“Oz: El poderoso”

Una ilusión para volver a creer

Ignacio Andrés Amarillo

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Es muy difícil meterse con un clásico muy arraigado en el imaginario popular, sobre todo cuando una película canónica viene a sumarse a un clásico de la literatura, especialmente cuando se trata de mitos fantásticos decimonónicos destinados a los niños (parecería ser que el terreno de la cultura infantil es más propicio para grabarse en el inconsciente colectivo).

Así, la empresa Disney ha propiciado con los años la vuelta en acción real sobre un par de sus mitos animados: si en “Hook” Steven Spielberg mostraba a un Peter Pan adulto que regresa a Nunca Jamás, en una visita nostálgica e inocente sobre la pérdida de parte del universo de James Matthew Barrie, más recientemente Tim Burton volvió a llevar a la ya adolescente Alicia a un País de las Maravillas que había olvidado, en una lectura peculiar pero bastante fiel al universo de Lewis Carroll.

Pero en algún momento se le animó también al mundo creado por L. Frank Baum, grabado en las cabezas de generaciones enteras a través de “El Mago de Oz”, filme rodado en 1939 por la Metro- Goldwyn Mayer, con Victor Fleming como director firmante (aunque se dice que pasaron por la silla Richard Thorpe, George Cukor, Norman Taurog, King Vidor y el productor Mervyn LeRoy), estelarizada por una jovencísima Judy Garland, cantando el mítico “Over the Rainbow”.

Con las restricciones del caso, ya que no poseen derechos sobre los elementos del filme de la Metro, hicieron la secuela “Oz, un mundo fantástico” (“Return to Oz”), con una pequeña Fairuza Balk como Dorothy, basados en las dos secuelas de Baum. No les fue tan bien entonces, pero ahora el estudio del viejo y controvertido Walt volvió a la carga, esta vez con una precuela que retoma elementos ya contados.

Una que sabíamos todos

Porque “Oz: El poderoso” se basa en lo que ya sabemos del Mago: que era un mago de feria estadounidense que llegó en un globo aerostático al mundo de Oz, que no tiene poderes reales sino que usa una maquinaria para aparecer como un rostro etéreo, y que se dedicó a eso para enfrentar a las Brujas Malas del Este y el Oeste, con ayuda de Glinda, la Bruja Buena del Sur.

Contando con las mismas limitaciones que antes (Warner Brothers, propietaria actual de los derechos, discutió hasta el tono de verde que podía tener la Bruja del Oeste, o si podía o no tener verruga). Volviendo sobre las novelas originales, pero forzando los límites impuestos hasta donde dé, el director Sam Raimi y los guionistas Mitchell Kapner y David Lindsay-Abaire construyen una historia que cuenta todo lo que no sabemos sobre Diggs. Que es poco más que un mago de circo, chanta y charlatán como él solo, seductor serial de mujeres a veces comprometidas, aunque sólo una parece haberle movido algo, una tal Annie, que lo pondrá en la disyuntiva: se casará con otro si él no se juega por ella. Un marido celoso le dará la oportunidad de escapar, cuando es su propio miedo al compromiso el que lo lleva a esquivar el bulto: además, no quiere ser un hombre bueno, sino un hombre “grande”, como Houdini o Edison.

Así se sube al globo que entra en un tornado “familiar”, que lo transportará a un mundo mágico, con su camino amarillo y su profecía de un paladín caído del cielo. Diggs sólo piensa en ser rico y rey, y se deja convencer por la bella bruja Evanora y su hermana Theodora, enamorada de él. Para eso le encargarán destruir a una tercera bruja, que no es otra que Glinda. Allí, comenzará la verdadera historia, que tendrá un clímax y una batalla final, pero eso el espectador podrá descubrirlo por sí mismo.

Juego de espejos

Una de las claves del guión de Kapner y Lindsay-Abaire está en las simetrías con el filme del ‘39. Una de ellas por ejemplo radica en el comienzo en blanco y negro para mostrar “el mundo real” y el color para ilustrar el más vistoso mundo de Oz (aquí se agrega además el ancho de pantalla). Por supuesto que en el clásico de Victor Fleming ese recurso tenía una doble función: además de mostrar más crudamente esa Kansas rural atravesada por la Gran Depresión, sorprendía al espectador con la nueva paleta del Technicolor; algo que Sam Raimi hace hoy explotando todos los recursos del 3D y las posibilidades del mundo digital, construyendo un mundo a medio camino entre el del filme original y el gótico luminoso de la “Alicia” de Burton, aunque (ya desde los créditos) hay cierta imaginería a lo Meliés, con el sabor de “La invención de Hugo Cabret”.

Como Dorothy también, Oscar va a ir armando su compañía (Finley y la Chica de Porcelana) mientras trata de cumplir su misión, que va cambiando con el transcurso de la historia.

Una semejanza clave está en el recurso de repetir los rostros (aunque en el caso de los personajes generados digitalmente se trate de las voces, y en el caso de Frank/Finley, las relaciones) de nuestro mundo en el de personajes de Oz. Aquí también es más un homenaje, porque en “El Mago de Oz” podía prestarse para una interpretación en clave de “fuga psicogénica” del relato (tal vez el primer caso en el cine): Dorothy “escapando” de su vida de huérfana pobre inventándose un mundo maravilloso con los pocos rostros que conoce (Barrie se había adelantado, cuando pedía que en las representaciones teatrales de “Peter Pan” el señor Darling y el Capitán Garfio fueran el mismo actor).

Aunque quizás algo se traigan entre manos Kapner y Lindsay-Abaire, en la simetría entre el rostro de Glinda y Annie, quien se casará con un tal John Gale. Glinda era uno de los personajes que no tenía “reflejo” en el mundo de la huérfana Dorothy, y pensarla ahora quizás como el espejo de su madre ausente tal vez explicaría algo de la relación entre ambas...

De igual manera, y al mismo tiempo en que se terminan de atar todos los cabos del “Oz que conocemos”, se concreta la concesión de los regalos alegóricos, de manos de “el Mago que no puede conceder deseos”.

El viejo sueño

James Franco se luce como el descarado y estafador Diggs, aunque Michelle Williams se roba la película como Glinda, la adorable bruja buena (aunque más aguerrida de lo que parece) y como Annie. Completan el triunvirato Mila Kunis como la inocente y poderosa Theodora, y Rachel Weisz como la encantadora pero temible Evanora.

Zach Braff le pone el cuerpo brevemente al asistente Frank, pero la mayor parte del tiempo la voz al mono alado Finley, mientras que Joey King hace lo propio como la chica en silla de ruedas y la Chica de Porcelana, respectivamente; en ambos casos, apoyados en un gran trabajo de los animadores digitales y los titiriteros que controlan movimientos. El veterano Bill Cobbs aporta sabiduría como el Master Tinker, y el pequeño Tony Cox tiene sus momentos como el heraldo munchkin Knuck.

El resto es un trabajo colectivo de construcción y expansión de un imaginario muy caro al público estadounidense, tal vez por ser una de sus primeras fábulas propias pero también por ser una pieza clave en el firmamento del Hollywood de la era dorada que, como mostraron Simcha Jacobovici y Stuart Samuels (en el documental “Hollywoodism: Jews, Movies and the American Dream”), es el basamento del Sueño Americano. Y tal vez, como en la Gran Depresión, es necesario un Mago que devuelva la fe y que haya un mundo mejor sobre el arco iris: bienvenido sea.

Oscar Diggs (James Franco), Glinda (Michelle Williams) y la Chica de Porcelana (voz de joey king), planeando el enfrentamiento final con las Brujas Malas. Foto: EFE “Oz, el poderoso”

Oscar Diggs (James Franco), Glinda (Michelle Williams) y la Chica de Porcelana (voz de joey king), planeando el enfrentamiento final con las Brujas Malas. Foto: EFE “Oz, el poderoso”

 

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MUY BUENA

 

“Oz the great and powerful” (Estados Unidos, 2013). Dirección: Sam Raimi. Guión: Mitchell Kapner y David Lindsay-Abaire, inspirado en las novelas de L. Frank Baum. Fotografía: Peter Deming. Música: Danny Elfman. Edición: Bob Murawski. Diseño de producción: Robert Stromberg. Elenco: James Franco, Mila Kunis, Rachel Weisz, Michelle Williams, Zach Braff, Joey King, Bill Cobbs. Duración: 130 minutos. Apta para todo público. Se exhibe en Cinemark.