Lengua Viva

Un siglo de ciencia

El siglo XX constituye, sin duda, un hito en la historia de la cultura, en la que se desarrolló una nueva visión del “lenguaje”. Sin ignorar las profundas reflexiones que heredamos de Occidente, impregnadas de miradas filosóficas, históricas, filológicas, biológicas y tantas otras, podemos decir con cierta seguridad que el siglo mencionado conforma un eslabón en los estudios del lenguaje heredados. Es el siglo del desarrollo científico en ese mosaico del saber, es el siglo que construyó un escenario en el que la ciencia lingüística se erigió con la majestuosidad y la dignidad necesaria.

La figura de Saussure aparece a principios del siglo de referencia, haciendo posible que los estudios del lenguaje adquirieran la categoría de “ciencia”, esa ciencia que gestionó su autonomía de las otras áreas del conocimiento a las que estuvo subyugada durante más de veinte siglos. Este genio ginebrino pronto se dio cuenta, desde su formación positivista, de que tenía que llevar a cabo la búsqueda del “objeto”, pues sin él no podría continuar con esa línea de pensamiento. Lo encontró, sería la “lengua”, la que se constituirá en “sistema”, rasgo al que no puede renunciar ninguna ciencia. Ella será la que favorecerá nuestra construcción humana en su relación con el pensamiento (Piaget, Vigotsky, etc.). Saussure acababa de inaugurar la Corriente Estructuralista.

Si nos proyectamos en el siglo de nuestro interés, recordaremos a grandes científicos como Jakobson y Troubetzkoy de la Escuela de Praga, a Hjelmslev, seguidor de la Glosemática, de la Escuela de Copenhague, a Bloomfield, el gran conductista de la Escuela Norteamericana que tanto nos aportó en los niveles morfológico y sintáctico en nuestra formación profesional, a Coseriu, el gran funcionalista junto a Martinet, todos seguidores, opositores y reformuladores del modelo saussureano. Cómo no recordar a la Corriente Generativa Transformacional con Chomsky, o a la Tagmémica con Pike, o a la Lingüística del Texto, cerrando el siglo, con Benveniste, Bernárdez, Kerbrat-Orecchioni, Lyons, Ducrot, Van Dijk, Petöfi, Berrio, y tantos y tantos otros, a la Pragmática con Austin a la cabeza, el gran filósofo del lenguaje, con Grace y su Principio de Cooperación, con Sperber y Wilson y su teoría de la Relevancia.

En fin, no tenemos que hacer esfuerzos para demostrar nuestra hipótesis, bastaría con echar una mirada, con actitud crítica, al Prólogo de la obra que inaugura la corriente Estructuralista “Curso de Lingüística General”, en el que A. Alonso nos convencerá con la sencillez que lo caracteriza.

Evangelina Simón de Poggia

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