La historia sin fin

La historia sin fin

Emplazado en el casco histórico, con accesos sobre San Martín y sobre 3 de Febrero, el Museo Histórico Provincial Brigadier López se propone como uno de esos libros que están siempre a la espera de ser abordados. Los 70 años sirven de excusa para rescatar anécdotas, desempolvar nombres, volver a reírse, indignarse, soñar ideas en el aire.

 

TEXTOS. NATALIA PANDOLFO ([email protected]). Fotos. Mauricio Garín, archivo el litoral y gentileza del museo.

“Lo que nosotros no tenemos es glamour”, dice Alicia Talsky, la palma de la mano en primer plano, con acento en el no. Lo dice como quien marca el terreno: como quien encontró la definición exacta.

“Los lugares de arte suelen tener otra perspectiva, otras ceremonias, hacen unos vernisages divinos. Nosotros apuntamos a otro estilo. Hay una gran diversidad: la persona que viene a un museo de historia va a ver desde un abanico a un mueble. Ésa es nuestra esencia” cuenta orgullosa y ofrece un mate, demostración empírica del concepto.

El despacho, austero, forma parte de una serie de recovecos: es una de las tantas incomodidades del edificio construido, sin demasiado consenso, después de las reformas de 1981.

Alicia lleva 35 años ligada al museo, 19 como directora. Asume que le cuesta, como a varios de los que trabajan allí, barrerse el “mi”: “Más de una vez me encuentro diciendo ‘mi museo’ y sé que está mal, pero a la vez lo siento así”, asume.

Cursaba el tercer año del Profesorado de Historia de la UNL cuando llegó a su casa un amigo, Jorge Guillén -que luego sería subsecretario de Cultura-, y le dijo: “Va a haber un concurso en el museo Histórico. Te tenés que presentar”. “Pensé que se había vuelto loco. Yo trabajaba como administrativa en una escuela y sabía bastante poco de la historia de Santa Fe: no tenía los detalles finos”, recuerda. Al día siguiente, vio en la puerta de su casa el rostro de Jorge asomando tras una pila de libros. Él era muy peronista, ella era de izquierda: se peleaban mucho. Él estaba convencido de que ella era la persona para ese puesto. Murió a los 35 años.

“Y aquí estoy”, levanta los hombros ella. Por la ventana de 3 de Febrero pasa un grupo de chiquitos guiados por su maestra: los recibirá una señora vestida de dama antigua y los llevará a conocer de qué va todo ese mundo.

EN EL PAÍS DE LAS PESADILLAS

Entonces Alicia tenía 20 años y el país estaba sumergido en el peor de sus destinos. “Hemos pasado todos los colores de gobierno, nacionales y provinciales. Éste siempre fue un organismo autónomo; quizá porque siempre se gestionó así, y yo aprendí eso del director anterior, Leo Hillar Puxeddu”, cuenta.

Su apodo - “el gordo”- se escapa como chico travieso en cada párrafo de la entrevista. Él dirigió desde 1975 hasta 1994 -lo habían precedido José María Funes, Víctor Mazzuca, Ricardo Passeggi Cullen y Severo Salva-. Por su impulso se concretó, entre 1979 y 1981, la puesta en valor de la casona sede del Museo, edificio emblemático de arquitectura colonial, hoy Monumento Histórico nacional.

“Una vez me enfermé de bronquitis. El director del museo llegó a casa con un maletín, vio los remedios que me había dado el médico y dijo: ‘No te están medicando bien’. Y me dio otros, porque quería acelerar mi curación. Entonces yo era secretaria. Mirá si no voy a sentir este museo como mi casa”, se ríe hoy al evocar la anécdota, rescatada arbitrariamente entre tantas.

“Desarrollé mi experiencia a su lado y aprendí mucho. Cuando vuelve la democracia, empieza a haber una movida nacional muy interesante y aparece en escena la idea de que los museos tienen que ser abiertos, con una impronta más participativa, de mayor comunicación entre sí”, cuenta Talsky.

La aparición de los Enadim, Encuentros Nacionales de Directores de Museos, significó una bisagra. “El Dr. Hillar era revisionista de la historia, nacionalista, pero fue muy abierto en este sentido. Yo era joven y estaba encantada con toda esa nueva movida. Yo quería hacer la revolución, pero me parece que no di con el lugar adecuado”, se ríe.

En el marco de esta tensión ideológica, la participación en esos encuentros abrió una grieta para poder pensar a los museos como espacios de aprendizaje y no como depósitos. “Esto es un desafío que aún hoy continúa: todavía hay gente a la que el museo le genera una idea de solemnidad y aburrimiento”, asume.

El director y la secretaria discutían ideas permanentemente. “Él me decía que yo era de esa izquierda liberal que nunca iba a lograr nada” lo recuerda ella, con una sonrisa.

CUESTIÓN DE ESTILO

La puesta en valor de la casona es uno de esos momentos que marcan un antes y un después en esta historia de siete décadas. “Se levantaron todos los techos, desmontaron la parte superior y se hizo una intervención muy fuerte”, cuenta la directora.

El museo se mudó durante ese tiempo: fueron dos años de caos. Depósitos y salones funcionaron como subsedes temporarias. “Todos los objetos fueron guardados, inventariados con listas que escribíamos a mano y a máquina. Un trabajo de hormiga”, define.

En el medio la obra se detuvo. La situación era catastrófica y el director se animó -ése es el verbo, en plena dictadura- a publicar un artículo en el diario. El ministro de Educación, un marino, lo sancionó. “Allí aprendí cuál era el costo de hablar. Para mí era terrible, yo odiaba a los militares y admiraba a los montoneros. Yo militaba, pero siempre en grupos donde éramos siete, ocho personas: un poco en Tupac, y luego me gustaban algunas cosas de la Jup, pero no me convencían del todo. Ya en la época de la democracia me afilié al Pi. También iba a las reuniones de Grupos de Base, GB”, dice Alicia.

Finalmente, el museo se reinauguró en 1981. “Quedó esta caja, una especie de paralelepípedo, y empezó a haber cuestionamientos de muchos arquitectos. Había internas entre los de la Dirección de Arquitectura, que fueron los que hicieron el proyecto, y los de la Facultad. Era la época de Vernet. Al director le dijeron: ‘Es esto o nada’. Fue bastante polémico el tema: el edificio no tiene nada que ver estilísticamente, ni con el museo ni con el resto del casco histórico. Hubiera podido no ser colonial, pero tener un estilo acorde”, opina ella, y sugiere: “Habría que buscar en los archivos de la Dirección de Arquitectura si no hubo mociones para otro proyecto. No se entiende por qué hicieron éste: fue siempre discutido, y tiene falencias”.

El inventario de fallas incluye, además: que las oficinas son muy pequeñas y se dificulta trabajar en equipos y que el depósito debería ser más grande y no estar tan bajo, en una ciudad como Santa Fe. Entre la reinauguración y 1989 -ocho años- la dependencia funcionó sin oficinas, sin salón de actos, sin depósito y sin baños: usaban los de Casa de Gobierno. Quizá ésa sea la explicación de la urgencia en aceptar el proyecto como venía. “Me acuerdo de Leo peleando por los detalles, como que no le habían hecho ventilación a los baños, un desastre”, remata la directora.

ABRIR EL LIBRO

Una vez reinaugurado, hubo que volver a clasificar todo lo que se trajo de los depósitos. “Era muy importante tener una reserva. No se concibe actualmente un museo que muestre todo: es una transformación muy interesante que tiene que ver con los cambios de tendencias. Empieza a valer el criterio de respetar el espacio y la jerarquía del objeto”, explica.

“Hoy apuntamos mucho a la muestra temporaria como modo de contar cosas que la gente no se acuerda, o no sabe. Algo impensado, como la historia del sombrero o de los utensilios de cocina, implica también renovar la invitación para venir”, dice.

El promedio de público que asiste hoy es de entre 35 mil y 38 mil personas por año. Aumentó el número de adultos y también son más las visitas los fines de semana y feriados. Hace aproximadamente diez años, hacen horario corrido: aunque parezca mentira, algunos faltan a la ceremonia de la siesta y registran visitas a esa hora. Sobre todo, claro, los foráneos.

Independientemente de los gobiernos - “salvo los casos terribles como la época de Reutemann”- en general hubo buen vínculo con los funcionarios, independientemente de lo cuantiosas que fueran las partidas. “Es importante poder trabajar con libertad y creatividad”, resalta Talsky.

“Creo que este museo, como el Etnográfico, tiene un fuerte perfil educativo: está permanentemente habitado por escuelas. A veces nos cuesta hacerles entender a las maestras que el museo no es sólo para las efemérides: que lo usen todas las veces que necesiten a lo largo del año. Vienen todos en mayo, junio y julio. Un museo puede ser maravilloso, estar bien conservado, tener un buen depósito; pero si no tiene gente, no tiene sentido de existir. Es como un libro que quedó cerrado en un estante”.

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El museo se inauguró el 30 de abril de 1943, ante el gobernador Dr. Joaquín Argonz y su gabinete. Hoy es un espacio con una fuerte impronta pedagógica.

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Paredes de tierra apisonada y solariegas galerías son el escenario en el que día a día trabajan los integrantes del museo.

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Alicia Talsky lleva 35 años ligada al museo; 19 como directora.

HAY EQUIPO

Actualmente trabajan en el Histórico once personas. A lo largo de estos años, muchos han sido actores sin serlo, electricistas autodidactas, tesoreros en acción, diplomáticos al teléfono, montajistas sin certificado.

Julio Tochi: fue secretario durante muchos años, se jubiló hace meses. “Sin ser museólogo, siempre supo armar una muestra como el mejor. Yo siempre sostuve que había que formar equipos de trabajo; y Julio me decía que yo era asambleísta. Él tenía mucho más claro que yo cómo poner límites. Tenía muchísimo compromiso con el museo y un gran sentido de pertenencia”, dice Alicia.

Zunilda Allassia: coordinadora de Servicio Didáctico, está en el museo desde 1993. También colabora en cuestiones de gestión.

Norberto Sola: administrativo, tareas en despacho, archivo y registro. Está desde 2009, ingresó como guía.

Cristian Benítez: guía didáctico, a cargo del área de Conservación y Muestras. Es quien se responsabiliza en el conocimiento de detalles y movimientos de las piezas del acervo.

Mariano Medina: guía didáctico, también se desempeña en la Fototeca y en la realización de informes de temática histórica.

Daniela Rojos: guía didáctica, cubre tareas administrativas y biblioteca. Colabora en la tarea de registro de catálogos, programas y archivo general de la producción del museo.

Susana Gallo: guía didáctica, participa en las dramatizaciones.

Analía Molinari: guía didáctica, participa en las dramatizaciones y en la coorganización de talleres de investigación histórica, colabora en la publicación de material e información en las redes sociales.

Esmeralda Pérez de Flores: ingresó como portera hace 23 años. Participa de las tareas de mantenimiento y limpieza. Si ella no encuentra un objeto perdido, es porque no está.

Daniel Bachiani: trabaja en las tareas de servicios generales, montaje de muestras, colabora en la cobertura del turno vespertino.

Patricio De La Mata: su frase de cabecera es: “Yo creo que puedo arreglarlo”. Participa de la tarea diaria de limpieza, apertura del museo cada mañana, armado de salón de actos junto a Esmeralda, tareas en los montajes , electridad y colaboración en cuestiones de la reserva técnica.

“En 1991, ante la desesperación por conseguir gente, hubo un subsecretario de la Nación que pidió horas cátedra para los museos. Entonces pudimos tener guías didácticos. Esas horas cátedra pasaron a ser el parche que tapó la escasez de personal. Hoy hacen falta estructuras orgánicas, aprobadas por ley. Me consta que se está trabajando, esperemos lograrlo, porque es una deuda de años”, afirma la directora.

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En 1940, un decreto del gobernador Manuel María de Iriondo dispuso la expropiación de la casa conocida como “de los Diez de Andino” y la creación del Museo Histórico Provincial; de ese modo se preservaba este valioso testimonio de arquitectura civil del período colonial.

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Atardecer en los museos: un ciclo en el que personal, actores y colaboradores del museo se ponen la historia al hombro.

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“La idea es pensar en diversos públicos y ampliar la mirada sobre la historia, no sólo como un sitio para personajes y para el pasado del siglo XIX o XVIII, sino también para la historia reciente. Durante los diez años pasados se realizaron ciclos relativos a la historia de Santa Fe e historia argentina, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, en los que participaron docentes investigadores de la UNL y de la UNR, con interesante asistencia de estudiantes y docentes, si bien a la universidad le ha llevado su tiempo integrar al museo como un ámbito de conocimiento y de objetos documentales que dan cuenta de historias transcurridas”, cuenta la directora.

En relación con los desafíos pendientes, subraya: “Que adquieran voz los que no la tienen en la historia legitimada en los museos solemnes: inmigrantes, pueblos sometidos en distintas épocas. Los objetos que se conservan suelen ser de sectores sociales poderosos; aun así hay modos de integrar a los ausentes”.

INTEGRAR A LOS AUSENTES

Amigos son los amigos

En 1993, al conmemorar el Museo sus cincuenta años, se conformó la Asociación de Amigos, que acompaña desde entonces la tarea. Su organizador y primer presidente fue Emilio Leiva; le siguió Teresita Codoni Gollán, quien pasó prácticamente a formar parte del equipo de trabajo, con su presencia cotidiana.

Luego estuvo al frente Silvia Paz, cuyo período es especialmente recordado por la instalación del ascensor de sala de actos, entre otras cuestiones. Lucy Casabianca impulsó codo a codo con el museo una serie de actividades, entre ellas los ciclos evocativos del bicentenario y la reedición, juntamente con el Ministerio de Innovación y Cultura, de las Crónicas de Diez de Andino. El presidente actual, Juan Del Pazo, ha aportado la preocupación por la puesta en valor de diversas obras y, en conjunto con la institución, la adquisición del deshumidificador y reparaciones en el área de reserva técnica.

Más allá de la impronta personal, la Asociación participó siempre activamente en la organización de recitales y conciertos, ferias de antigüedades, charlas, festejos, tardes y noches de museos.

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Las áreas y criterios de exhibición se fueron ampliando de la mano de nuevos conceptos museológicos. Aquel sagrado ámbito de reliquias es hoy un espacio museal de participación, investigación y conocimiento al compás de talleres y propuestas lúdicas.