Entrevista a Mercedes Araujo

“También el animal traiciona y el paisaje miente”

Mercedes Araujo (Mendoza, 1972) acaba de presentar “La hija de la Cabra” (Editorial Bajolaluna), una novela sorprendente, en la que la tragedia, el mito y el realismo engendran una poética deslumbrante. “La hija de la Cabra” recibió el primer premio del Fondo Nacional de las Artes en 2010.

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Mercedes Araujo. Foto: Laura Durán

 
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Obra de Miguel Ocampo.

Por Enrique Butti

—Hay en la literatura latinoamericana una tradición, o mejor sería hablar de una poética, que aunque instalada en un crudo realismo, no se priva de apelar a las fuerzas míticas, fantásticas, oníricas de esa realidad. Una poética que incluiría a autores tan disímiles como Rulfo, Guimarâes Rosa, Di Benedetto, la Sara Gallardo de “Eisejuaz”... “La hija de la Cabra” podría formar parte de esa estirpe, ¿sí?

—Tal cual. Ésa es la estirpe aspiracional que estuvo presente durante el proceso de escritura. A esta novela llegué por las lecturas de ese momento que me marcaron casi como un animal que debe ser enviado al redil, a puro fuego. Al Di Benedetto de Zama, a la Sara Gallardo del Eisejuaz, a Clarice Lispector en La araña, a Guimâraes, no sólo los leí sino que los senté conmigo en el escritorio, los textos estuvieron siempre abiertos en la mesa. En algún punto lo simiesco funciona en la literatura, uno elige a quién y cómo imitar, inicialmente y luego a quién y cómo escuchar.

Respecto de por qué esos autores fueron para mí la estirpe aspiracional a la cual anclar este libro, es porque creo que ellos pudieron dar cuenta de la enunciación, la posibilidad del decir que tiene su raíz en el paisaje, en la tierra, en la entonación de la voz, polvorienta, rota, en lo huidizo y engañoso de todo decir. Para contar el desierto hay que contar la grieta, lo roto. También, en la historia un universo se está descomponiendo, se trata de un sistema que está casi acabado y ya no va poder ser contado como antes. Resquebrajado el paisaje y las leyes del ecosistema que contiene a esas voces, cada personaje que intenta enunciarse, se rompe también en esa misma ruptura.

Lo mítico, lo fantástico, lo onírico, cuando son desplazados, como lo son en ciertas escrituras con pretensión más realista, no dejan de existir, sino que dejan el agujero, la falta, pero no pueden ser obviados sin ir a parar a un lugar más pobre, más plano de la enunciación. Las historias que nos contamos unos a otros vienen de allí, no tienen la pretensión del método de la razón o de la estructura filosófica o la seguridad del realismo, sino más bien, son un intento precario y esencial, disoluto e ingenuo de dar cuenta de eso que somos, comunidad, lenguaje y paisaje, en crisis, en disolución.

—Otra característica de esa poética extraordinaria y que también comparte tu novela es la singular atención en la voz que asumen los personajes. Un habla inventada en realidad, pero gracias a sus ecos y modulaciones, absolutamente verosímil.

—Claro. El verosímil. Nos lo pedimos unos a otros, como un regalo muchas veces, como una necesidad propia de nuestra inocencia originaria al tratar de explicarnos, o como consecuencia de las historias que nos contaron cuando éramos niños, o por un reflejo de la oralidad. La realidad invadida por la fantasía que se sostiene en la intersección. Cuando sos más chico es más fácil vivir en esa síntesis de lo imaginario, de lo ficcional, soportás mejor el abismo de la incertidumbre.

Y si uno puede lograrlo, sabiendo que inventa, que manipula esa materia hecha de palabras, de sonidos, aún si uno se aproxima poniendo el oído, a través del paciente trabajo sobre las inflexiones o las modulaciones, que son infinitas, pero que unidas unas a otras, cuando finalmente funcionan, pueden otorgarnos la gracia de dejar suspendida la incredulidad, o las limitaciones racionales de tiempo y espacio, es cuando el gran invento, nos hace felices. A los que escribimos y a los que leemos.

Pero también hay un riesgo y es que si bien el verosímil lo confirma el lector, hay a veces una confusión y es que el lector, algún lector ansíe una especie de certeza de que eso que le estás contando ocurrió o que los personajes realmente hablaban así y entonces viene el malentendido sobre la supuesta novela histórica que aporta “información”. ¡Pero si es todo un invento! Las palabras suenan y luego recién, las palabras constituyen a quienes las dicen, los modifican, los entrecruzan, los llevan a vivir de una manera o de otra, pero es ficción, es producto de la imaginación, es experiencia literaria, no hay más.

Nos empobrece pensar en la literatura que “debe” escribirse. Hay que privilegiar el verosímil, la idea de que suena como... El problema es la literalidad, enemiga de la literatura y del verosímil, ¿no?

—Y el idiolecto de esos personajes, en general aislados de toda cultura formal y erudita, es capaz de hacerlos reflexionar o aludir a problemas filosóficos o metafísicos complejos.

—Y porque hablar desde el mito, de las fuerzas secretas, de lo revelado, de las traiciones y lealtades, de los sueños y las fuerzas del entorno, de la mentira y la verdad entendidos no como una condición exclusiva de lo humano, porque también el animal traiciona, el paisaje miente, engaña o habilita, hablar desde esos pequeños conocimientos del entorno, de esos saberes del microcosmos que incluyen a los fenómenos de la naturaleza, la relación cotidiana entre las especies, nos habilita un sistema de pensamiento más libre, que circula de una manera más azarosa, al modo de las transformaciones de la materia y el fluir de la energía y está menos preso de la cultura formal, culta, racional o de un supuesto saber dominante de la modernidad. Hay un decir del misterio, de lo microscópico de la vida y ese decir es primario, dubitativo, pero al mismo tiempo accesible si uno se pone en sintonía con lo que lo rodea. La transmutación permanente con los elementos del paisaje, con la vegetación, con los otros animales a los que se conoce tanto o mejor que al resto de los seres humanos, nos permite explicarnos, entendernos desde la multiplicación y no desde la individuación, racional, libre e igual del proyecto decimonónico. Ese decir, esas voces sonando pueden generar un complejo y rico sistema de pensamiento, repleto de posibilidades que incorporan la grieta, el error, la transformación y que nos permite entender el mundo de una manera más sabia, si se quiere.

—“La hija de la Cabra” cuenta la historia de un prófugo que escapa para refugiarse en una población perdida en los desiertos. La hija del cacique y ese prófugo entablan un romance estigmatizado por razones tribales, económicas, religiosas. ¿Cómo fue perfilándose esta historia y ese contexto social, étnico y geográfico?

—Ahí está la experiencia propia, la infancia, no en los elementos de la trama, sino en una forma de expresión oral, un poco arcaica, llena de cuentos y fantasías acerca de las luces malas, las leyendas de la noche, del desierto. No es algo que fui a buscar un libro, sino que en mi infancia pasé mucho tiempo con personas nacidas en los bordes de la ciudad, gente de campo, con un hablar arcaico, hermoso, con mucha conversación sobre los fenómenos naturales, los terremotos, la sequía, el miedo a las tormentas que podían ser “pavorosas”, los terrores frente a lo inexplicable, ese dar cuenta del mundo desde explicaciones fantasiosas, abiertas, multivocas y también yo encontraba en esas personas una gran dignidad en el decir, en la elección de la palabra al enunciar, en particular, me caló muy hondo el decir de la que entonces era una chica y que ahora es una mujer grande- que nos cuidaba a mí y a mis hermanos, (somos cinco) que se llama Juana y nació en las Lagunas de Guanacache, la tierra de los huarpes. Y no es que ella me relatara cuestiones concretas de un universo desconocido o perdido, sino que ella seguramente podía explicarme a mí, el mundo en que nosotros vivíamos con herramientas, voces, palabras, más interesantes y más bellas que las que recibía por entonces en mi educación formal.

Los conflictos por razones tribales, económicos, religiosos, identificados en el libro fundamentalmente en torno del agua, si bien son fruto de la imaginación y no pretenden dar cuenta de un proceso histórico, ni de un territorio particular, es una alteración de espacios, elementos y discursos que no existieron así, unidos al mismo tiempo, pero que individualmente tienen su existencia y hasta una permanencia, por ejemplo es cierto que históricamente esas Lagunas fueron secadas al tomar más arriba el agua y desviarla para la ciudad y también es cierto que hoy a pesar de la tecnología el factor que define el valor de la tierra en una desierto como Mendoza es el agua, los descendientes de los pobladores de las lagunas hoy siguen viviendo en esas tierras peladas, siguen siendo puesteros, criadores de cabras, viven en medio del desierto y sostienen una identidad propia ahora más criolla, más agauchada, más católica.

Pero la idea siempre fue escapar de eso que se supone uno puede saber, conocer o explicar, en el sentido formal, de un proceso histórico, por esa razón en la novela se nombran los paisajes, los ríos, los desiertos, pero no se habla de Mendoza, como ciudad, el intento fue escaparme de la información formal y dejar lugar a lo fantástico, a lo mítico, a lo artificial, me interesa más el género subvertido, la experiencia literaria que cualquier pretensión explicativa de los procesos históricos.

—El estilo meticuloso, medido, preciso, inevitablemente retrotrae a tu pasado poético...

—La experiencia literaria, la del trabajo artesanal con la materia lenguaje, aspirar a que los personajes existan en la enunciación, eso de que en el principio fue el verbo de la revelación bíblica y todos los etcéteras, es para mí lo que hace que valga la pena escribir. Y en cada texto exprimir al máximo la relación con el lenguaje, con las limitaciones del caso, pero siempre las herramientas son el ritmo, las tonalidades, los volúmenes del enunciado, la sonoridad, la textura, la tensión que una palabra al lado de la otra puede alcanzar, la chispa, el texto que vibra, luego sí viene la transformación del héroe, la dinámica, la estructura narrativa, en el caso de la novela o la estructura del poema, pero el trabajo sonoro, material del lenguaje, ésa es mi idea de la felicidad y a ésa sí le soy fiel.