Colchón

Colchón
 

La industria colchonera intenta imponer el recambio de los colchones comunes por los de resorte. Hay de diferentes calidades, desde luego. Vaya a saber qué resorte han tocado para que yo me refiera a este tipo. No se duerman.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Lucho es un referente (lucho y se van, afirma) para esta columna y lo que él cuenta, para mí es casi sagrado. Me dice, suelto y atado de cuerpo, que viene manteniendo una lucha desigual y artera con el colchón de resortes que compró, lo confiesa, hace mucho. Y que además de acanaletado -como si se tratara de un asfalto al que los camiones deforman-, ya empiezan a asomarle la punta de algunos resortes asesinos. Le preocupa uno que apunta a su zona media (a la zona media de Lucho) y que lo obliga a contornearse para esquivar el pinchazo. Pero que a veces en el ardor de los sueños o la falta de sueño, se olvida y allí está el ataque del colchón apátrida. Jodido un pinchazo bajo en la zona media o un pinchazo medio en la zona baja.

Ya saben cómo funcionan inicialmente estos nuevos colchones. Son gruesos y plantean comodidades iniciales que uno compra. No son nuevos: nuestros abuelos tenían viejos colchones de resorte, tela, algodón... La tecnología los fue mejorando y ahora te venden unos colchones espectaculares, térmicos, con resortes encamisados (una suerte de piyamas) que hasta sirven incluso para dormir.

Tienen una estudiada relación entre rigidez y flexibilidad, ceden blandamente con tu peso pero no se deforman, de modo que no quede un pozo donde te acostás. Exigen a cambio, que hagas rotar el colchón, aunque se trata de un transatlántico difícil de mover y no una simple hamburguesa a la que hay que dar vuelta. Al principio, con entusiasmo, y todavía sosteniendo ese falso (se va rápido, como un novio zaguanero) ímpetu de cuidar lo nuevo, uno convoca al cónclave familiar para hacer la rotación recomendada. Pero con el correr de los días y meses, pues, el colchón se apoltrona, se aburguesa, se queda quieto y comienza su segunda larga etapa: la de la adaptación a sus dueños, al tórrido sueño del caballero, el liviano sopor de la dama, el inquieto trajín de los pequeños.

Pero el problema es Lucho.

Lucho sopesa cien kilos de clásica contextura porronera (chinchulinera, matambrera, choricera, guisera y un montón de eras más) y en estos años, fue abombando (lo que no quiere decir que él sea un abombado), abovedando, cavando, ahuecando su lado de la cama. Pasa que en la rotación que los fabricantes proponen, nunca sugieren que roten también los usuarios para compensar pesos. Lucho no rota y ya tiene rota su parte de la cama y rota también la espalda.

Primero se forma ese cañadón y luego empiezan a marcarse los círculos ominosos de los resortes, que presionan sobre la tela o el matelaseado o lo que fuera (amigos colchoneros, absténganse de explicarme: yo ya tengo colchón nuevo), hasta que por fin, como si se tratara de un germinador, aparece la puntita del resorte.

Es la etapa en que el colchón se venga (el colchón va y viene) de quien lo sometió literalmente por años. Y así, pinchazo va y pinchazo viene, el colchón te va cribando, agujereando como un queso gruyere.

Lucho ya no es el mismo. Con los ojos inyectados de mal sueño, confiesa que tiene que cambiar el colchón, que es casi como cambiar el auto. Es una compra de peso. Y uno, si no fuera por los pinchazos y la agresividad de los últimos tiempos, se encariña con las cosas. Uno ha pasado una parte de su vida allí.

Y me voy yendo. Como Lucho, necesito un descanso. No sé si publican o no este artículo. Puede que pase a conformar el famoso y nunca bien ponderado “colchón de notas” más o menos atemporales que los editores tienen listas para cualquier ocasión, para tapar un hueco por ejemplo. Y si no les gusta, cambio la nota y listo. Es más fácil que cambiar el colchón.