De “País de detalles”

Por Alfonso Mallo

Amigos nuevos, amigos viejos

A cierta edad, uno cree que ya nadie se sumará a su vida. Ha formado un círculo, un cuadrado, o lo que sea con unas pocas personas capaces de soportar el deporte de la individualidad, la prestancia del ego, la tristeza del perdón. Y eso parece suficiente. Pero basta una sacudida repentina para ver las fisuras extrañas y tolerables que siempre habían estado y que, ahora, dejan de ser invisibles y se mantienen igualmente tolerables, fraternas. No importa eso tampoco -fue, más bien, la digresión que impone la ambigüedad. El asunto es que el instante de la revelación siempre es inexacto y ocurre en lugares a los que, se suponía, nunca seríamos capaces de llegar. Aun así, el tono coloquial de los encuentros parece el inventario del tiempo transcurrido, la enumeración perfecta de un acontecer que no es más que una forma de experimentar y, entonces, cabe dudar de su existencia. Uno sabe antes de empezar que con ellos pasará lo mismo, que las grietas se harán visibles cuando un nuevo viaje nos lleve de aquí, y por eso es mejor aprender que no conviene la melancolía sino un modo más meditado y lento de extrañarlos, mientras todavía es posible cubrir con la realidad aquello que, de todas maneras, los hará indelebles.

Arte poética

para Fabián O. Iriarte

Me tienen harto los poetas. Tanto que, a pesar de que alguna vez pensé en ser uno de ellos, terminé por aceptar un trabajo cualquiera. Con eso, puedo darle de comer a mis hijos y no me preocupan otras cosas que ocurren en el mundo. No sé por qué, de repente, me acordé de que los poetas me tienen harto y de que, alguna vez, pensé en ser uno de ellos. Eso no tiene sentido. Creo que si trabajara en una estación de servicio —que aquí llaman bomba de bencina— me sentiría completamente feliz. Los autos llegarían y no sería necesario hablar demasiado para ser un buen trabajador. El jefe sabrá que estoy contento y que jamás dejaré de llenar tanques de nafta. Los poetas no tienen jefes y tal vez por eso es que no saben bien qué hacer con sus vidas, aunque los críticos que escriben sobre los poetas están, creo, peor. Es que los poetas ocupan el tiempo en cosas improductivas. En cambio, yo pasaré el día trabajando y me encargaré de planificar la vida de manera tal que no deba hacerme problema por nada. De todas formas, a veces me invadirá cierta sensación de vacío y la penumbra de la estación cortada por los reflectores, en el techo de lata, cuando el sol baja, no hará otra cosa que enfrentarme con algo desesperado. Eso no ocurrirá casi nunca y por lo general estaré tranquilo, pero la turbación será grande en el exacto momento en que los restos de nafta sobre el asfalto se pinten de colores extraños y el olor penetrante, particular del líquido derramado, se corporice en el aire para hacer todo más borroso y más leve.

De “País de detalles”

“El Universo” de Sengai Gibon.