Tribuna de opinión

Bergoglio, el Papa de la esperanza

Dr. Carlos Rodríguez Mansilla

¿Cómo interpretar un hecho histórico único siendo nosotros contemporáneos del mismo? ¿cómo analizar como argentinos que “uno de los nuestros” sea el sucesor de San Pedro, el Vicario de Cristo? Ciertamente, la razón debe sumarse a la fe. Aún tratándose de un tema religioso. Porque la razón y la fe no son incompatibles, como lo desarrolló brillantemente el Papa Juan Pablo II en su Encíclica Fides et ratio. Por el contrario, “ambas son como dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.

Bergoglio es en sí mismo una síntesis. Como somos los argentinos. Es un hijo de inmigrantes que en este “crisol de razas” se convierte en esa síntesis que es el ser argentino.

El Occidente judeocristiano se proyecta en este país con renovadas fuerzas, se funde con el espíritu americano y le aporta el renovado ímpetu que la vieja Europa parece incapaz de generar. Agotada por las guerras, las masacres, el Holocausto, amenazada por el fundamentalismo y el terrorismo de los fanáticos, Europa busca en esta Argentina situada “en el fin del mundo” volver a sus raíces. Pone en ello la esperanza de ese Occidente de milenaria tradición judeocristiana, que se proyecta al mundo con su valoración del hombre como hijo de Dios.

Por eso Bergoglio habló como Obispo de Roma, el mismo puesto que ocupó Simón, Pedro, el judío que siguió a Cristo y sobre el cual Cristo edificó su Iglesia, hace más de dos mil años.

Y decimos que el Papa Bergoglio es en sí mismo una síntesis de “lo argentino”, porque transcurrió su vida entre nosotros y se fue modelando entre las alegrías, los sinsabores y los dolores profundos que vivió nuestro país en los últimos 77 años.

Una experiencia de vida

Cuando Jorge Bergoglio tenía diez años Perón era elegido presidente de la Nación y San Lorenzo de Almagro se consagraba campeón del fútbol argentino. Era un niño que crecería en la “Nueva Argentina” que intentaba construir el peronismo, con virtudes y defectos, sobre la base de los postulados de la Doctrina Social de la Iglesia.

Abrevando en la Encíclica Rerum novarum de León XIII y en la Quadragesimo anno de Pío XI, Perón planteaba en el cierre del Primer Congreso de Filosofía, celebrado en Mendoza en 1949, una comunidad organizada sobre estos lineamientos. El destacado jurista católico Arturo Sampay había redactado el nuevo texto constitucional sancionado ese año abrevando en las mismas fuentes.

Con el correr del tiempo, la sociedad argentina se iba a dividir entre peronistas y antiperonistas, señalando el fracaso de aquel intento de “comunidad organizada”, como lo reconocería Perón en el exilio.

El adolescente Bergoglio vivió ese enfrentamiento entre argentinos, los bombardeos a la Plaza de Mayo, el golpe de Estado de 1955, los fusilamientos y la prohibición de usar el escudo peronista en la solapa de su saco. Pero se negó a quitárselo y fue amonestado en la Escuela Técnica Nº 27, donde era alumno.

Luego, sus estudios religiosos, viviendo los vaivenes de gobiernos civiles y militares, las periódicas crisis económicas, la desocupación, los primeros asentamientos en las villas, la proscripción del peronismo.

El sacerdote

La Compañía de Jesús tiene una larga tradición en la historia del país. Entre su obra extraordinaria se destaca la actual Universidad Nacional de Córdoba, creada hace cuatro siglos, que dio al país juristas de la talla de Juan Bautista Alberdi y Dalmacio Vélez Sársfield.

Bergoglio se incorpora a la Compañía, que representa el más alto nivel de estudios teológicos, filosóficos y sociológicos. Y ejerce la docencia, en contacto con los jóvenes.

Vive la Argentina que sale de los años 60 en medio de eclosiones sociales y culturales: la teología de la liberación, el marxismo, los curas del Tercer Mundo, el cordobazo, las primeras acciones armadas de la guerrilla, los planes de lucha gremiales, el fracasado intento de Perón por regresar al país.

Más golpes de Estado y una lucha armada que se continúa tras el retorno de Perón en 1973. El líder justicialista busca la pacificación y la unidad nacional, pero no lo logra. Consagrado presidente con el 62 % de los votos, Rucci es asesinado y unos meses después muere el viejo caudillo popular, en dolor de multitudes. Otro golpe de Estado y la lucha fratricida que parece no tener fin, sangrienta, dolorosa. Y la herida abierta de Malvinas.

Luego, en 1983, la vuelta a la democracia. Y como si los argentinos no hubiéramos aprendido nada, luego de 30 años siguen los odios entre hermanos, mientras el flagelo de la pobreza lacera el cuerpo social.

Bergoglio vivió todos estos duros años de la Argentina. Sufrió la Argentina en su alma y en su piel. Se fue modelando en el dolor de la Patria. He aquí al sacerdote que la Argentina ofrece a la Iglesia y a la Humanidad.

El Papa Bergoglio

Siempre nos impactó que los italianos llamaran a los Papas por su apellido: “el Papa Pacelli”, “el Papa Roncalli”. No era falta de respeto, ni una familiaridad inapropiada. Es que para los italianos el Papa era el sacerdote, el obispo, el cardenal que ellos conocían de toda la vida. Ahora nos pasa lo mismo a los argentinos.

El Papa Bergoglio habla, piensa y siente con nuestros códigos. Conoce el barrio, la villa, el fútbol. Para él, Troilo, el truco, Los Chalchaleros, Fangio, Quinquela Martín, Ceferino Namuncurá y Monzón no son desconocidos. Disfruta la pasta de los domingos, el asado con amigos, el locro y las empanadas del 25, el mate amargo y la pizza.

Es todo eso, y a la vez es el intelectual jesuita, formado en las lecturas de Aristóteles y Santo Tomás, en la patrística y la Biblia, en el latín y el griego.

En tiempos de fanatismo antisemita, es quien afirma: “Para ser un buen católico antes hay que ser un buen judío”, refirmando las profundas raíces judías del cristianismo.

¿Es un conservador o un hombre de cambios? El Papa Bergoglio está más allá de esa simplificación. Es un conservador de todo lo que hay que conservar y está dispuesto a cambiar lo que sea necesario.

Es un hombre de fe y de razón, de mística y de método, de oración y de análisis. Es conciente de su misión, en una hora difícil de la Iglesia y la Humanidad. Afrontando con decisión la tarea de suceder a Benedicto XVI. En un mundo convulsionado por el hambre y la inminencia de las guerras. El Papa Bergoglio es el hecho más trascendente de la historia argentina desde su independencia.

Los hombres de todas las razas y los credos, de todo el orbe, han descubierto en pocos días a este Papa argentino que les devuelve, con su sola presencia, la esperanza. Una de las tres virtudes teologales, junto a la fe y la caridad.

Dice Plutarco que Alejandro Magno repartía los tesoros entre sus generales, y uno de ellos le preguntó: “¿No te guardas nada para ti?”. Entonces el genial conductor le respondió: “Para mí guardo la esperanza”.

Bergoglio, el Papa de la esperanza

Perfil. El Papa nacido y formado en la Argentina, sabe de inestabilidad política, golpes de Estado, luchas fratricidas y marginación social. Quizá su impregnación en esos trágicos conflictos de la condición humana y su percepción de los antídotos haya decidido su elección por el cónclave cardenalicio. Foto: EFE