editorial

Videla, símbolo de los errores del pasado

  • El respeto por las instituciones y por todo aquél que piensa diferente, debería ser un elemento constitutivo del ser nacional. Lamentablemente, la realidad muestra lo contrario.

     

 

 

Encarcelado y a los 87 años, murió Jorge Rafael Videla. Falleció por causas naturales, un beneficio del que no pudieron gozar miles de personas eliminadas sin juicio previo durante la dictadura más sangrienta que vivió la Argentina.

Murió el hombre que se convirtió en símbolo de una época. De un tiempo caracterizado por la violencia extrema, el odio visceral, la división más profunda y el desprecio por las instituciones republicanas y democráticas.

Para dejar toda hipocresía de lado, habrá que reconocer que ciudadanos comunes, representantes de la política, los sindicatos, el periodismo, el mundo empresarial y eclesiástico, aplaudieron en aquel 24 de marzo de 1976 la asunción de una junta militar que llegaba con el objetivo de “reorganizar” un país que, a decir verdad, estaba hecho trizas.

Lejos estuvo de lograr el objetivo. Aquella dictadura provocó un verdadero mar de sangre, endeudó al país, quebró el sistema productivo, empobreció a millones, se lanzó a una guerra suicida y terminó rindiéndose ante la presión de una sociedad que decidió buscar en la democracia algún atisbo de esperanza.

Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo de aquellos años de plomo y de terror. Pero más allá de los relatos históricos, tal vez sea éste un buen momento para trazar un paralelismo entre aquel pasado y el presente, de manera tal que los errores no vuelvan a repetirse.

Salvando las distancias y aclarando que la Argentina actual no vive una dictadura, habrá que decir que en los últimos años volvió a instalarse en el país un clima de desconfianza, intolerancia y confrontación permanentes. Todo aquel que piensa diferente, es considerado enemigo o destituyente. Cualquier intento de debate político genuino desemboca en el descrédito. Muchos, entonces, optan por el silencio.

Pero no es éste el único punto en común con aquellos años de intolerancia. La decisión de avanzar políticamente sobre el Poder Judicial, de manera que el gobernante de turno cuente con la potestad de nombrar, sancionar o de remover jueces, representa un inaceptable avasallamiento contra las instituciones de la República.

La presidente de la Nación, Cristina Fernández, acaba de decir en público que la Constitución Nacional debería ser reformada, aunque aclaró que no será ella quien motorice este proceso. Sin embargo no quedó claro si, con sus palabras, la primera mandataria desechó la hipótesis de la reforma o, por el contrario, buscó instalar el tema en la opinión pública. Cualquier intento por colocar los objetivos de un sector político por encima de las instituciones sería un flagrante retroceso y demostraría que muchos no han sabido aprender las lecciones de la historia reciente.

Finalmente, habrá que reconocer que existen sectores -afortunadamente pequeños- visceralmente opuestos al gobierno actual, que estarían dispuestos a avalar cualquier intento de quiebre institucional.

Con Videla no sólo muere un símbolo del horror, sino también la prueba irrefutable de los costos que puede acarrear la profundización de las divisiones en el país.

Volver el tiempo ya no resulta posible. Sin embargo, lo importante y esencial, es haber aprendido de los errores del pasado, para que jamás vuelvan a repetirse.

Con Videla no sólo muere un símbolo del horror, sino también la prueba irrefutable de los costos que puede acarrear la profundización de las divisiones en el país.