Tribuna de opinión

Jorge Bergoglio: insinuaciones, acusaciones, difamaciones o calumnias

Alberto Cassano

Lo más peligroso de las falsedades ocurre cuando la verdad es tan solo un poco cambiada. G. C. Lichtenberg.

En mis frecuentes escritos en El Litoral nunca he hecho una fervorosa defensa de la jerarquía eclesiástica de la Iglesia Católica. En diversas ocasiones he manifestado abiertamente mi simpatía por los principales ideólogos de la Teología de la Liberación que fue severamente juzgada por el cardenal Ratzinger, ya que faltó muy poco para que durante el papado de Juan Pablo II no fuera condenada sin más miramientos.

Un gran amigo mío -con quién compartimos nuestro aprecio por Leonardo Boff y Frei Betto, entre otros- ante mis reiteradas quejas por las manifestaciones públicas de muchas autoridades del clero, un día me explicó las razones por las cuales él seguía siendo un devoto católico, activo miembro de la Pastoral Social y otras actividades de similar naturaleza. Con la aclaración de que se trata de un auténtico rosarino (aunque desde hace muchos años vive en Bariloche) recuerdo que me escribió algo así: “mirá, yo soy hincha de Rosario Central y aunque se haya ido y está en la B, fundamentalmente por sus pésimos dirigentes, no he cambiado la pasión por mi club, que es lo que en el fondo me importa. Respecto de la Iglesia, me pasa lo mismo”. Creo que ese día, sin saberlo, me dio una insólita lección de catequesis basada en el sentido común, que puso las cosas en el lugar que debían estar.

Con ese mismo sentimiento, haré hoy un análisis de las críticas que ha recibido el excardenal Bergoglio por parte de un reconocido periodista del diario Página 12. Me refiero a Horacio Verbitsky. Vale la pena señalar que en el terreno de plantear sospechas, no ha estado solo, sino que ha sido acompañado con alusiones poco claras por una persona que habitualmente ha sido cautelosa en sus declaraciones públicas. Me refiero a la señora Carlotto, titular de las Abuelas de Plaza de Mayo. Pero poco después, ella tuvo manifestaciones más conciliadoras, por cuya razón no me detendré más en su participación.

La pregunta que uno se ve obligado a hacer es la siguiente: ¿Lo que formula el periodista son acusaciones concretas o no pasan de ser insinuaciones derivadas de su interpretación de la información a la que ha tenido acceso? En tal sentido sus embestidas contra el hasta hace poco arzobispo de Buenos Aires no son recientes y ya, en ocasión de un libro que se había publicado sobre el jesuita en el año 2010, había escrito un par de notas en las que le atribuyó haber sido acusado de haber contribuido al encarcelamiento de dos sacerdotes en la ESMA bien al comienzo de la dictadura militar.

Si el señor Verbitsky se hubiera concretado a formular y documentar una acusación directa de “falta de verdadero y bien definido compromiso de Bergoglio en una lucha frontal, abierta y pública contra las persecuciones, secuestros, apropiación de bebés y muertes ocurridas durante la dictadura del Proceso instaurado en marzo de 1976”, tal vez no estaría escribiendo esta nota. Se aproximaría, aunque sin ninguna necesidad, a la realidad. No tengo dudas que no integra el grupo de héroes que encabezaron Angelelli, de Nevares, Hesayne o Novak. Hasta no sería fácil incluirlo entre los que fueron reconocidos por tener una clara actitud de ayuda a favor de los desaparecidos o sus familiares como Zaspe, Devoto, Marengo, Kemerer o Ponce de León. Aunque más de uno lo haría.

Lo que en cambio se puede asegurar, y el periodista no tuvo elementos fundados y documentados para opinar en contrario, es que tanto en su función de Provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina, como en otros cargos desempeñados (aunque fue nombrado obispo recién en 1992), no colaboró con los militares del Proceso. Mucho menos, que haya formulado denuncias que condujeran a la detención de personas. Y está documentado en el juicio conducido por el Tribunal Oral Criminal Federal No. 5 en la causa ESMA, con una objeción no aceptada presentada por la acusación, que al menos en una ocasión, en octubre de 1976, se jugó seriamente para lograr la libertad de los sacerdotes Yorio y Jalics.

Todo el resto es materia de especulación, suposiciones e interpretaciones que permiten que Verbitsky escriba artículos de denuncia como lo ha hecho en repetidas ocasiones, así como opinar de una manera bastante diferente a como lo voy a hacer yo ahora. Esto puede incluir una supuesta adulteración de un acta de una reunión de tres miembros de la jeraquía con la Junta Militar en los primeros años de Proceso, en la que habrían manifestado su apoyo al golpe como un medio de combatir al marxismo. En este caso, me permito dudar del contenido que se menciona, por cuanto relata que de esa reunión de adhesión habría participado monseñor Zaspe. Y eso me cuesta mucho más creerlo.

De igual forma son todas las citas a escritos y declaraciones tanto de Yorio como de Jalics. En concreto me detendré en uno de ellos. Y para mí la cuestión radica en el significado de las últimas declaraciones del segundo cuando habla de una reunión en la que se produjo una reconciliación entre él y Bergoglio, después de la cual rezaron una misa juntos. ¿Qué significa “reconciliación”? Es muy posible que para el periodista denote que Bergoglio le pidió perdón por sus “traiciones” y, de acuerdo a la doctrina, el padre Jalics haya procedido a aceptar el pedido y ambos quedaran con una relación pacífica y reconstruida. Yo puedo interpretar que pudo haber ocurrido todo lo contrario, y también hay elementos para pensar de esa forma, en especial las opiniones de Alicia Oliveira, abogada del CELS. Se puede pensar que en realidad, en el momento en que el cura escribió su libro en 1994, haya estado muy molesto y alterado, con restos de gran animosidad resultante de la poco amigable controversia mantenida, porque desde la Compañía de Jesús y sobre la base de instrucciones recibidas de su superior (el jesuita Arrupe, residente en Roma) el Provincial en la Argentina, que en ese momento era Bergoglio, los había puesto en la disyuntiva de abandonar sus tareas en las villas o renunciar la Compañía de Jesús. Y como consecuencia de ello, hasta por falta de buena información, haya deformado parcial o totalmente la verdad y más tarde reconocido su error (como ya lo ha hecho). Pero lo más importante, es que se asegura que los que forzaban esta definición, lo hacían para salvarlos de lo que estaban avisados que iba a comenzar y que se transformaría en una brutal casa de brujas.

En resumen, en la mayoría de los casos son interpretaciones de situaciones que podrían ser tomadas de una u otra forma. Sobre todo porque toda la documentación que se afirma que existió y que podría develar las dudas, fue destruida por el propio padre Jalics.

Y he dejado de lado ex profeso la discusión acerca de las actividades u opiniones formuladas en el pasado por el actual pontífice acerca del accionar de los curas en las villas. Por un lado, está la grabación de un video mostrado por Verbitsky del año 2005, en el que Pérez Esquivel dice que para Bergoglio muchos de los que practican este tipo de tareas le estarían haciendo un favor a la penetración del comunismo. Aun en el caso de que esta afirmación fuera cierta, no contradice en absoluto lo afirmado recientemente por la misma persona, acerca de desvincularlo rotundamente de cualquier colaboración con la dictadura militar. Son dos cosas diferentes y a lo sumo estarían mostrando que más tarde, el arzobispo de Buenos Aires cambió de opinión y tuvo una actividad muy destacada y reconocida en procurar llegar a esos mismos lugares con la voz del Evangelio. De no ser así, sería inexplicable que, justo en estos momentos, una persona que no puede ser acusada de clerical como la señora Bonafini, haya manifestado su simpatía por el Papa Francisco al conocer su actuación a favor de los pobres de las villas.

En resumen, y limitado por las razones lógicas de espacio, cabe la pregunta: ¿Lo que hay contra Bergoglio, hoy Francisco, son insinuaciones de hechos que podrían haber ocurrido, acusaciones en firme de acciones sobre las que habrían desaparecido pruebas concretas y confiables, o se trata difamaciones y calumnias?

En lo personal estoy convencido de tres cosas: primero, que en ningún caso se lo puede acusar de complicidad con la dictadura de esos horribles años; segundo, que desde hace muchos años, ha sido con seguridad un claro defensor del accionar de los curas villeros y de la necesidad de que la Iglesia Católica sea más humilde y tenga por principal preocupación terrena, una vida mejor para los pobres; y tercero, que a pesar de que podría haber varios testimonios que lo favorecen, en el período 1976-1983, Bergoglio no fue uno de los insignes adalides de la defensa de los derechos humanos (como tampoco se le podría haber obligado a serlo). ¿Podría haber tenido en esto un currículo mejor? Tal vez. Como también es cierto que si hubiera procedido de otra forma, hoy podría haber estado “accidentalmente” muerto.

Desde hace muchos años, ha sido un claro defensor del accionar de los curas villeros y de la necesidad de que la Iglesia Católica sea más humilde y tenga por principal preocupación terrena, una vida mejor para los pobres.