ideológico de la estrategia que el señor Timerman considera sutil, inteligente y genial?

Prosigamos. Campeones en perder oportunidades, estamos a punto de dejar pasar la última. El mundo marcha hacia otro horizonte, mientras nosotros nos hacemos amigos de Irán, rezamos por la salud de Chávez, ponderamos las virtudes de Putin y cada vez que nos sentimos un poco incómodos, nos ilusionamos con que todos los problemas se van a resolver el día que recuperemos las islas Malvinas, el eficaz cazabobos al que los políticos criollos -civiles y militares- recurren cada vez que quieren disimular sus fracasos.