Punto de reunión

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Ya quedan pocos lugares donde las vecinas pueden ponerse al día y dar cuenta de la realidad de la cuadra, del barrio, de la ciudad y del mundo. Prácticas más globales -y más individuales al mismo tiempo-, la prisa que todo lo puede y un cambio de los paradigmas (que no sé qué significa, pero impresiona...) en las relaciones interpersonales amenazan con cambiar estas reuniones súbitas; vitales para sostener la trama del universo. ¿Te enteraste lo que le pasó a la de a la vuelta?

 

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Así cómo las ciudades han diagramado (en vano: cuando las cosas ocurren nadie se acuerda de la diagramación) puntos de encuentro en cada barrio para evacuar o para algo; hay determinados lugares en el barrio que sirven para lo que sirven (la cola del banco, la verdulería, el almacén) y, básicamente, para que la gente pueda actualizar los chismes de las últimas horas. Parece una tontería, una banalidad, pero quiero destacar la sustancial importancia de contar con este espacio, esta oportunidad, esta excusa: sin ese pequeño escape no exento de un mínimo de veneno, sin ese punto de fuga, sin esta llamita que se consume casi con inocencia y sin consecuencias ulteriores, el mundo sería distinto, más cargado, más sórdido, más constipado, incluso menos bello...

Estas reuniones fugaces actúan como verdaderos normalizadores o regularizados sociales; cumplen más o menos la misma función que un evento público de masas, un partido de fútbol donde al mismo tiempo uno puede alentar (“está bien que se vayan a vivir juntos”), putear (“esos insensibles aumentaron dos pesos el precio de los zapallitos de tronco”) y ver un espectáculo (“¡qué buen aspecto tiene esa bondiola!”). No estoy tan seguro de que los sociólogos hayan prestado suficiente atención a este fenómeno, acaso porque estén más atentos a la cátedra, al traje y la corbata, al púlpito, que al batón, las chancletas o los ruleros. Pero aquí también se decide el mundo...

En esos minutos, mientras se enciende y anda la cortadora de fiambres, o uno espera que el cajero altere su ritmo a la hora de cobrar impuestos (no lo hará: no es su plata ni su tiempo, le pagan por estar determinado tiempo, no por trabajar más rápido en ese lapso), se producen estas charlas que tanto versan sobre seguridad como sobre dietas, sobre salud o sobre amor.

Los juicios allí emitidos suelen ser lapidarios y determinantes y, como en el mejor periodismo, los datos están chequeados aunque se omita y preserve la fuente.

Estos espacios corren peligro y, como los campitos para jugar al fútbol, están en extinción. Si yo fuera funcionario, preservaría y hasta promovería encuentros de este tipo, aunque el damnificado por el chisporroteo verbal sea uno mismo.

En el interior, en muchos pueblos, han tomado la sana iniciativa de la caminata alrededor de la plaza: convocan a gente sola, a abuelos, a quien quiera, a caminar alrededor de la plaza: ¡fantástico! No sólo por el ejercicio (hoy nos quieren sentaditos y consumiendo, con hambre y con sed -de ahí viene sedentario, ups...- y con ganas de poseer cosas que no necesitamos o que empezamos a necesitar recién), sino básicamente porque esas personas pueden charlar, despotricar, cavilar sobre las verdaderas intenciones de don Rolo (entusiasta y viril bigotudo de una novela mejicana), desenmascarar al almacenero de a la vuelta, que vende latas de arvejas carísimas y con fecha de vencimiento expirada; cantarles cuatro frescas a la muy fresca de la Porota, que le hace los tiros (y viceversa) al quinielero de la otra cuadra y tantas otras verdades que requieren a gritos o a susurros ser comunicadas para que tengan entidad y se completen. Para que sean. Se parecen esos rumores a los textos de las obras de teatro o los guiones: necesitan ser representados para estar completos...

Y nos vamos yendo: vengo de la cola del cajero. Y traigo un puñado de noticias recientes que piden ser conocidas. y como todavía tengo que pasar por la panadería, seguro que hago capote con las últimas novedades que tengo para deslizar entre medialunas y mignones. Así, los chismes empiezan a leudar, se ensanchan, se elevan, toman forma, color y sabor. Son la sal de la vida.