Investigación del Programa “Delito y Sociedad”

La mayoría de los penitenciarios lo son por necesidad y no por vocación

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“El agente penitenciario tiene una insatisfacción con su trabajo como se da en pocos grupos ocupacionales”, dijo Máximo Sozzo.

Foto: Mauricio Garín

  • Siete de cada diez admiten que les gustaría cambiar de trabajo. Reproducen una imagen social negativa sobre su actividad. Muchos prefieren ocultar su verdadera ocupación. El estudio de la UNL pone en crisis el concepto de la institución penitenciaria como “cerrada y uniforme”.

     

Ivana Fux

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La mayoría de los penitenciarios de la provincia no siguió esa carrera por vocación. Buena parte de ellos ve su actividad como un trabajo de riesgo, y admite que la imagen que la sociedad posee de ellos es de desprestigio. Éstos son algunos de los resultados contenidos en un nuevo estudio realizado por el equipo del Programa de Extensión “Delito y Sociedad” de la UNL, que conduce el sociólogo Máximo Sozzo. Las conclusiones -que serán abordadas en sucesivas ediciones- fueron presentadas públicamente la semana pasada, en el marco de la 2da. Jornada sobre “Radiografía de la prisión. Miradas sobre el trabajo penitenciario en la provincia de Santa Fe”.

El trabajo pretendió hallar una voz hasta ahora ausente o silenciada, incluso, en el ámbito de las investigaciones científicas.

“Tradicionalmente -explicó Sozzo a El Litoral-, este grupo ocupacional ha tenido un rol bastante moderado frente a la autoridad tanto política como penitenciaria; es una institución muy vertical. Por eso nos pareció importante crear un instrumento que nos brinda las ciencias sociales -las encuestas- para recuperar esa voz y conocer sus trayectorias; lo que opinan que se debería hacer, sus visiones acerca de las finalidades de la institución penitenciaria, la manera en la que esa finalidad se lleva adelante hoy, la relación con los presos y las miradas que ellos tienen en general sobre los presos”. El resultado, aseguró, es “información válida y confiable” para generar un debate público y para discutir qué tipo de intervenciones se deben generar dentro de las instituciones penitenciarias.

Por necesidad

Uno de los segmentos del estudio se focalizó en la mirada de los penitenciarios sobre su propia labor. Y en función de esos resultados, Sozzo concluyó en que el trabajo penitenciario no nace de la vocación profesional. “Prácticamente siete de cada diez señalan que empezaron la carrera buscando estabilidad y salarios, y no por vocación. Y ese tipo de porcentajes ( siete de cada diez, seis de cada diez) se mantiene estable en una serie de preguntas que les hacemos acerca de si cambiarían de trabajo o si les gustaría tener un trabajo que no consistiese en estar en las prisiones. Allí -explicó-, aparece siempre una imagen muy fuerte de las personas diciendo ‘nos gustaría hacer otra cosa distinta de la que hacemos’”.

Para el investigador, estos datos revelan “una insatisfacción con la propia ocupación que es muy alta”, y que no se registra en otras actividades.

Una segunda conclusión fue que muchos de los penitenciarios consideran que su trabajo les provoca un alto nivel de inseguridad. “Seis de cada diez tienen una mirada sobre su actividad como un trabajo en riesgo, que permea varias respuestas. Hay una imagen muy difundida de que muchos guardiacárceles visualizan a los presos como personas que generan desconfianza, por ende generan temor, por ende generan inseguridad. La cadena es muy clara -planteó-: en varias preguntas, más de la mitad tiene la idea de que el preso es una persona que miente, que te puede amenazar y atacar en cualquier momento... Entonces, esa mirada de desconfianza es una fuente de generación de inseguridad y de estrés ocupacional extraordinariamente grande”, aseguró.

Sobre esa base, apuntó que consultados sobre el impacto de su trabajo en la vida cotidiana, la mayoría señaló altos niveles de nerviosismo y de estrés. “Tenemos, entonces, una imagen del trabajo penitenciario que es cargada de negatividad”, comentó..

Carga negativa

A la par de esa carga de insatisfacción, emerge en el estudio la concepción que los penitenciarios recogen de la sociedad sobre su trabajo y que también es negativa.

“Hay una cosa que ellos sostienen muy interesantemente -dijo Sozzo-; ellos consideran que su trabajo tiene un escaso nivel de prestigio público. Preguntábamos específicamente si consideran que su trabajo tiene una mala imagen en lo público y si esa mala imagen está justificada, y seis de cada diez dijeron que sí. Eso revela una imagen negativa del propio trabajo también desde el punto de vista de cómo los otros miran ese trabajo. Es más, tres de cada diez penitenciarios dicen que no les gusta comentarle en su vida cotidiana a otras personas que trabajan en las prisiones. Tenemos una imagen de los agentes penitenciarios de su propio trabajo en la mirada de la sociedad muy crítica”, afirmó el investigador.

Ésta última conclusión es considerada clave para el estudio. Porque si bien el agente penitenciario concibe su trabajo como peligroso y eso le genera estrés ocupacional, es también la imagen social de desprestigio construida más allá de los muros la que se cuela y refuerza la carga negativa que el guardiacárcel tiene sobre su trabajo.

“Los trabajadores penitenciarios son ciudadanos y viven fuera de la prisión también. Por ende, las imágenes del delito y de quienes delinquen que circulan en la vida social, también incluyen en estas imágenes”, explicó Sozzo. Esta influencia desde “el afuera” reaparece ante otros interrogantes (ver aparte), y es esa diversidad de respuestas la que invita a repensar el concepto de un sistema penitenciario como institución cerrada y vertical.


El dato

Ficha técnica

La investigación constó de dos etapas: la primera fue con encuestas a personas privadas de su libertad, cuyos resultados se presentaron en octubre pasado; la segunda, aborda la situación de las prisiones pero según la experiencia de los trabajadores penitenciarios. Para este último caso se utilizó un cuestionario autoadministrado integrado por 185 preguntas estructuradas y cerradas. Fueron encuestados 320 funcionarios penitenciarios, entre oficiales y suboficiales. Se realizó entre agosto y septiembre de 2011. El trabajo fue financiado por la UNL y la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la provincia.

¿Cerrados y verticales?

  • Una de las preguntas del cuestionario giró en torno a la finalidad que, a los ojos de la sociedad, tiene hoy la prisión. Allí, un 25% respondió “la reinserción social”, un 30% “el castigo”; y otro 30%, la “neutralización de los individuos” para que no vuelvan a delinquir.

“En función de estos datos, seis de cada diez trabajadores penitenciarios consideran que la prisión es valorada por la sociedad pero no por la función que le asigna la ley (la reinserción social)”, explicó Sozzo. Y advirtió que esa mirada también se reproduce en la concepción propia que poseen sobre el objetivo de una cárcel.

“Muchos reproducen el discurso oficial (cuatro de cada diez dicen que es la socialización), pero las otras opciones -neutralización y castigo- también se cuelan en el vocabulario de los trabajadores carcelarios. Pareciera ser que lo que lo que la sociedad reclama también penetra en sus pensamientos acerca de para qué sirve la prisión”.

A su criterio, ése es un punto “crucial” para el estudio y para el debate sobre las instituciones penitenciarias. “Se trata de discutir en qué medida pensamos que la cultura ocupacional de policías o penitenciarios es una cultura cerrada sobre sí misma, una especie de subcultura; o en qué medida pensamos que en realidad, las personas que trabajan en estas instituciones están sumamente influenciadas por lo de afuera. Hay como dos grandes ideas que entran en tensión a partir de eso en torno a este fenómeno”, comentó.


+ información

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