Un problema argentino

cuando se tiende a identificar a la política con la corrupción

Gabriel Rossini

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¿De qué hablamos cuando hablamos de corrupción? ¿Puede decirse que quien se mete en política ha sellado un pacto con el diablo? ¿Por qué se modificaron los estándares de evaluación de la política, incorporando controles técnicos y una permanente sospecha preventiva hacia los funcionarios? ¿Quiénes y de qué manera se han dedicado a producir denuncias sobre la corrupción? Esta son las preguntas que el investigador Sebastián Pereyra intentó responder en su último libro “Política y transparencia. La corrupción como problema público” editado por Siglo XXI.

-Siempre se tiene la sensación de que la corrupción es tolerada por la sociedad argentina.

-No hablaría de tolerancia. Al contrario. Creo que hay muchas denuncias. En los últimos 25 años hubo una tendencia creciente a hablar de política y de ésta casi exclusivamente bajo el vocabulario de la corrupción o de la denuncia de corrupción. En un primer sentido te diría que Argentina no tiene tolerancia hacia la corrupción y tiende a pensar la política bajo el lente de la corrupción.

-Menem fue reelecto en 1995 después del swifgate, los guardapolvos, la leche de Vico, etc. En esta década sucedió algo similar con las valijas de Antonini, la opacidad sobre los subsidios, las tierras del Calafate, etc. En Alemania el presidente por un caso de tráfico de influencia menor tuvo que renunciar. Acá no.

-Nunca la actividad política se enjuicia desde un solo punto de vista o a partir de un solo aspecto. Si uno quiere entender determinados juicios políticos o resultados electorales yo diría que la corrupción es un aspecto del modo en que distintos actores sociales enjuician la actividad política y en algunas momentos eso tiene una importancia central y en otros no. En el momento del voto evidentemente grandes sectores de la población utilizan otros criterios para pensar y enjuiciar la actividad política y para decidir el voto en función de eso.

-¿Cuánta corrupción tolera la sociedad argentina?

-Uno no puede saberlo porque en realidad no sabemos cual es el nivel de corrupción en Argentina. Tampoco hay definiciones tan claras de qué es la corrupción, qué es lo que en determinados contextos se denuncia como corrupción. Hay desde un abanico de actividades claramente ilegales hasta actividades éticamente reprobables pero no ilegales que tienden a denunciarse en términos de corrupción. Mi idea es que la corrupción ha adquirido mucha centralidad para pensar la distancia que existe entre la sociedad y la actividad política, que se profesionalizó en los últimos 30 años en el país.Yo diría que la sociedad argentina tiende a identificar la actividad política con la corrupción de manera global y empieza a tener poca tolerancia sobre aquello que globalmente se define como corrupción.

cuando se tiende a identificar a la política con la corrupción

Las declaraciones públicas de Fariña desataron un escándalo como el de los 90. Foto: DyN

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-En el libro partís de la tesis que la corrupción se convirtió en un problema público a partir de los 90. Pero antes también había corrupción. Vos incluís este proceso dentro de uno global de combate contra la corrupción como los que se daban en Italia con el Mani Pulite. Me interesa saber si creés que en la actualidad se está replicando ese proceso con el Mensalao en Brasil o el financiamiento del PP en España.

-Mi hipótesis es que desde los años 90 la corrupción se transforma en un problema público y no tanto por el modo en que cambió la actividad política, cosa que efectivamente no sabemos porque no tenemos datos de eso, sino porque confluyeron tres procesos paralelos: la constitución de movimientos antiocorrupción, la proliferación de escándalos como un modo de tratamiento periodístico de la actividad política y la adopción por parte del propio sistema político del vocabulario de la corrupción y el desarrollo de políticas de transparencia y de políticas contra la corrupción. Eso no existía antes tan claramente y tendió a instalarse como una nueva realidad del funcionamiento de la vida política en nuestras sociedades. Me parece que a partir de la crisis de 2001 lo que podríamos llamar coaliciones anticorrupción tendieron a desdibujarse y los escándalos perdieron potencia. Mientras que las denuncias se mantuvieron constantes los escándalos han sido mucho más raros que en los años 90, donde ocurrieron las experiencias del Frepaso o las del cavallismo. -¿Esa relación entre denuncia y escándalo que se aquietó después de 2001/02 puede revivir después de las denuncias de Lanata?

-Me parece que hay varias diferencias. Un elemento es que un escándalo tiene por lo menos dos elementos que los diferencia de la pura denuncia. Primero un tipo de soporte documental que puede ser un testimonio. Un escándalo se desencadena porque hay algo más que la enunciación de un determinado hecho. En segundo lugar un escándalo es algo más que una denuncia porque genera un tipo de público. Se lo puede medir en términos de ventas o de audiencias. Creo que en los escándalos de los 90, el trabajo periodístico previo era cualitativamente más importante que ahora. Los escándalos en los últimos años han quedado más atados a la urgencia de la denuncia y menos vinculados al trabajo de investigación periodística. Finalmente, me parece que los escándalos de los 90 tenían en algún sentido reservado para los periodistas un lugar de neutralidad respecto a la actividad política que hoy se ha vuelto problemático.

-El periodismo militante

-O el opositor. Hoy es muy difícil defender el discurso periodístico saliéndose de esos clivajes que cruzan a la actividad periodística, pero que las exceden. En los 90 había una idea de que el buen periodismo era el independiente. Hoy esa representación está en crisis. Creo que un buen periodista es aquel capaz de decir desde donde habla y que eso no necesariamente signifique tomar partido en el sentido de un conflicto entre oficialismo y oposición. No hay trabajos neutrales, pero eso no puede conducir a transformar la actividad periodística en una batalla de uno contra otros.

-En las denuncias que está haciendo Lanata por televisión ocurre lo contrario a lo que pasó históricamente: la televisión fijándole la agenda a los diarios, que era una de las últimas fortalezas de los diarios.

-La televisión tiene una cuestión muy distinta a las que daban fundamento a las discusiones sobre credibilidad en el periodismo de investigación. La primicia televisiva depende de una estrategia de ocultamiento de los datos hasta el momento de la puesta en escena. Pero estamos hablando de una lógica de espectáculo muy distinta a la de la credibilidad. Creo que la actividad periodística va perdiendo la carrera contra la primicia porque la actividad periodística misma se va diversificando.

-Además hay una carrera para ver quien utiliza un lenguaje más escandalizante. Y me parece que en eso tiene mucho que ver Elisa Carrió que cada vez que habla sube la apuesta.

-Que se haya discutido de políticas como el problema de la corrupción o el financiamiento de los partidos políticos en los programas de chimentos de la tarde me parece un punto muy sintomático. Creo que hay un borramiento de fronteras que implica que esta lógica del espectáculo está ganando mucho terreno sobre otras lógicas que están implicadas a la hora de la producción periodística, al punto de no tener en claro si estamos hablando de política o de otra cosa.

Lógicas distintas

“La lógica de los escándalos y de las causas judiciales son dos cosas distintas. En Argentina hubo una relación entre éstos distinta a las de muchos países. En Italia y Francia los escándalos de corrupción se desataron porque se hicieron públicas investigaciones judiciales como el Mani Pulite y la rebelión de primera instancia, quienes se revelaron contra la propia estructura judicial y contra el poder político e iniciaron una serie de investigaciones. En esos casos los escándalos fueron un derivado de las causas judiciales. En Argentina las causas judiciales comienzan luego del escándalo, los fiscales y los jueces reaccionan a partir de una denuncia periodística. Y muchas veces la causa judicial es muy distinta de lo que aparece en el escándalo. Se nos genera un problema muy grande cuando queremos conectar cosas que no están conectadas, como la lógica y los tiempos de los escándalos con la lógica y los tiempos de los escándalos”.

-¿En ésta década han disminuído los escándalos de corrupción, que no quiere decir que haya menos delitos, porque los Kirchner entendieron el daño que hacen los escándalos?

-Hablamos del modo en que el periodismo intentaba reflejar algo del malestar que sienten muchos ciudadanos y grupos sociales de la actividad política, en términos del lenguaje de la corrupción. Hay parte de los políticos profesionales que intentan lo mismo. Lo ejecutó la Alianza con éxito en 1999. La tentación de tomar los discursos, los reclamos y las denuncias tal como están formulados es una tentación muy alta. Si uno tiene a la gente en la calle gritando “basta de corrupción”, la tentación para los dirigentes políticos de repetirlo es muy alta. El discurso le permitió ganar las elecciones pero después que pasan los 180 días del famoso período de primavera, el vocabulario de la corrupción se volvió en contra.

-Administrar un país, una provincia o una municipalidad implica meterse en zonas grises donde el discurso de la corrupción es muy difícil de aplicar.

-Una de las divisiones fundantes de la teoría política en la modernidad es la distancia que hay entre la convicción y la responsabilidad. Los autores más ilustres señalaron que no podemos seguir pensando la política desde el punto de vista de la convicción. Uno de los problemas que yo encuentro con el vocabulario de la corrupción es que tiende a pensar la actividad política ya ni siquiera desde un punto de vista tan genérico como el de la convicción sino como un problema de actitud, comportamiento y estatus moral de las personas. Eso me parece muy complicado. Creo que pensando exclusivamente la corrupción entendida como la calidad moral de los personajes que conforman el escenario político vamos por un camino complejo porque no hay nadie que soporte ese juicio distante y mediatizado. Y si alguno lo soporta, las consecuencias de su acción de gobierno se evalúan por el lado de los resultados.

cuando se tiende a identificar a la política con la corrupción

En los 90 había una idea de que el buen periodismo era el independiente. Hoy esa representación está en crisis. Creo que un buen periodista es aquel capaz de decir desde donde habla.

foto:prensa Editorial Siglo XXI

"La política supone una tensión entre las intenciones y las consecuencias. Siempre tiene mucho más que ver con las consecuencias que con las intenciones porque el juicio sobre la política siempre está ligado a los resultados”

Sebastián Pereyra

Licenciado en Ciencias Políticas