Lengua Viva

Los libros ¿son importantes?

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Evangelina Simón de Poggia

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La pregunta: ¿qué les enseñamos a nuestros jóvenes?, ya no es suficiente para una respuesta idónea. Ahora la apelación sería: ¿cómo los formamos a nuestros jóvenes?”. Desde luego, en la respuesta no está implicada “la cultura del libro”, no es ésta una de las fuentes que con más frecuencia usamos para la adquisición del conocimiento.

En nuestros ámbitos académicos universitarios se está sustituyendo, desde hace mucho tiempo, la “antigua bibliografía” por el uso de paquetes completos de “fotocopias” que, compendiados y anillados, constituyen la referencia bibliográfica fundamental. Si nuestra natural curiosidad nos indujera a preguntar por las causas que justifican esta contextualización del saber, nos contestarían con énfasis: el aspecto económico. Mi desarrollo docente en las aulas universitarias data de muchos años y he visto gastar, primero con asombro, después con preocupación, importantes sumas de dinero por estudiantes, cuya economía es, en algunos casos, más precaria que en otros.

Estamos cercenándoles la posibilidad de contactarse con “el libro”, de interaccionar con él, de conocerlo, de gozar de ese gran e incondicional amigo... Un libro constituye una unidad y cada capítulo se relaciona con los que le siguen, constituyendo un entramado de ejes temáticos, cuya secuencia hace que uno sea base y fundamento del otro hasta lograr, finalmente, un sentido. Abordarlo es una tarea global y totalitaria, su lectura nos irá conduciendo a magníficos y apasionantes descubrimientos como: un pensamiento científico, una revisión de hechos históricos, una teoría sobre la visión de un objeto de interés, una época, un movimiento, el pensamiento de una corriente científica, la belleza de la palabra en una poesía, en una metáfora, en la formalización de un concepto, en una exposición, en una argumentación, en un diálogo, y tantas otras maravillas.

La lectura de un capítulo de un libro o determinadas páginas del mismo es faltar el respeto a la inteligencia de nuestros educandos, pues ellos son capaces de incorporar a su espíritu y a su mente esa totalidad y no parcialidades que atentan al conocimiento. Las fotocopias son parcialidades despersonalizadas que los desvía de la comprensión global, a partir de procesos abstractivos, de pensamientos trascendentes dentro de las áreas de conocimiento de su interés. Con ellas los privamos del gozo que produce la formación de su propia biblioteca y del reconocimiento de “ese libro” que conocemos, también, desde su fisonomía, lo cual nos permite, con una rápida mirada, vislumbrarlo y gozar del reencuentro.

Tal vez, si los docentes concientizáramos el daño que les estamos causando a nuestros jóvenes alumnos, futuros profesionales, no sólo desde lo cognitivo, sino también desde su “formación”, podríamos llegar a acuerdos con el objeto de arribar a algunas medidas conciliadoras que mitiguen la problemática planteada y marquen la huella de un camino que nos permita vislumbrar una luz que ilumine nuestro horizonte intelectual.

¡No es lo mismo leer el libro “Cien años de soledad” de G.G. Márquez que una fotocopia del mismo¡ Para pensar ¿No?