editorial

“Me quiero ir”

  • Fue necesario que una periodista griega preguntara por la inflación, para que millones de argentinos tomaran conciencia de un problema que la prensa local viene denunciando desde hace años.
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Lo que sucedió es verdaderamente notable. Fue necesario que una periodista griega le preguntara al ministro Hernán Lorenzino por la inflación y que éste le dijera que de ese tema no quería hablar, para que millones de argentinos se percataran de lo que, en realidad, viene ocurriendo desde hace al menos cinco años en el país.

El video del ministro de Economía, su ya famosa frase “Me quiero ir” y la patética explicación de su colaboradora a la periodista griega -“Quizá es difícil entender para alguien de afuera. Nosotros no hablamos habitualmente ni con los medios argentinos de la inflación”, le dijo-, hicieron furor en las redes sociales.

Entre risas, bromas, críticas, indignación y mucho de vergüenza, los argentinos no hablaron de otra cosa durante los días posteriores a la emisión de este documental que, en realidad, tenía como objetivo comparar la crisis de nuestro país con la que viene atravesando Grecia en estos momentos.

Desde que la inflación comenzara a dispararse a partir de 2007, en los inicios de la gestión de Cristina Fernández, no hubo medios, ni periodistas independientes del kirchnerismo, que no insistieran públicamente en la necesidad de que el gobierno brinde respuestas frente al mayor problema que sufre la economía argentina.

Durante años, la presidente y sus colaboradores borraron el término “inflación” de sus vocabularios. Esa palabra, simplemente, dejó de existir para las autoridades del país, convencidas de que “relato” y realidad son la misma cosa. Para ellos, si no se menciona el término “inflación”; la inflación, simplemente, no existe.

Más aún, no sólo eliminaron el concepto de sus discursos, sino que además montaron todo un andamiaje técnico-estadístico desde el Indec como para brindar información falsa sobre el aumento que mes a mes registran los precios en la Argentina.

De hecho, mientras el ministro Lorenzino dice -nervioso y dubitativo- que la inflación anual oscila en el 10,2%, el gobierno viene homologando acuerdos de mejoras salariales por encima del 20% desde hace años, en un claro reconocimiento de que los precios registran incrementos que, cuanto menos, duplican lo que se refleja desde las estadísticas oficiales.

En enero de este año, el Fondo Monetario Internacional emitió una moción de censura a la Argentina por la escasa confiabilidad de sus estadísticas macroeconómicas. Desde su creación, en 1944, fue la primera vez que el organismo adoptó esa medida contra uno de sus 188 países miembros.

Cuando se plantean estos reclamos, el gobierno y sus seguidores apelan a su reacción preferida: escapar por la tangente y buscar responsables externos por los problemas reales.

Si es el periodismo argentino el que reclama que se brinden respuestas por la inflación creciente, simplemente se trata de la estrategia malintencionada de los “medios monopólicos” que intentan desestabilizar el “modelo”.

Si es el FMI el que censura al país por la falsedad de sus estadísticas, se responde que el FMI no tiene autoridad moral como para exigir cambios a la Argentina.

El periodismo local y el FMI seguramente cometieron, cometen y seguirán cometiendo errores. Sin embargo, nada de eso implica que la inflación no sea real en la Argentina.

El gobierno no se empeña en negar la realidad sino que, además, con sus desaciertos viene una situación cuyo desenlace es hoy incierto.

El gobierno y sus seguidores apelan a su reacción preferida: escapar por la tangente y buscar responsables externos por los problemas reales.