Las historias de la gente

“Sabemos que lo que hicimos estuvo mal”

En Santa Rita II y Las Delicias, muchos vecinos admiten que este no es el camino para acceder a una vivienda, pero aseguran que no tenían otra oportunidad para llegar al techo propio.

“Sabemos que lo que hicimos estuvo mal”

Los Causso. Alejandro y Natalia viven con su familia en una casa de Santa Rita II. Antes se amontonaban en una pieza de 4 por 3 metros. Él es churrero y su mujer trabaja empaquetando sobres para repartir a domicilio. FotoS: AMANCIO ALEM

 

Gastón Neffen

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“Hoy hace un año que estamos acá, sabían”, le pregunta a los vecinos una puntera de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), que camina, con pasos firmes y rápidos, por la embarrada “vereda” de calle Chaco, en el ingreso al plan de viviendas Santa Rita II. La gente recuerda bien el día en que entraron al barrio, lo que todavía no saben es cómo van a salir, y esa incertidumbre pesa.

“Sabemos que lo que hicimos estuvo mal, pero es la oportunidad que tuvimos”, reconoce en diálogo con El Litoral Andrea Gaitano, que vive con tres personas más y su nieta en una vivienda ocupada en el ingreso al plan de Las Delicias, que se usurpó un día después que Santa Rita II.

Gaitano primero había usurpado una casa en Santa Rita. Fue una de las personas que al escuchar que la CCC tomaba el plan corrió a ocupar una de las viviendas. Pero luego la “trocó” por esta casa de Las Delicias, que le queda más cerca de su trabajo. “Mi sueño siempre fue que mi nieta Morena tenga un techo, pero a pesar de los años de trabajo no podía lograrlo”, insiste, y asegura que está dispuesta a pagar en cuotas esta casa.

En Santa Rita, una señora le pregunta a El Litoral, con lágrimas en los ojos, si ya se sabe qué va a pasar con el plan. Cuenta que compró la casa hace unas semanas y que pagó 15.000 pesos, pero tiene mucho miedo de perderla.

En parte, la conformación de los vecinos que viven en los planes cambió a lo largo de este año. Hay mucha gente que pagó por las viviendas —los precios van de los 5.000 pesos a los 15.000 pesos—Además, siguen conformando lazos vecinales y se ponen de acuerdo para cortar el pasto y tratar de que no se acumule basura. Es que para muchos de ellos, a pesar del barro, la precariedad de las viviendas y las dificultades con los servicios, las casas ocupadas son mucho mejores que los ranchos o las piezas que les prestaban sus padres.

“Nosotros éramos seis en una pieza que nos daba mi suegra de 4 por 3 metros, así no podíamos vivir”, cuenta Alejandro Causso, que vive con su mujer Natalia y sus hijos en la vivienda 27 de Santa Rita II. Son los padres de Matías Causso, el adolescente que vendía flores en el centro de la ciudad y que desapareció durante meses. Con franqueza confiesan que vinieron a Santa Rita porque una amiga estaba ocupando esta vivienda y les dijo: “Vengan ustedes que tienen chicos, porque a mí me van a sacar”. Hoy, cuidan con cariño el pequeño jardín que armaron en una casa que sienten como propia, aunque saben que no es de ellos.

La misma contradicción siente Graciela Escobar, de 57 años, que está plantando ligustrinas y jazmines para hacer un cerco verde en la entrada de una vivienda de Santa Rita. Escobar, que antes vivía como mucama “cama adentro”, cuenta que pagó 5.000 pesos por esta casa. “Poder tener mi casa es el sueño de mi vida, pero acá uno no sabe qué puede llegar a pasar”, admite, pero es de las que confían y por eso sigue plantando ligustrinas.

Otra de las que compró su casa es Raquel Villalba (a unos 12.000 pesos), que vive con su hijo discapacitado en Santa Rita II. Otro de sus hijos, Matías Aguirre, que es albañil, también ocupa una de las viviendas. “Es imposible acceder a una casa si no tenés un recibo de sueldo en blanco, vinimos acá porque no nos quedaba otra”, asegura.

Tal vez ese sea el problema. Entre las familias que usurparon los planes hubo gente muy heterogénea. Por aquí pasaron militantes políticos, personas peligrosas —los vecinos todavía recuerdan que hubo familias a las que las sacaron a los tiros— y algunos que aprovecharon para hacer un muy buen negocio con la desesperación ajena, vendiendo a 15.000 pesos planes usurpados. Pero la gran mayoría parecen ser personas que sienten que en el sistema legal no tienen oportunidades y que acceder a una vivienda propia es más difícil que acertar al Quini 6.