Publicaciones

“Las aventuras de Pinocho”

1.jpg

Ilustraciones de Carlo Chiostri, que con extremo cuidado acompañó con sus dibujos la edición de 1901 del gran libro de Carlo Collodi.

De la Redacción de El Litoral

Pocos personajes de la literatura moderna alcanzan la estatura de esa pobre marioneta indisciplinada y aventurera que es Pinocho. El mito que lo rodea supera su historia verdadera, que para la gran parte del mundo que no ha leído el libro a él dedicado se reduce a un mentiroso a quien le crece y crece la nariz ante cada nuevo embuste.

Pero Le avventure di Pinocchio es ante todo un gran libro. Lo firma Carlo Collodi, cuyo verdadero nombre era Carlo Lorenzini, que vivió en Florencia entre 1826 y 1890. Cuenta la historia de un leño parlante del cual un pobre carpintero llamado Gepetto construye un muñeco que (como un hijo para el ancestro campesino) le asegure compañía y un poco de pan para el futuro. El muñeco pronto se revela inquieto y arrebatado. Escapa de su progenitor, quien por su culpa termina en la cárcel. En ese momento interviene otro de los personajes míticos del libro, el Grillo Parlante, que como una ensordecedora voz de la conciencia reprocha a Pinocho su comportamiento, tanto que Pinocho termina aplastándolo contra la pared. Olvidando que está hecho de madera, el imprudente Pinocho se adormece junto a un brasero y se le queman las piernas, obligando al pobre Gepetto a reconstruírselas. Para darle una educación, el pobre hombre se desprende en pleno invierno de su remendado abrigo y le compra un manual de lectura, pero enseguida Pinocho lo vende para ver un espectáculo de marionetas. Estamos en el décimo capítulo de los 36 que componen el libro. Todavía faltan aparecer inolvidables personajes (el Gato y el Zorro, el Hada Madrina, el Tiburón...) e incontables aventuras desgraciadas a las que arrastra la desobediencia de Pinocho. Finalmente encauzado, el muñeco conseguirá transformarse en un un chico de carne y hueso que mira al estropajo de madera y piensa “con gran satisfacción: ‘¡Que cómico resultaba cuando era un muñeco! ¡Y qué contento estoy ahora que me he convertido en un niño como es debido!’”.

Una vez más se trata, en suma, como quería ver Vladimir Propp en las grandes historias populares, de un rito de iniciación. En este caso se trata de la metamorfosis que sufre un muñeco de madera en su pasaje de maduración hasta hacerse humano.

Pinocho es indisciplinado, y sólo logra su superación reprimiendo todas sus instancias de rebelión e incontinencia. Ese afán moralista ha sido ampliamente estudiado y, por supuesto, criticado por la corrección política actual que ve en toda imposición de un modelo de conducta (¡horror, íbamos a escribir “de buena conducta”!) un atropello pedagógico. No es difícil imaginar una versión actualizada de Pinocho, en la que los lamentos, recriminaciones y enseñanzas de Gepetto y del Hada se transformen en permisividades sin control o en promociones de todo tipo de transgresiones.

Los buenos lectores (los millones y millones de buenos lectores que han acompañado a la difusión de esta obra por todo el mundo desde su primera publicación, por entregas, en 1881) han sabido leer esta obra de la mejor manera, de esa manera digamos “literaria” que trasciende toda connotación ideológica. Han sabido divertirse, sobresaltarse y conmoverse ante este pelele cuyas desventuras y esfuerzos lo llevan a superarse y conquistar la madurez. “La madurez es todo”, sentenciaba Shakespeare. El reverso, que la inmadurez es todo, es un principio postulado por Witold Gombrowicz, y que ha sido miserablemente malinterpretado.

Entre esos millones de buenos lectores hay quienes escribieron maravillas sobre Las aventuras de Pinocho, de Benedetto Croce a Italo Calvino. Las innumerables versiones (gráficas, radiales, televisivas, cinematográficas) también son registros y testimonios de la multiplicidad de lecturas que ofrece el libro, algunas irreprochables como la sonora de Carmelo Bene y otras irregulares como la de Disney.

Las malversaciones del libro también dependen de las numerosas versiones resumidas, compendiadas, expurgadas, mal traducidas. En castellano no resulta fácil encontrar el texto respetado y completo (en 1995 Laura Devetach y Gustavo Roldán presentaron una versión en la que utilizan el voseo en los diálogos). La colección Clásicos de Galerna acaba de presentar una irreprochable edición, con traducción y prólogo de Guillermo Piro, y las clásicas ilustraciones de Carlo Chiostri.

3.jpg
2.jpg
4.jpg