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“La extraña niebla de aquel verano”

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María Guadalupe Allassia presenta un nuevo libro, publicado por la Asociación Argentina de Lectura.

Foto: Archivo El Litoral

María Guadalupe Allassia (*)

“¿Conoces los invisibles hiladores de los sueños?/ con el hilo que nos dan/ tejemos cuando tejemos” (Antonio Machado).

Me siento en mi sillita de mimbre, pequeña como una manzana. Tomo el hilo. ¿Cuál hilo? El hilo de la seda que tiembla y ondula: el de la palabra. Y no cualquier palabra, señor. Imagínese. Palabras que fertilicen el planeta de sueños y otras alegres divagaciones; palabras que suban a un cielo turquesa de irrealidades, para que se muevan como piedritas saltarinas dentro del almanaque de las lombrices. Tomo el hilo. Comienzo a tejer, a pulsar perfumes de verano, a dibujar prodigios en la arena, a soltar una extraña niebla violeta de fulgores fosforescentes. Tengo que tejer, señor. Sin descuidar los personajes, que son siete y escalan vitales, la magia del verano. “Un poco de sol en las bocas y otro poco en los sueños”. Para que los anillos de magia se despierten.

¿Es posible, señor, con un hilo de sueños y un escándalo de maravillas, cantar con la calandria en el verano, tejer y tejer, varias vueltas de vareta, y dos de medio punto, para que aparezca un galeón hundido en el siglo XVI? Sí, es posible. Porque a pesar de que el verano abre su boca de anillo de oro caliente, están los helados, y su musiquita fría y circular, pequeños glaciares de frutillas en la tarde caliente y pesada. Y entonces, todo puede suceder en los misteriosos túneles espejados. Tejer en cadena, señor, para que el sol abra los tréboles y aparezca, Flora, Primavera de Botticcelli, del siglo XVI. ¿Cómo se puede, señor, traer el arte del 1500 entre las travesuras de siete personajes que quedan hechizados por las cosas invisibles y remotas?

El hilo de la felicidad es una burbuja de aire de verano, mariposa dorada y verde (¿la de Lorca?), de “agujas de pino latiendo en el viento con un brillo aceitoso y oscuro”. También tengo que tejer, señor, palabras que perfumen y muevan las piernas, que suelten el misterio y permitan el silencio de los personajes que ya viven dentro del libro. Tejer un viento plateado, de luz de espejos, y agregarle una piedra roja y una verde. ¿Para qué? Ah, eso es un misterio. Entonces oigo la nana del niño malo de Rafael Alberti: “Si no duermes, al monte/ vienen el búho/ y el gavilán del bosque”. Porque hay tejidos oscuros y peligrosos, señor. Sí, sí, en la niebla violeta. Voces enredadas entre las hormigas negras de la costa. Por eso el verano deja caer una lágrima entre las moras.

Pero también tejo claridades, ondas de oro de una antigua Virgencita, Nuestra Señora de las Maravillas, y suelto candelas y luciérnagas sobre el río Paraná.

Tomo un poco de agua de estrellas de mi botellita de sueños, suelto la luna y los aromas profundos de los limones. Escucho el silencio del libro terminado, tejido con palabras, hilos mágicos, ritmos, susurros, juegos luminosos, poesía, amor, aire, ése que va y viene buscando asombrar sólo con las letras, memorias del espíritu.

Bueno, señor, el libro se obstina en levantar vuelo, buscando un niño que sueñe, un niño que lea. Porque leer es vivir y apropiarnos del mundo. Leer es dejar de ser la sombra de los otros.

Leer es soñar. Y los sueños nunca niegan la vida. La fortalecen.

¿Y el hilo? Ahora, es sólo una claridad misteriosa.

(*) A propósito de la publicación de “La extraña niebla de aquel verano”, publicado por la Asociación Argentina de Lectura. Colección Tiempo Libre. Directora de colección: María Ruth Pardo Belgrano. Buenos Aires.