Todo para la puerta

Voy a hablar -escribir- sobre esas cosas que se usan en los hogares, y que se colocan pegadas a la puerta, para supuestamente impedir que entren polvo, bichos e impuestos que afectan la normal pulcritud de una casa. Y digo cosas porque cuando pregunté cómo se llaman, me tiraron setenta nombres (no todos publicables). No sé si esta nota pasa o no pasa.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Todo para la puerta
 

Boa, chorizo, morcillón, trenza, rollo son algunos de los nombres que ostenta ese adminículo, en la mayoría de los casos relleno con arena, que se coloca para cubrir la hendija (bueno, hago la aclaración desde el vamos: no es fácil, mis chiquitas escribir o describir estas cosas, así es que pido máxima y conspicua complicidad porque estoy todo el tiempo al borde del derrape...) que queda debajo de la puerta y por la que entra desde chijete (fina expresión méxicosexual que significa un frío de novela) hasta alacranes, desde polvo hasta invitaciones a pagar de una buena vez la cuota de lo que sea, porque de lo contrario iniciarán acciones legales. Que te recontra, en ese caso.

Bueno: estamos en eso. El nombre más aceptado es el de “chorizo”. Así figura en los anaqueles del profesor Google -que todo lo sabe, y eso me preocupa, una especie de Aleph sub y supra omnisciente, loco y desnivelado- y así más o menos te lo venden (porque esas cosas se venden y se compran) en los negocios del ramo, cualquiera que fueran los negocios y los ramos. Vos pedís un chorizo (por más procaz que parezca) para la puerta y, excepto en las parrilladas, te venden un chorizo para la puerta. Es una funda de tela, plástico o algo -adentro se le pone tierra o arena-, recubierta por lo general por un plástico, de manera que sea impermeable.

Tiene el ancho exacto de una puerta convencional y, una vez que uno la cierra, se coloca del lado de adentro obturando (nótese la propiedad con que nos expresamos) el orificio o la luz que ésta tiene en general.

Algunas personas, en vez del chorizo, compran burletes (ya sé, ya sé: al borde de patinar, pero más burlete tendrá tu tía) y los pegan a la parte inferior de la puerta.

Otros, practican un chorizo casero humedeciendo un poco y enrollando el trapo de piso.

Permítanme decirles a todos que vengo del campo: los únicos chorizos que conocíamos eran los de la carneada: allá el polvo entra por cualquier y por todos lados, así que es inútil poner nada debajo de la puerta.

Permítanme también espetarles que por lo mismo descreo de la practicidad del producto (que además dos por tres se rompe -jodido tener el chorizo o el burlete roto- y pierde arena, ensuciando más que cualquier polvo exterior...), aunque mi mujer masculla destemplada que es porque yo no lavo los pisos. Ni nada, en realidad. Y que bien haría en arrimar el chorizo a la puerta como corresponde a un caballero que se precie de colaborador y que no es, constitutivamente, desaprensivo. Y guardate tus consideraciones. Y pegalo bien a la puerta y no con el pie, haragán.

Permítanme también señalar la notoria falta de practicidad del chorizo: cada vez que uno empuja la puerta desde afuera, cada vez que uno (y todos los unos de una casa, que son varios, menos el cero a la izquierda que suscribe, mi mujer dice) entra o sale, eso queda desacomodado. ¿Y cuando toda la familia sale, quién acomoda el chorizo correctamente si todos los posibles acomodadores están afuera? Queda desacomodado: entra en ese lapso tierra, aire, cartas, intimaciones, alacranes, grillos, chinches, ácaros varios...

Permítanme también aseverar que la súbita salida a dejar la basura, o la búsqueda desesperada del porrón nocturno antes de que cierre la Susi -una masa, la Susi- desacomoda tardíamente el chorizo, con lo que más parece una víbora sinuosa, un camino de cornisa, por el cual igual se filtran los bichos apátridas.

Y permítanme aventurar hasta una última cuestión metafísica: por más que tapen y hagan prolija la realidad, ésta se empeña en ser como es. El chorizo pretende ser un relato ordenador, un principio de prolijidad que nada tiene que ver con la naturaleza jodona de la naturaleza. El orden impuesto e impostado versus el caos fundante de lo vivo. Dice mi señora que más bien me calle la boca, acomode el chorizo de una vez y deje de decir pavadas. Lo dicho: de acá no sale ni entra más nada.