De domingo a domingo

La política centrífuga y la creación de nuevos focos de descontento

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Con el clásico estilo kirchnerista de la confrontación, la semana estuvo signada por las críticas ante el acuerdo con Irán y los desbarajustes económicos. En la foto: el canciller Héctor Timerman y el secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno.

Foto: EFE

 

Ernesto Behrensen

(DyN)

La administración de Cristina Fernández logró, en pocos días, crear nuevos focos opositores y engrosar así las filas de actores políticos, sociales, económicos y sindicales que hacen público su descontento.

El acuerdo con Irán para intentar avanzar en el esclarecimiento del atentado a la Amia, las expectativas oficiales sobre las paritarias -y los anuncios sobre el impuesto a las Ganancias- y las crecientes críticas a los opositores dejaron al descubierto un estilo cada vez más cerrado, blindado ante los cuestionamientos, autoritario.

Y crearon nuevos descontentos en actores como la CGT oficial, la DAIA, la AMIA y la embajada de Israel.La Presidenta describe en sus discursos un país ideal, de una “década ganada”, con redistribución de la riqueza, inclusión social y de un gobierno que tiene “un gran compromiso con los 40 millones de argentinos”, y lo compara constantemente con la Argentina del 2001.

Si menciona la inflación o la inseguridad es para deslindar responsabilidades.

A los opositores, les dedica ácidas críticas en cada diatriba. “Los que se quejan no merecerían ser Gobierno acá y en ninguna parte. Si se quejan los gobernantes qué le queda a la gente”, dijo en su última aparición. Algunos dudaron sobre el real destinatario del mensaje, teniendo en cuenta que inmediatamente se lamentó por considerar que “es una pena que se pierda esfuerzo, tiempo, voluntad y ganas poniéndole palos en la rueda a todos los que hacen”.

Otros recordaron las constantes quejas por cómo difunden las noticias los medios de comunicación.

Lecturas erróneas de la situación

Mientras que la dirigencia sindical se abroquela en contra de sus políticas, las críticas arrecian por el acuerdo con Irán y la incertidumbre se mantiene por lo que pasará a partir del 1 de abril con los “precios congelados”, la Presidenta dedica párrafos para cuestionar la refacción en la avenida 9 de Julio.

“No vamos a tirar un solo árbol. Los árboles son sagrados, no se tocan. Por lo menos, acá en El Calafate, sobre mi cadáver”, dice.

Es un estilo confrontativo, de barricada, con elementos demagógicos, que necesita constantemente ser alimentado.

Hasta se vislumbra en los intentos de disimularlo. Como cuando se refirió a la relación con Dios. “Aquellos que tienen tantas cosas, de todo, no tienen tiempo ni de mirar ni de escuchar a Dios. Debe ser por eso que los que estamos un pocos más alejados por ahí tenemos tiempo de escuchar”.

Pero en el país real, los conflictos son cada vez más notorios y las contradicciones con ese país ideal se multiplican.

El Memorándum de entendimiento con Irán para intentar “destrabar el estado de la causa judicial” que investiga el atentado a la mutual judía de la AMIA negociado con el régimen de Mahmud Ahmadineyad, produjo el efecto contrario al buscado.

Sería injusto atribuir a la Presidenta y a su canciller, Héctor Timerman, otros intereses que no sean sumar y avanzar en la investigación. En las intenciones oficiales no hubo “mala fe”. Pero como en las principales decisiones adoptadas por el kirchnerismo en temas trascendentes tuvo mucha influencia la posibilidad de sumar rédito político, de “hacer historia”.

Lo que sí hubo fue una lectura errónea de la situación. Negociar con un régimen que niega el Holocausto y hacerlo a espaldas de las principales asociaciones judías produjo un gran error político en lugar del éxito esperado. Entidades como la DAIA y la AMIA quedaron azoradas por el anuncio de la creación de esta Comisión de la Verdad compuesta por juristas internacionales para “analizar la documentación” y preparar un “informe no vinculante” con un Estado que argumenta la necesidad de erradicar a Israel del mapa.

Siempre en espiral de confrontación

La propia Presidenta explicó que esas asociaciones la acompañaron en sus viajes a las Naciones Unidas, donde según dijo “fue evolucionando la postura argentina”, y “aceptaron” esa posición.

Sin embargo, no se tuvo el tacto de consultarlas en un paso tan trascendente, en la creencia de que el efecto sorpresa y la magnitud de la medida acallaría las críticas. Todo lo contrario. Se ingresó en una espiral de confrontación.

La DAIA y la AMIA cuestionaron fuertemente el acuerdo. Se habló de la apertura de las puertas a “un tercer atentado” y de un “punto final” o “el cierre que busca el gobierno para sacarse el tema de encima”.

Timerman acusó a las entidades de “frenar la Justicia”. Y se inició un conflicto diplomático con el Estado de Israel inexistente antes del anuncio.

Demasiados efectos negativos para una decisión pensada para “sumar” en una causa trabada hace casi 19 años.

El envío al Congreso, buscando darle un fuerte respaldo institucional, expandió las críticas.

Cada intervención del canciller reforzó la polémica. En la Casa Rosada se desesperaron al ver la polémica desatada y ordenaron “definir rápido”, como reveló Miguel Ángel Pichetto.

Seguramente el kirchnerismo lo aprobará, aplicando la mayoría automática, y el entendimiento tendrá fuerza de ley. Pero no logrará el consenso que una medida de esta tipo necesita.

Como sostuvo la dirigente de los familiares víctimas del atentado Laura Ginzberg, se aplicará “la obediencia debida”.

Naufragando en una economía estancada

En materia económica, la incertidumbre generada por el congelamiento de precios, la intención de poner topes a las paritarias y la falta de respuestas a los reclamos sindicales provocaron que hasta los gremialistas alineados con el gobierno lanzaran duros cuestionamientos.

Creada hace pocos meses a instancias de la Casa Rosada, la denominada CGT Balcarce quedó descolocada por sus medidas.

La intención de fijar en un 20 por ciento el techo de las paritarias, la elevación en sólo un 20 por ciento del mínimo no imponible, el congelamiento en las asignaciones familiares y el envío con cuentagotas de los fondos adeudados a las obras sociales son demasiados hechos para digerir, hasta para los sindicalistas oficialistas.

Superados por sus bases, sin ganancias por haberse alineado al gobierno y con Hugo Moyano capitalizando los reclamos, los sindicalistas K entraron en estado deliberativo. Y lanzaron duros cuestionamientos a la política económica.

“La economía está estancada. Un acuerdo de 60 días no sirve” dijo el metalúrgico Antonio Caló. Incluso convocaron a un plenario en el que no se descarta la adopción de medidas de fuerza. Los reclamos se multiplican y las respuestas escasean.

Ante este escenario, el kirchnerismo refuerza su estrategia. Buscar culpables y atacarlos. Difundir sólo las buenas noticias y esconder las malas. Atribuir a “operaciones” las consecuencias negativas que sus políticas provocan.

“Cuando comenzamos a mejorar empiezan lo que yo denomino las operaciones. Siempre le digo a Miguel (Galuccio) y a todo su equipo, a Axel (Kicillof) y a todos: nos van a tirar, cada vez que andemos mejor, cada vez nos van a tirar más”, reconoce la propia Presidenta. Autocrítica, cero.