“El vuelo”

Piloto del destino

Piloto del destino

Fachada: Whip Whitaker (Denzel Washington) sube a conducir el avión que deberá manejar magistralmente... aunque debajo esté intoxicado con sustancias variadas.

Foto: Télam

 

Ignacio Andrés Amarillo

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“El vuelo” es una película bastante inclasificable que podría pensarse de muchas maneras. Una de ellas es verla como un homenaje al fallecido Tony Scott: al hermanito de Ridley le gustaba trabajar con Denzel Washington y ponerlo a construir antihéroes, personajes que salvan el día pero que tienen facetas reprochables: las dos últimas películas de Scott fueron “Rescate del Metro 123” e “Imparable”, en las que el actor interpreta a un controlador de trenes y a un maquinista, respectivamente. Alguno dirá también que desde “Blow” de Ted Demme que no se tomaba cocaína con tanta displicencia en un filme.

Pero otra forma de ver este regreso de Robert Zemeckis al cine de acción real es como un cruce de géneros y de diferentes climas. Porque en ella se juntan la catástrofe aérea, algo de “película de tribunal”, historias convergentes un poco a lo “Más allá de la vida”, mucho de “filme de superación (o no) con minita vulnerable que buscar redimir al protagonista” (pensemos en “El luchador”, “El ganador”, o incluso en “El lado luminoso de la vida”) hasta escenas risibles más propias de una de las “¿Qué pasó ayer?”, aunque insertas en un trasfondo de tragedia personal con pocas salidas.

El peor héroe

El planteo central del relato (con guión de John Gatins) podría resumirse así: ¿Qué pasa si el piloto que logra un casi imposible aterrizaje de emergencia (que según las simulaciones nadie más podría haber hecho), salvando innumerables vidas, está intoxicado de alcohol y cocaína, después de una noche de sexo y marihuana? ¿Es menos héroe, menos hábil, menos meritorio? ¿Cómo debe juzgárselo, y cómo debe juzgarse a sí mismo?

Ésas son las tribulaciones por las que debe pasar Whip Whitaker, el héroe que la televisión busca, pero también un alcohólico que ha perdido a su familia en la negación de su problema. Escapar para adelante siempre es una salida, hasta que una situación límite lo pondrá frente a frente consigo mismo.

Zemeckis usa toda su expertise para manejar justamente todos esos tiempos diferentes: desde el casi inocuo inicio a la tensión del accidente, para pasar a la lucha interior del protagonista (aparejada a la larga investigación de los hechos) y un crescendo que se resolverán en el final. Pero nada de esto podría hacer sin el descomunal trabajo de Washington, tal vez uno de los mejores de su carrera (y por el que está nuevamente nominado por la Academia).

Desde su ya célebre risa socarrona entre dientes, hasta un mínimo temblor en la mandíbula inferior, es su sumatoria de pequeños y grandes recursos interpretativos lo que anima todo el filme: la blandura de la borrachera y la rigidez del clorhidrato blanco, los recursos del negador y la grandeza del que no quiere ensuciar a quien quiso, todo está allí.

Redentores

Kelly Reilly no se queda atrás: la inglesa viste con soltura la piel de Nicole, alcohólica y heroinómana como un pasado de mucho dolor, que de todos modos tiene más clara las cosas en su vida que Whip, cuya redención buscará. A ella le toca el rol de antiheroína frágil pero decidida, y en su interpretación pone todas las marcas de quien (aun sobrio) ha pasado por el exceso y ha visto la muerte a los ojos.

Lo de John Goodman es imperdible, en su caracterización de Harling Mays, proveedor de todos los vicios de Whip. Ya con verlo entrar diciendo que está “en la lista”, escuchando a los Rolling Stones, cambia el tono del relato, y su escena del “rescate” está más para una comedia descontrolada a lo Todd Phillips o Judd Apatow que para un drama: tal vez porque lo bizarro se inserta sin problemas en la tragedia...

Como contrapartida está Don Cheadle como el abogado Hugh Lang, casi un personaje de la vieja serie “Ally McBeal”: en la era en que un jurista negro egresado de Harvard gobierna Estados Unidos, Cheadle compone a un abogado afroamericano de modales primorosos, traje y zapatos impolutos y guantes de cuero.

No por que le toque jugar con menos cartas Bruce Greenwood es menos actor: su Charlie Anderson del sindicato de pilotos (uno de los pocos amigos saludables de Whip) es mesurado, un creíble puntal para un edificio en ruinas.

Como complementarios, podemos destacar la presencia de Tamara Tunie como la comisaria de a bordo Margaret Thomason, el pequeño pero humano papel de Melissa Leo (aquella detestable madre de “El ganador”) como la investigadora del accidente Ellen Block, y a la escultural Nadine Velázquez como la azafata Katerina “Trina” Márquez, compañera de juergas de Whip y a fin de cuentas por quien el piloto cederá a su destino.

Porque el destino es un tema subyacente todo el tiempo. No a la manera inexorable de las “Destino final”, pero sí por momentos como designio divino. Y en buena medida a la manera griega: cuanto más busca el héroe escapar a lo que le está destinado, más se acerca a cumplirlo. A fin de cuentas, ése es el insumo básico de la tragedia.

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MUY BUENA

“El vuelo”

“Flight” (Estados Unidos, 2012). Dirección: Robert Zemeckis. Guión: John Gatins. Elenco: Denzel Washington, Kelly Reilly, John Goodman, Don Cheadle, Nadine Velazquez, Tamara Tunie, Melissa Leo y Bruce Greenwood. Fotografía: Don Burgess. Edición: Jeremiah O’Driscoll. Duración: 138 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cinemark.